Entre la vida cotidiana y la trascendencia
La primera impresión que me causó este libro fue de una gran originalidad en el fondo y en la forma. No se limita a reflejar una serie de libros o estudios que apoyan al autor pero también le alejan del lector que no percibe su alma, escondida tras la erudición, de quien ha escrito unas palabras sin calor.
Esta gran originalidad de fondo y forma puede expresarse también de manera muy diferente explicando la profunda intuición que aparece grabada a fuego en el corazón de Josep Otón. Él deja «que esta intuición aparezca en muchas páginas de su libro: corresponde a la criatura humana que partiendo de la vida diaria se vuelque hacia el Trascendente: hacia Dios que da fundamento, centro, compañía y sentido a la vida personal de cada uno».
El pensamiento y la intuición de Otón otorgan unidad al libro, muy bien construido:
Bajo la lluvia menuda de la Palabra de Cristo, brillan una serie de palabras extraídas de la vida cotidiana, pero en las que resuena el Evangelio, la Buena Noticia de la venida de Jesús al mundo: «Crisis, desierto, ayuno, ídolos e iconos, inocencia e ingenuidad, humilde y humildad, celos y envidia, empatía...»
Son palabras cercanas a la Buena Noticia del Hijo del hombre enviado por el Padre a nuestro mundo las cuales, a la vez, nos revelan y nos ocultan a Dios, que nos ha elevado hasta darnos otra perspectiva de la realidad (ver Introducción, p. 19).
Es que esta retahíla de palabras y valores forman parte de los relatos bíblicos, los cuales nos presentan «la profundidad de la vida humana. Por eso son fuente de inspiración: no hablan de lo que es etéreo sino de lo que es real, pero, iluminado por una luz que impregna de sentido el conjunto de la vida» (Introducción, p. 18).
Estas palabras extraídas de la vida humana real que hacen pensar en el Evangelio, en la Buena Noticia de la fe en Jesús enviado por el Padre, sitúan al lector entre la vida cotidiana y la trascendencia de Dios: «El Dios trascendente no vive replegado en sí mismo, sino que, por el hecho de que el Amor sea su esencia, quiere ser cercano, próximo, al ser humano, especialmente al que sufre y es pobre y desvalido. Entonces se unen trascendencia e inmanencia» (p. 24).
Los místicos, para acabar, han visto el mundo como una gran «elipse» (es la última palabra del libro). Escrita por Dios y en la liberación llevada a cabo por Jesucristo. El hombre, sin embargo, con la ayuda del propio Dios, debe poner su interpretación de fe para completar totalmente el sentido:
—como los contemplativos que leen en la Creación la presencia de Dios;
—como los Magos que en la tenue claridad de la Estrella ven la presencia y la guía de Dios que nos acompaña en el camino hacia el Reino;
—como María, que guardaba todas las palabras (acontecimientos) en su corazón y las meditaba;
—como los místicos que contemplan y viven como Dios es el único que puede extraer bienes incluso de los males.
Qué alegría que un intelectual y escritor joven de casa haya hecho un libro tan sugerente.