Como la cierva sedienta

Agua viva
“Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío” (v. 1). El salmo 41 es la súplica de un israelita que vive desterrado lejos del templo de Jerusalén. Aplicado en un sentido espiritual, es el grito del alma que se siente alejada de Dios, como si éste hubiera dejado de existir. De ahí que como una cierva sedienta busca desesperadamente un torrente donde apagar su sed, el creyente busca al Señor que cree perdido porque ya no siente aquella ilusión de antaño. Orar se le hace pesado -todo y que querer orar es ya una forma de oración- es el silencio de Dios, la noche oscura del alma de la que habla tan bellamente San Juan de la Cruz.

¿Cómo puede ser que Jesús dijera “quien tenga sed que venga a mi”, o como dijo a la mujer samaritana: “Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva”, si el deseo de este cristiano es beber del torrente de sus delicias?

En estos casos de desolación espiritual es bueno hacer la petición que le hizo la mujer samaritana junto al pozo de Jacob: “Señor, dame de esa agua, para que no vuelva yo a tener sed ni haya de venir aquí a sacarla”.

Unos versículos más adelante el salmista continua: “¿Por qué te acongojas, alma mía, por qué te me turbas? Espera en Dios, que volverás a alabarlo” (v. 6). En los momentos de sequedad espiritual, es bueno pensar en los momentos de experiencias fuertes de la presencia de Dios. Es aquello que una anciana religiosa decía a una novicia: “Aunque me veas llorar tengo siempre un pajarito que canta en mi corazón”.Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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