Dios... Sed de Dios
Si el Señor se nos acerca y nos pide de beber ¿Tenemos agua para dar? ¿Tenemos verdaderamente sed y seremos nosotros quien le pidamos que sacie nuestra sed? Ojalá proclamemos “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 42,3). Que no se seque el pozo de nuestro interior, ni sobreabunde tanto que no necesitemos buscar a Dios. “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber...” Esto nos dice el Señor hoy, creed en mí y nunca tendréis sed….Vayamos a Jesús, el agua viva que sacia la sed.
| Gemma Morató / Hna. Ana Isabel Pérez
En estas fechas veraniegas en que el calor aprieta, necesitamos e intentamos estar bien hidratados. Si salimos a caminar o hacer algún deporte, ello nos llevará a tener más sed, beber entrará dentro de lo lógico después de realizar un esfuerzo físico y a la vez nos hará recuperar fuerzas, sentirnos mejor; seguramente lo acompañemos de una buena ducha o un buen baño en la playa o piscina. El agua nos da vida, la necesitamos para vivir pero hay también otra sed que solo la podemos saciar en el encuentro con Dios.
En el evangelio de San Juan, el capítulo cuatro nos habla del encuentro de la samaritana con Jesús pero es él quién va a encontrarla, quien la espera, con paciencia, amor y sabiduría se va acercando no solo a ella sino a su corazón hasta que llega el momento del encuentro, de reconocer ante sus ojos y en su interior quien le habla, el Mesías.
Si el Señor se nos acerca y nos pide de beber ¿Tenemos agua para dar? ¿Tenemos verdaderamente sed y seremos nosotros quien le pidamos que sacie nuestra sed? Ojalá proclamemos “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 42,3). Que no se seque el pozo de nuestro interior, ni sobreabunde tanto que no necesitemos buscar a Dios. “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber...” Esto nos dice el Señor hoy, creed en mí y nunca tendréis sed….Vayamos a Jesús, el agua viva que sacia la sed.
“En aquel tiempo llegó Jesús a una de ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que y Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: Dame de beber. Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.) Jesús le respondió: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva. Le dice la mujer: Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados? Jesús le respondió: Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para viva eterna. Le dice la mujer: Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla. Le dice la mujer: Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. Jesús le dice: Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad. Le dice la mujer: Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo. Jesús le dice: Yo soy, el que te está hablando. Y fueron muchos más los que creyeron. Así que por sus palabras, y decían a la mujer: Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo. (Jn 4,5-42)