¿De qué ortodoxia hablamos?
¿De qué discutíais por el camino? Me permito volver, siguiendo una Carta de Jon Sobrino sobre el encuentro de Aparecida (Mayo 07), a lo que constituye la primera y permanente aportación de la TL al método teológico y a la práctica cristiana liberadora: "Esto significa que los pobres son el principio inspirador de la Iglesia, no sólo los beneficiarios de su opción. No niegan nada ni excluyen a nadie, pero son indispensables para configurar cristianamente todo lo cristiano: lo que podemos saber, lo que nos es permitido esperar, lo que tenemos que hacer y lo que se nos ha dado celebrar. Y todos somos llamados a participar, aunque de diversa forma, análogamente, se decía antes, en la “pobreza real” de los pobres y en el espíritu de “los pobres con espíritu”.
Ésta es la más específica aportación de la TL, -añado por mi parte-, la más radical e influyente, la que permanecerá en la historia del cristinismo,y, precisamente, la que apenas aparece en el "conflicto" entre teologías de la Notificación de la CDF a Jon Sobrino, la que se quiere hacer desaparecer de la metodología teológica. Este silencio de la teología de la CDF sobre el momento en que "los pobres" y "la praxis cristiana liberadora" entran a formar parte de su reflexión, de su acción, de su concepto de organización de la Iglesia y de su formulación del credo cristiano, este silencio, -digo-, es la cuestión definitiva. Cierto es que Ellacuría y Jon Sobrino añadían que la ambigüedad de Puebla respecto a Medellín no se superaría, “si no se transforma radicalmente su cristología y eclesiología”. Y añade JOn Sobrino, "lo recuerdo ahora porque esa advertencia sigue siendo necesaria". Es lógico que lo diga, pues esa clave cristológica y eclesiológica es la que la concentra sus "diferencias" con la CDF. Más no por razones de ortodoxia como tantos dicen, y dice la propia CDF, sino en el fondo, por razones de ortopraxis, es decir, de si la praxis cristiana del teólogo, y de la Iglesia toda, está informada o no por la vida delos pobres. Y no sólo, en cuanto a las consecuencias caritativas de la fe, sino primero y antes, en cuanto a configurar cristianamente en ella todo lo cristiano, "lo que podemos saber, lo que nos es permitido esperar, lo que tenemos que hacer y lo que se nos ha dado celebrar".
Sinceramente, no conozco ninguna teología cristiana, ni teólogo, ni declaración teológica del magisterio, que haya mostrado un cristianismo radicalmente contrario al del la TL y, a la vez, haya acogido "con radicalidad" a "los pobres" en su fe pensada y vivida". Ha podido, y puede, llevar modos de vida muy austeros en lo material y muy sensibles al Misterio de lo Sagrado; ha podido desarrollar bien las consecuencias caritativas de la fe y dar lugar a una pastoral social hermosa y comprometida, pero el valor histórico de la Encarnación, de la Pasión, Muerte y Resucrreción del Señor se juegan mucho más aún en esta asunción intrínseca, incondicional y redical de "la práctica liberadora de los pobres" en el núcleo duro de la experiencia creyente, es decir, esa manera tan integral y peculiar de "comprender y acoger quién y cómo es el Dios cristiano". ¿Quién y cómo? El que en Jesús, su Hijo, se nos manifiesta definitivamente en complicidad e !identidad misericordiosa y salvífica! con los crucificados de la humanidad. En esa experiencia de reconocimiento del valor peculiar, y por ello único, de la (no)vida de tantos seres ignorados y pobres, nos jugamos el comprender desde dentro la primacía de la misericordia de Dios para con los débiles y pecadores, y para convertirnos de haber usado el nombre de Dios en vano y en beneficio propio. Esa conversión y práctica liberadora nos hace acoger la mayor verdad de la fe, que Jesucristo es salvación misericordiosa de Dios para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Agradezco mucho a quienes, tras siglos de teología y fe, nos han hecho reconocer para siempre esta seña de identidad de la fe pensada y vivida: de la práctica de vida cristiana,la vida personal virtuosa; del método teológico y sus frutos; y de su expresión máxima como magisterio oficial de la Iglesia. Las cosas son así, "lo diga Agamenón o su porquero", y despacharlas, como hacen tantos, con tópicos de que si esto lo enseñó el marxismo, o, peor aún, que la TL crea más pobres y miseria de la que encuentra, o que si no estamos para utopías, o que si la Iglesia hace lo que tiene que hacer desde siempre y para siempre, o que se vaya el que no esté cómod...excusas para resistirse a la pregunta por el lugar de los últimos del mundo en nuestra teología y fe. Por supuesto, caben asunciones distintas y peculiares de la primacía evangélica de los pobres en las teologías y en la fe creída, pero nunca desvirtuarse en espiritualismos que dejen a la Iglesia al margen de su confrontación con el modo como Jesús fue y es Cristo de Dios, su Hijo. Aquí no escapa nadie del Evangelio, por más que tenga encomendo el ministerio de maestro. Y los pobres, su vida y su "suerte", sirven mejor que ningún otro "signo de los tiempos" para que la misericordia de Dios, su Pasión, Muerte y Resurrección en Jesucristo, llenen la teología, y toda la vida eclesial, de su significado integral; todavía, y en verdad, no la plenitud de la Salvación, pero ya sí en crecimiento real, como don y tarea a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. Espiritualizar este "ya sí", incluso advertir de sus tentaciones, nada tiene que ver con hacer de los pobres y sus vidas una cuestión de la caridad y no de la fe en cuanto tal, característica que hace más peculiar y evangélica su intelección más profunda. Nadie puede mirar al mundo desde los ojos misericordiosos de Dios, directamente; todos, con los carismas y ministeriros peculiares, tenemos que acoger la sensibilidad preferencial de Jesús hacia los débiles, pobres, pequeños y pecadores, para mirar y ver algo en teología, en pastoral y en el magisterio.
