Las falsificaciones de los talibanes afganos Falsificar la tentación sexual, el amor, la identidad y la democracia occidental

Mujeres afganas
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Falsificar la tentación sexual: para los talibanes afganos. ¿Por qué no os castráís vosotros en lugar de vestir a las mujeres como si fueran un paquete de correos cerrado por todas partes?

Falsificar el amor: para algunos papás y mamás. El amor no es posesividad aunque implica posesión gratuita. Posees porque el otro se te da, no porque tú te apropias. Así es como se juntan la posesión y el respeto.

Falsificar la identidad: "identidades asesinas". Maneras de evitar que las migraciones sean necesarias para ellos y para nosotros.

Falsificar nuestra democracia occidental: la peor de todas; e inevitable mientras nuestra hipócritamente llamada “Organización de Naciones Unidas” (ONU) sea una ONS: una Organización de Naciones Sometidas al veto de cinco poderosos

Desde que el capitalismo nos enseñó que el fin (de enriquecerse) justifica los medios, se ha ido extendiendo poco a poco ese principio a otros campos. Por ejemplo: el fin legítimo de defenderse está justificando el genocidio de Palestina y haciendo que Israel escriba una de las páginas más negras (quizá la más negra) de su historia. Pero ahora no voy a empezar por este caso sino por otro que parece importarnos menos.

1.- Falsificar la tentación sexual.

“Evitar la tentación” es el gran argumento que dan los talibanes afganos para justificar la forma como tratan a las mujeres.

Evitar la tentación es un deseo muy honesto. Y los afganos apelan a él para obligar a las mujeres a vestir ese “velo islámico integral”, envolviéndolas como una especie de paquete postal para correos, bien cerrado por todas partes (e incluso que no emite ningún sonido): como si ellas fueran cosas y no personas humanas con tanta dignidad como el varón[1]. Otra forma de convertirlas en eso que llamamos  “mujer objeto”.

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Afganas

A ver, hermanos talibanes: no quiero dudar de vuestra buena intención; pero me gustaría que comprendieseis que, a veces, el remedio puede ser mucho peor que la enfermedad. Un viejo teólogo cristiano y padre de la Iglesia (llamado Orígenes) también quiso como vosotros “evitar la tentación”; pero comprendiendo que eso no le daba derecho a maltratar a sus hermanas, lo que hizo fue castrarse a sí mismo.

Os sugiero ese mismo remedio a vosotros: tener si acaso un hijo o dos para que no desaparezca la población afgana (y que hoy demás pueden engendrarse de manera artificial) y luego castraros. No es que sea un medio legítimo ni mucho menos (esa puede haber sido una de las razones por las que la Iglesia cristiana no ha convertido a Orígenes en santo). Pero al menos es menos criminal que el anterior: porque intenta poner el remedio de las cosas en uno mismo, y no en hacer daño a los demás.

Además de eso, es señal de una ignorancia impresentable, por parte vuestra, el no saber que lo prohibido puede ser tanta tentación como lo exhibido. En este país desde el que os escribo hay una zarzuela del s. XIX (titulada El rey que rabió) en la que se cantaba: “la falda corta permite ver, hasta el tobillo de la mujer. Y se supone que el segador, se inclina tanto por ver mejor”. Hoy en día nuestras mujeres ya no levan aquellas faldas largas y nadie se siente tentado de ver sus tobillos.

¿Entendéis lo que quiero decir? La tentación puede venir por ambos excesos: de exhibición pero también de prohibición. O sea que vosotros queriendo evitarla, estáis provocándola. Y así la falsificáis.

Dicho esto quisiera rescatar también lo que hay de bueno y de razonable en vuestro propósito. Escribí hace tiempo que lo complicado de nuestra sexualidad está en que el impulso sexual muy fácilmente llega a ser más fuerte que el hombre, igual que la afectividad suele llegar a ser más fuerte que la mujer. Nuestra cultura occidental cree que eso no es verdad: desconoce el poder de imán que tiene el cuerpo de la mujer sobre el pobre macho; y pretende que no hay propiamente tentaciones que evitar, porque todos somos dueños de nosotros mismos.

Y el resultado entre nosotros está siendo una serie constante de asesinatos machistas que somos incapaces de frenar, una colección de violaciones a veces en masa, una larga lista de pederastas y un aumento desaforado de la pornografía (que además da mucho dinero). Hasta llegar a la monstruosidad de ese señor que droga a su esposa y la pone a disposición de todos los que quieran follársela. Sabía muy bien ese bestia que lo primero que busca el instinto sexual masculino no es una sonrisa, ni un beso ni una palabra de afecto, sino simplemente una vagina, como escribió lúcidamente Henry Miller y he citado otras veces. Y así producimos algunas “Marilyns Monroe” que acaban suicidándose (y hasta después de muertas tratamos de seguir aprovechándonos de ellas).

Esas cosas no se dan entre vosotros, que nos criticáis por ellas con razón, como nosotros os criticamos, también con plena razón, por la forma como tratáis a las mujeres. Pero entre nosotros se trata de casos particulares e ilegales (aunque cada vez más frecuentes), mientras que en Afganistán se trata de una norma legal para todas las mujeres.

Volviendo ahora a nosotros, lo que me duele de nuestra reacción ante vuestra salvajada machista es que nos limitamos solo a reírnos de ella y criticarla, como forma de afirmar nuestra superioridad. Pero nos importa muy poco el dolor y la humillación de todas las mujeres afganas: que se arreglen ellas.

