Santa Teresa de Lisieux quería ser misionera en tierras lejanas. Al leer las advertencias que hace Jesús uno se dice que hizo buena elección quedándose en el claustro del Carmelo.
La misión de la evangelización está descrita en términos que no hacen en absoluto soñar. Primero se tiene que seleccionar a los que son dignos de comprender el Evangelio, luego hay que estar dispuesto a sacudirse el polvo de los pies y hay que saber aceptar el fracaso, especialmente por ese animal poco simpático y astuto: el diablo. No es lo que uno espera espontáneamente de alguien que lleva la Palabra de Dios.
Estas recomendaciones parecen humanas, demasiado humanas. Pero justamente son humanas porque el anuncio del Evangelio pasa por los hombres. El Señor ha escogido que su palabra se difunda en el mundo gracias a misioneros que no son ni dioses, ni ángeles, sino seres humanos.