Cuaresma... El afán de quejarse
Nos quejamos a veces, nos parece que, con razón, ante el mismo Dios y ante los hermanos
| Gemma Morató / Hna. Carmen Solé
Nos quejamos a veces, nos parece que, con razón, ante el mismo Dios y ante los hermanos, o nos quejamos por costumbre, porque nada acaba de parecernos completamente bueno, porque nadie sabe en verdad de mí y de mi situación y de cuánto necesito.
A lo largo de la Cuaresma vamos leyendo en la misa distintas lecturas que recogen o en el pueblo de Israel o en algún personaje concreto esta situación de queja, de no aceptación del querer de Dios sobre cada uno o sobre la totalidad del pueblo, como si Dios hubiese dejado de ser el Padre que nos ama.
En el libro de los Números, por ejemplo, en el capítulo 21, el pueblo de Israel se queja contra Moisés porque les ha llevado al desierto, donde no tienen apenas nada que comer y recuerdan, sueñan las cosas buenas que en Egipto tenían, aunque olvidan su situación de esclavitud, allí al menos, tenían pan y agua.
Jonás se queja del ricino que creció fuera de la ciudad de Nínive para darle sombra, pero de repente murió y de nuevo el sol caía con fuerza sobre él.
Y hay muchas personas así, no son consecuentes con cuanto viven, tienen, poseen y desean algo diferente y piden a Dios eso que no es para ellos, y se quejan de su realidad en lugar de mirar cuanto de bueno nos regala Dios cada día.
No podemos estar con la queja en los labios ni en el corazón de una forma constante. No andemos deseando otra realidad, que por desconocida es idealizada. Miremos de dar gracias a Dios por todo, por lo bueno que nos ofrece y por todo aquello que no podemos comprender pero que, llegando de sus manos, de su amor, es sin duda un bien para aquél que lo puede recibir como un regalo, como un don.