Confiar... La incertidumbre
Si nuestro mundo ha estado llevado por las prisas y las urgencias, reales o no, ahora parece que se nos dirige la invitación a parar, dejar lo que era habitual y entrar en otra etapa. Pero no estamos habituados a ello. La incertidumbre nos produce preocupación y a pesar de cuanto decimos no acabamos de fiarnos de Dios y de sus planes.
| Gemma Morató / Hna. Carmen Solé
Somos tan poca cosa que nos gusta tener los aspectos que consideramos más importantes de nuestra vida bien controlados y planificados. No solemos ser buenos compañeros con la improvisación y menos con el desconcierto. Nos gustaría conocer punto a punto lo que el futuro nos depara, lo que nos espera mañana y nos parece que este conocimiento sería una forma de acrecentar nuestra seguridad.
Y resulta que este año 2020 no está dispuesto a dejarnos vivir de este modo, con la tranquilidad que nos ofrece imaginar que tenemos los acontecimientos controlados y que todo va a seguir el ritmo previsto, en pocas palabras sentir que tenemos el futuro controlado.
Ahora, transcurrido ya la mitad del año, estamos en pleno desconcierto por cuanto hemos vivido hasta ahora, con esta sucesión de situaciones impensadas: una etapa que parecía un tranquilo punto y seguido del año anterior desde enero a principios de marzo, una etapa de confinamiento desde marzo hasta fin de junio y ahora parece que volvamos a normalidad, pero en realidad desconocemos dónde estamos, porque las dificultades siguen y los interrogantes permanecen muchos sin respuesta.
Si nuestro mundo ha estado llevado por las prisas y las urgencias, reales o no, ahora parece que se nos dirige la invitación a parar, dejar lo que era habitual y entrar en otra etapa. Pero no estamos habituados a ello. La incertidumbre nos produce preocupación y a pesar de cuanto decimos no acabamos de fiarnos de Dios y de sus planes.
Hemos experimentado a lo largo de la vida cómo el Amor de Dios no nos ha abandonado, sino que nos ha ofrecido siempre aquello que nos ayuda a dirigirnos mejor a Él. Y ahora no será distinto, porque nada en Él ha cambiado.
Crecer en fidelidad es cuanto ahora podemos vivir, aumentar nuestra confianza sin aferrarnos a nuestro débil punto de vista y sentirnos seguros en Él en Dios Padre que no nos abandona nunca, aunque nuestros caminos estén lejos de los suyos.