En mi barrio la mayoría de los comercios se vieron obligados a cerrar en este tiempo. Pocos quedaron abiertos y entre estos uno se destaca por ser un lugar de encuentro, de intercambio, de escucha y de acogida a la que cada uno recurre con la esperanza de hallar su remedio. Me refiero a la farmacia.

Cuando voy a la farmacia, sea cual sea la hora del día que me acerque a ella, siempre hay alguien que van explicando sus dolencias y su esperanza con la medicación indicada. Generalmente personas mayores y a veces me digo que quizás viven solas y esta breve y justificada salida les es un medio para no acabar de perder la relación con los demás, hoy que tantos experimentan la soledad.

Hay quien realiza su compra de una forma muy rápida y diría que casi anónima: piden lo que necesitan, pagan y marchan. Otros buscan ser atendidos y escuchados por el farmacéutico que intenta responder con paciencia a sus interrogantes y a sus miedos, buscando palabras tranquilizadoras, acogedoras y sencillas.

Escuchar a quien está solo, aligerar la angustia que cualquier enfermedad conlleva, ofrecer medios para superar las dolencias más habituales, ayudar a encontrar medicamentos reconfortantes en este tiempo pandémico, o aliviar los dolores del desgaste, son actitudes que buscan generar paz y consuelo. Y hoy estas las actitudes que son evangélicas deberían crecer especialmente en nuestro corazón.

Y de ahí surgirá la necesaria oración para todo aquel que sufre en el cuerpo, en el corazón, en el alma, con ese mal que es la soledad que se arraiga en tantos y que a veces está en el origen de la infelicidad.