Ésta es la más específica aportación de la TL, -añado por mi parte-, la más radical e influyente, la que permanecerá en la historia del cristinismo,y, precisamente, la que apenas aparece en el "conflicto" entre teologías de la Notificación de la CDF a Jon Sobrino, la que se quiere hacer desaparecer de la metodología teológica. Este silencio de la teología de la CDF sobre el momento en que "los pobres" y "la praxis cristiana liberadora" entran a formar parte de su reflexión, de su acción, de su concepto de organización de la Iglesia y de su formulación del credo cristiano, este silencio, -digo-, es la cuestión definitiva. Cierto es que Ellacuría y Jon Sobrino añadían que la ambigüedad de Puebla respecto a Medellín no se superaría, “si no se transforma radicalmente su cristología y eclesiología”. Y añade JOn Sobrino, "lo recuerdo ahora porque esa advertencia sigue siendo necesaria". Es lógico que lo diga, pues esa clave cristológica y eclesiológica es la que la concentra sus "diferencias" con la CDF. Más no por razones de ortodoxia como tantos dicen, y dice la propia CDF, sino en el fondo, por razones de ortopraxis, es decir, de si la praxis cristiana del teólogo, y de la Iglesia toda, está informada o no por la vida delos pobres. Y no sólo, en cuanto a las consecuencias caritativas de la fe, sino primero y antes, en cuanto a configurar cristianamente en ella todo lo cristiano, "lo que podemos saber, lo que nos es permitido esperar, lo que tenemos que hacer y lo que se nos ha dado celebrar".
Sinceramente, no conozco ninguna teología cristiana, ni teólogo, ni declaración teológica del magisterio, que haya mostrado un cristianismo radicalmente contrario al del la TL y, a la vez, haya acogido "con radicalidad" a "los pobres" en su fe pensada y vivida". Ha podido, y puede, llevar modos de vida muy austeros en lo material y muy sensibles al Misterio de lo Sagrado; ha podido desarrollar bien las consecuencias caritativas de la fe y dar lugar a una pastoral social hermosa y comprometida, pero el valor histórico de la Encarnación, de la Pasión, Muerte y Resucrreción del Señor se juegan mucho más aún en esta asunción intrínseca, incondicional y redical de "la práctica liberadora de los pobres" en el núcleo duro de la experiencia creyente, es decir, esa manera tan integral y peculiar de "comprender y acoger quién y cómo es el Dios cristiano". ¿Quién y cómo? El que en Jesús, su Hijo, se nos manifiesta definitivamente en complicidad e !identidad misericordiosa y salvífica! con los crucificados de la humanidad. En esa experiencia de reconocimiento del valor peculiar, y por ello único, de la (no)vida de tantos seres ignorados y pobres, nos jugamos el comprender desde dentro la primacía de la misericordia de Dios para con los débiles y pecadores, y para convertirnos de haber usado el nombre de Dios en vano y en beneficio propio. Esa conversión y práctica liberadora nos hace acoger la mayor verdad de la fe, que Jesucristo es salvación misericordiosa de Dios para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Agradezco mucho a quienes, tras siglos de teología y fe, nos han hecho reconocer para siempre esta seña de identidad de la fe pensada y vivida: de la práctica de vida cristiana,la vida personal virtuosa; del método teológico y sus frutos; y de su expresión máxima como magisterio oficial de la Iglesia. Las cosas son así, "lo diga Agamenón o su porquero", y despacharlas, como hacen tantos, con tópicos de que si esto lo enseñó el marxismo, o, peor aún, que la TL crea más pobres y miseria de la que encuentra, o que si no estamos para utopías, o que si la Iglesia hace lo que tiene que hacer desde siempre y para siempre, o que se vaya el que no esté cómod...excusas para resistirse a la pregunta por el lugar de los últimos del mundo en nuestra teología y fe. Por supuesto, caben asunciones distintas y peculiares de la primacía evangélica de los pobres en las teologías y en la fe creída, pero nunca desvirtuarse en espiritualismos que dejen a la Iglesia al margen de su confrontación con el modo como Jesús fue y es Cristo de Dios, su Hijo. Aquí no escapa nadie del Evangelio, por más que tenga encomendo el ministerio de maestro. Y los pobres, su vida y su "suerte", sirven mejor que ningún otro "signo de los tiempos" para que la misericordia de Dios, su Pasión, Muerte y Resurrección en Jesucristo, llenen la teología, y toda la vida eclesial, de su significado integral; todavía, y en verdad, no la plenitud de la Salvación, pero ya sí en crecimiento real, como don y tarea a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad. Espiritualizar este "ya sí", incluso advertir de sus tentaciones, nada tiene que ver con hacer de los pobres y sus vidas una cuestión de la caridad y no de la fe en cuanto tal, característica que hace más peculiar y evangélica su intelección más profunda. Nadie puede mirar al mundo desde los ojos misericordiosos de Dios, directamente; todos, con los carismas y ministeriros peculiares, tenemos que acoger la sensibilidad preferencial de Jesús hacia los débiles, pobres, pequeños y pecadores, para mirar y ver algo en teología, en pastoral y en el magisterio.