Lo hacen todos. Y lo hacen mal.

Hay una señal clarísima de que un obispo se va. Cuando todos sus amiguetes son nombrados canónigos o párrocos de las más suculentas iglesias de la diócesis. Con lo que condicionan gravemente el ministerio del que va a llegar. Habría un modo de acabar con esas promociones in articulo mortis al colaborador. Cesando el obispo entrante a todos los nombrados el último año `por el saliente. Con lo que se cortaría esa pésima práctica que ya se ha convertido en costumbre.

Que hagan a uno canónigo no tiene demasiada importancia. Ya apenas son nada esos clérigos, antaño de tanto peso en una diócesis. Pero nombrar rector del seminario como acaba de hacer el obispo de Guadix a escasísimos días de su exoneración parece ya ganas de tocar las narices a quien va a llegar ya mismo a la diócesis.

Los operarios diocesanos están en liquidación. En sus manos estuvieron muchos seminarios de España donde hicieron una excelente labor. Se empeñaron en el suicidio y ya están a punto de conseguirlo. Apenas quedan cuatro ancianos viviendo el fracaso de su secularización. Y/les han echado de todos los sitios. Tal vez sólo les quede el seminario de Guadix. Que curiosamente parece que está no en la diócesis sino en Granada. Pues García Santacruz, en el que seguramente será su último acto de gobierno, ha nombrado nuevo rector.

Debería durar hasta el día de la toma de posesión del nuevo obispo. Es decir, ni el turrón. Y si con él se van los operarios, que tanto han contribuido a la mala imagen del obispo, mejor. Y ya si regresan los seminaristas del mal influjo granadino, excelente.

Con decisiones impresentables como la que comentamos no se extrañará el obispo de que en toda la diócesis le llamen Vayacruz. Se lo ha ganado a pulso.
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