"Estamos obligados a buscar un remedio a esa exclusión de la mujer" Carta al obispo de Roma: "¿Sacerdotisas o constructoras y cuidadoras?"
"Siento que, siendo tú el papa que más ha hecho por la mujer, vas a recibir más críticas que gratitud. Pero bien sabes que esa es nuestra pasta humana seamos de derechas o de izquierdas"
Según el Nuevo Testamento, tampoco el presbítero es un "sacerdote" sino un simple "cuidador" (cura)
"Mi impresión es que, en este tema del ministerio eclesial, el principio mariano y el principio petrino, deben sumar más que contraponerse"
"Mi impresión es que, en este tema del ministerio eclesial, el principio mariano y el principio petrino, deben sumar más que contraponerse"
Hermano Francisco:
Sumamente agradecido por todo lo que la Iglesia te debe, quisiera comentar contigo unas declaraciones en las que negabas la posibilidad de acceso de la mujer al presbiterado. Yo comprendo que tú no puedas hacer eso ahora, estando tan cercana la declaración de Juan Pablo II que lo dio como una respuesta “definitiva”, y estando tú en una situación tan terriblemente difícil, y que tantos dolores te está costando. Siento además que, siendo tú el papa que más ha hecho por la mujer, vas a recibir más críticas que gratitud. Pero bien sabes que esa es nuestra pasta humana, seamos de izquierdas o de derechas: cuando nos lo ponen fácil, nos dejamos llevar y nos precipitamos; cuando nos lo ponen difícil, nos callamos.
Vamos a dejar un momento los discernimientos prácticos y discutir un poco la teoría. Esta vez, por lo menos la argumentación no es que “nunca se ha hecho así”. Nadie como Jesús hizo cosas que nunca se habían hecho, causando el escándalo consiguiente. Esta vez recurres a un argumento de Urs von Balthasar que habla de un doble principio en la Iglesia: el principio mariano y el principio petrino. María es madre de la Iglesia y Pedro es roca sobre la que está edificada. Declaras además que aquel es superior a este, aunque cierra el acceso de las mujeres al ministerio eclesiástico. Eso es al menos lo que yo he podido leer.
El argumento tiene su apariencia. Pero exige una aclaración nítida de lo que es el ministerio eclesiástico: pues creo que una falsa “sacerdotalización” de ese ministerio puede provocar un rechazo inconsciente al acceso de la mujer, ya que la mera idea de “mujeres sacerdotisas” nos pone en guardia inconscientemente, porque nos evoca figuras paganas como las prostitutas sagradas y demás.
Superación del rechazo
Pero la superación de ese rechazo no va por la línea de excluir a la mujer sino de que comprendamos que tampoco el presbítero es un sacerdote, por muy acostumbrados que estemos a ese lenguaje impropio. Lenguaje que ha provocado una sacralización de los presbíteros, la cual está en la base del nefasto clericalismo que tanto has combatido y criticado y que ha sido fuente de mil abusos de todas clases.
Para el Nuevo Testamento la palabra sacerdote solo se aplica a Cristo como sustantivo y (ya más bien como adjetivo) al pueblo de Dios como “pueblo sacerdotal”. “Mediador entre Dios y los hombres no hay más que uno”, confirma una de las cartas pastorales que son las que más hablan del ministerio eclesiástico. (1 Tim 2, 5.6). Comencemos pues nosotros, los varones ordenados, por despojarnos de esa atribución irreverente de sacerdotes.
¿Qué nombre dar entonces a los servidores de la Iglesia? En las comunidades de la Reforma ha funcionado el de “pastor” y quizás eso facilitó su apertura a la mujer. Es una palabra muy bíblica, pero no demasiado atractiva para la mentalidad moderna. El término presbítero (que propiamente significa anciano) tampoco es muy significativo para hoy, cuando los ancianos somos mucho más viejos que los de hace veinte siglos y, más que “experiencia acumulada”, sugerimos la idea de pérdida de memoria. El lenguaje popular ha acuñado también la palabra “cura” y a esa quisiera acogerme yo ahora.
La 'curación' y el 'cuidado'
Es una palabra que evoca la curación y el cuidado. Esto último muy característico de la mujer y del que nos dicen las feministas que hemos de aprender los varones. Pero además creo que define bien la misión del ministerio eclesiástico, en plena consonancia con el Nuevo Testamento: ser responsable (cuidador) de la comunidad de fieles, todos ellos muy ocupados con sus diversas profesiones, y que no se sostendrá como comunidad si alguien no asume expresamente esa tarea.
Perdona si hablo ahora de mí, pero quisiera decirte que un viejo estudio mío se titulaba precisamente “Hombres de la comunidad” y, al traducirlo al inglés, me propusieron traducir ese título como: “builders of community”, cosa que acepté en seguida agradecido. La misa nicaragüense hablaba bellamente de los cristianos como “constructores de nueva humanidad”; y para eso es preciso que en la santa Madre Iglesia haya personas que sean “constructoras de nuevas comunidades”. Ese me parece el sentido auténtico del ministerio eclesiástico.
¿Sacerdotisas o constructoras y cuidadoras?
Te comento hermano Francisco, que aquel libro suscitó en 1989 un comentario crítico de los obispos españoles de entonces; pero en él declaraban expresamente que el libro salvaba todos los límites de la ortodoxia; solo les preocupaba desde el punto de vista pastoral: porque temían que no suscitaría vocaciones. Lo cual puede sugerir reflexiones importantes sobre el sentido de la vocación; y obliga también a las mujeres a preguntarse si lo que quieren es ser sacerdotisas o ser constructoras y cuidadoras de comunidad cristiana: pues algunas (no todas) dan la impresión, por su manera agresiva de reclamar, que buscan más la gloria de la primera alternativa, que el trabajo abnegado y caritativo de la segunda.
