¡Qué cosas hay que oír sobre el Concilio!

Leyendo a algunos parece que el Espíritu Santo inspiró literalmente todos los textos del Concilio. Incluidos los puntos y las comas. Y sólo los de éste. Vamos, que dejan chiquitos a los mismos Testigos de Jehová.

Aquí no hay géneros literarios que valgan ni todo lo que se admite de la misma Sagrada Escritura. Esto es palabra de Dios en todos los documentos, en todos sus párrafos, en todas sus frases. Revelación directa e inapelable.

Pues no es así. Yo no tengo la menor duda sobre la ecumenicidad del segundo Concilio Vaticano. Es un Concilio de la Iglesia. Y un Concilio Ecuménico. Pero es todo eso y nada más. No ha introducido nada que haya que creer como verdad de fe. Desde la consideración y el respeto que indudablemente se merece se puede opinar que determinado párrafo es impreciso o poco afortunado. Y ciertamente es potestad de la Iglesia aclarar lo que considere preciso posteriormente. O considerar que una determinada cuestión era apropiada para un determinado momento y que después ha dejado de serlo.

Siempre me han parecido impresentables una serie de críticas viscerales contra el Concilio basadas en unos argumentos insostenibles. El Concilio herético o satánico o masónico o lo que se quiera de ese jaez son exabruptos impropios de un católico. Pero adorar al Concilio en algunos mucho más que a Dios es un fundamentalismo igual de cretino.

La crítica constructiva del Concilio la admite la Iglesia. Se puede perfectamente pensar que un determinado párrafo es confuso o que se podría haber redactado mejor sin que para nada quede afectada la catolicidad de quien así piense. Aunque tendrá que argumentar su tesis y no proclamarla a su vez como si fuera otro dogma de fe.

Yo, que no soy ningún literalista del Concilio y que sólo adoro a Dios Nuestro Señor, no tengo ningún problema con sus afirmaciones básicas. Otra cosa es con lo que algunos pretenden deducir de esas afirmaciones. Con más de uno tengo todos los problemas. Pero será con ese sujeto, no con el Concilio.

Es impensable que un Concilio pueda atentar contra el dogma de la Iglesia. Por lo que si alguien creyera tal cosa del Vaticano II es que no lo ha entendido. Ni los que protestan porque dicen que es contrario a la fe ni los que niegan la fe pretendiéndose fieles intérpretes de la Asamblea ecuménica.

También creo que la enorme crisis que la Iglesia ha padecido después del Vaticano II se venía incubamdo de antes. Reconocer que con posterioridad a la clausura del mismo alcanzó su cenit me parece una pura evidencia. ¿A causa de los documentos conciliares? A causa de lo que se llamó el espíritu del Concilio que sirvió para amparar toda clase de desmanes. Y con una tolerancia que en mi opinión fue funesta. Pero el post hoc no implica necesariamente el propter hoc.

La autoridad legítima de la Iglesia pensó legítimamente que era conveniente un Concilio ecuménico. Lo convocó, lo celebró y lo clausuró. Y ahí está. Cabe, vistos los resultados, que alguien piense que el momento no era oportuno o que se debió llevar de otra manera. Son juicios históricos. Y legítimos. Que sean o no acertados ya es otra cuestión.

Que la primavera prometida no ha llegado parece también incontrovertible. Pero ello sólo acredita que se equivocó quien la había anunciado. Nada más.

Me parece absurdo que a casi cincuenta años de la clausura del Concilio los católicos nos lo estemos arrojando unos a otros. Y creo que sería muy grave la negativa de los lefebvristas a aceptarlo como un Concilio ecuménico más de la Iglesia. Habiéndolo reconocido incluso monseñor Lefebvre al firmar sus actas. ¿Qué después disparara toda su artillería contra él? Me parece que tenía mucho de autojustificación de su propia disidencia. Y uno termina convenciéndose de lo que dice porfiadamente.

No se les va a exigir que lo acepten como el único Concilio de la Iglesia sino como uno más en continuidad con todos los anteriores. No es "el Concilio" sino un Concilio. Y esa aceptación, en esos términos, la entiendo necesaria para la reintegración en la plena comunión eclesial. Poco más se les va a exigir. Yo soy el primero en pensar, desde mi plena aceptación del Concilio, que no pocos de los actos que se dicen ecuménicos son mamarrachadas cuando no profanaciones. Y lo mismo cabe decir de no pocas celebraciones litúrgicas.

La libertad religiosa la proclamó siempre la Iglesia que no admitió nunca el bautismo a la fuerza. Que en tiempos más democráticos prime la conciencia individual sobre otras consideraciones sociológicas imperantes en siglos pasados también se puede comprender. Y es completamente distinta una sociedad en la que unánimemente se vive una fe profundamente arraigada en todas las conciencias que la de hoy tan pluralista y en la que cabe y se permite todo.

El modo de celebrar la misa no es hoy grave obstáculo pese a no pocas reticencias incomprensibles. Cabe, y es de desear, que ambos modos de celebración convivan pacíficamente, siendo el ordinario muy mayoritario.

Pues prácticamente sólo quedaría la aceptación del Concilio. No contribuyen a ella los que, equivocadísimos, lo consideran el mal en sí ni los que, también equivocadísimos, lo consideran poco menos que Dios. Y en ocasiones dan incluso la impresión de que más que Dios.
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