Perdona esta reflexión, querido hermano. Pero me parecía necesaria para sacar la conclusión de que la distinción balthasariana entre “principio mariano y principio petrino” en la Iglesia, no tiene aplicación en este tema del ministerio de la mujer. A lo más (porque a estas cosas hay que darles la aplicación más estricta) podría tenerla para argüir que la mujer no podrá ser papa (Petrus); aunque me parece que esta aplicación, si algún día llega, tardará bastante en llegar. Pero ¿aceptaríamos el argumento de que una institución como Caritas, que puede ser la mejor expresión del principio mariano (por maternal y cuidadosa) solo deberían llevarla mujeres? Pues si no se acepta la exclusión en un caso, parece que tampoco en el otro.
El viejo Karl Rahner escribió (¡ya en 1971! y antes de que existieran todas estas trifulcas apasionadas) que “fundamentalmente no veo ningún motivo para contestar negativamente” a la pregunta sobre el ministerio presbiteral de la mujer
Mi impresión es más bien que, en este tema del ministerio eclesial, el principio mariano y el principio petrino, deben sumar más que contraponerse. Y me atrevo a remitirte a otro gran teólogo: el viejo Karl Rahner escribió (¡ya en 1971! y antes de que existieran todas estas trifulcas apasionadas) que “fundamentalmente no veo ningún motivo para contestar negativamente” a la pregunta sobre el ministerio presbiteral de la mujer (p. 161 de la última edición española de su Cambio estructural en la Iglesia).
Cuando Jesús instituyó la eucaristía no habló para nada de “reservar” el pan y el vino consagrados. Fue la Iglesia quien comprendió que a los enfermos o campesinos que no podían asistir a las eucaristías comunitarias, no se les podía negar la comunión. Y esa práctica trajo algunos conflictos, pero acabó imponiéndose. A mí hoy me causa dolor que algunas comunidades de vida contemplativa se vean privadas (por falta de clero, por imposibilidad de traslado de gente mayor…) de esa participación eucarística que el mismo Catecismo de la Iglesia católica califica como “corazón y cumbre de la vida de la Iglesia” (n. 1407). Creo que, como los primeros cristianos, estamos obligados a buscar un remedio a esa exclusión.
¿Es o no la voluntad de Dios?
Pongamos pues el problema donde lo situó tu predecesor Benedicto: en si es esa o no la voluntad de Dios. Pongámonos como Iglesia en estado de oración, para pedir al Señor que cumplamos Su voluntad, y luego quedémonos en paz. Porque si a alguien la prisa por resolver este problema le turba demasiado, debería recordar aquellas palabras de nuestro padre Ignacio, que tú yo podemos recordar un poco más: “todo lo que nos turba viene del demonio”. O recordar aquellas otras de la gran mujer que fue Teresa de Ávila: “la verdad padece mas no perece”: y padezcamos nosotros un poco con ella, para que no perezca.
Un gran abrazo muy agradecido.
Postdata
Quería enviarte esta carta para el 8M pero me ha surgido un problema para entonces. Para no darte más la lata, y ya que ahora estoy con la pluma en la mano (hoy sería mejor decir con el dedo en la tecla), quisiera hacerte una petición que no tiene nada que ver con lo anterior. Veo muy probable que tú acabes también dimitiendo: o por razones de salud o porque ves que ya está definitivamente implantada y consolidada esa reforma de la curia romana, que será una de tus grandes aportaciones a la Iglesia de Dios.
Me atrevo a pedir que, en ese caso, digas bien claramente que ya no eres papa y que no se puede hablar de “dos papas” como hemos venido oyendo en los años pasados. Cuando en una diócesis dimite el obispo y se le nombra un sucesor, sigue siendo obispo y cabe hablar de dos obispos: porque el obispado es un sacramento. Pero el papado no es un sacramente sino una función: con lo que el título cesa cuando se acaba esa misión, y ya no cabe hablar de papa emérito. Benedicto XVI podía ser llamado “expapa”, no papa emérito. El último papa que dimitió antes de Benedicto (San Celestino V) dejó de ser papa hasta tal punto que su sucesor (el lamentable Bonifacio VIII) lo metió en la cárcel…
Tú, en vez de meter en la cárcel a Benedicto firmaste con él una encíclica conjunta, mucho más suya que tuya. Y antes (que yo sepa) ni Clemente I, ni Benedicto IX, ni los que fueron obligados a renunciar como Silverio y Gregorio VI siguieron llamándose papas. Acabemos pues con ese lenguaje de “los dos papas” que parece elegido por los manipuladores de Ratzinger para enfrentarlo contigo, y que gustaba a los medios llamados de comunicación que prefieren mucho más las peleas que los abrazos (a menos que estos sean adulterinos, claro): porque aquellas dejan mucho más dinero que éstos y los MCS han nacido en eso que tú llamabas “un sistema que mata”.
Para todo lo anterior he encontrado palabras. Pero no las encuentro ahora para expresarte, desde mi pequeñez, una gratitud inmensa por todo el bien que has hecho a la santa Iglesia de Dios y por todo el dolor y la oposición que eso te ha costado. Acabemos como tantas cartas de san Ignacio: “que su santísima Voluntad sintamos y aquella enteramente cumplamos”. Que eso vale para todos.
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