Pues no. Y me gustaría terminar este capítulo haciendo una llamada a todas las feministas que, sorprendentemente, no se han preocupado mucho de sus hermanas afganas, las más necesitadas de liberación. Parodiemos al viejo Marx para decir aquí: “feministas del mundo entero uníos” (y ojalá que luego muchos machos se sumen a vosotras).

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Y uníos ¿para qué? Pues, aunque parezca utópico (visto el egoísmo de la política exterior de todos los imperios actuales, y vista esa ONU con párkinson que debería ser la autoridad mundial), aunque parezca utópico, para tratar de cambiar eso en Afganistán: boicoteando todo comercio de compra y venta con ese país, haciendo que se le excluya de competiciones y acuerdos internacionales, que ningún varón afgano pueda tener el más mínimo cargo o significado en ninguna entidad mundial, y otras medidas que se os ocurrirán a quienes tenéis más imaginación que yo. No para que las mujeres afganas se pongan minifalda, sino para que puedan vestir simplemente como personas humanas y no como paquetes de correo.

Sé que todo eso suena a utopía, que no todos los países se sumarán a ese proyecto, que incluso algunas mujeres también estarán en contra y que las dificultades serán muchas… Pero creo haber aprendido también que, en esta historia nuestra, solo cuando se apunta a utopías de cien se consiguen frutos de treinta o cuarenta; y cuando no se lucha no se consigue nada. Y que un pequeño respiro ya es algo cuando uno se está ahogando.

Como escribí hace bastantes años: muchas veces las utopías de hoy acaban siendo las evidencias del mañana, mientras que los realismos de hoy acaban siendo las vergüenzas del mañana. Así que, hermanas feministas, aquí hay otra “tentación que evitar”: la de no hacer nada más que críticas verbales, que a las afganas las dejan igual y a nosotros nos llevan a creernos superiores.

2.-Falsificar el amor

Creemos que la única falsificación del amor es la sexual. Con el paso de los años me ha ido sorprendiendo la falsificación de esos otros amores (paterno o materno) que consideramos como los más auténticos.

El amor no es posesividad aunque implica posesión gratuita. Posees porque el otro se te da, no porque tú te apropias. Así es como se juntan la posesión y el respeto.

Parece elemental la afirmación de que todo niño, para madurar bien, necesita un padre y una madre y tiene derecho a ellos. Lo cual no significa que todos los niños tengan eso. También necesita toda criatura una buena alimentación para crecer bien, y muchos no la tienen.

Dicho esto, me han sorprendido algunos casos de padres o madres tan posesivos que han preferido quedarse ellos solos con los hijos pequeños, y hacerles el daño de privarles de la otra columna, antes que compartirlos con su pareja. Y se han separado casi solo para eso.

He conocido cuatro casos así: tres de una madre y uno de un padre (cifra muy pequeña para generalizar si eso es más propio de ellas o de ellos: simplemente son los casos que he conocido). Lo que sí he aprendido de ahí es aquello tan propio de Jesús y que tanto molestaba a “los buenos”: que la moralidad no está simplemente en las cosas que hacemos sino también en cómo las hacemos.

Y lo que quiero añadir para terminar es bastante probable que esa posesividad acabe mal. El hijo o la hija pierden libertad y se ahogan. Con lo que suelen terminar o inmaduros y no libres, o rebeldes y enemigos de aquel progenitor que creía quererlos tanto cuando en realidad solo quería poseerlos. Lo cual suele ser un drama para él que, por querer tenerlo todo, ve ahora que se queda sin nada.

Una buena lección que necesitan saber todas las parejas.

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3.- Falsificar la identidad.

Esta, no tan reconocida, es una de las mayores tentaciones de hoy que, en definitiva, es una tentación racista: el gran analista que es Amin Maalouf ha hablado de “identidades asesinas”. Y suele concretarse hoy (aunque no exclusivamente) en el rechazo de las migraciones.

Tanto el señor Feijóo como la señora Meloni o el señor Abascal, cuando hablan de los inmigrantes dan a veces esa sensación. Y a lo mejor se les puede sugerir un método para acabar con (o disminuir mucho) las migraciones sin dar esa impresión de rechazo racista que les hace daño. Puede resultar un poco largo pero sería muy eficaz. Fíjense hermanos:

En primer lugar fomenten ustedes la natalidad. España tiene un triángulo de edad totalmente invertido: lo que tenía que ser la base más extensa está hoy en la cima (nosotros los viejos); y lo que tenía que ser el punto de arriba está en la base: casi no tenemos jóvenes. Por eso nuestro dilema como países es inmigración o muerte. Y eso solo puede arreglarse fomentando la natalidad.

Pero además, esta pirámide invertida plantea el problema de quién cuida a nuestros ancianos: dice hoy la prensa que casi cada cuarto de hora muere en España un anciano “sin percibir la atención que precisa”[2]. Hagan ustedes una encuesta sobre la gente que está trabajando como cuidadores, a ver cuántos nativos y cuántos de fuera les salen. Y tengan en cuenta que ustedes no son ya tan jóvenes. Y aunque su buen sueldo de políticos les puede evitar esa situación, nunca se sabe.

En tercer lugar vean ustedes quién hace hoy en nuestro país esos trabajos que nadie quiere hacer. Verán también como prácticamente son todos inmigrantes. Y aunque algunos optimistas aseguran que en el futuro la Inteligencia Artificial realizará todos esos trabajos, hoy no hemos llegado aún a ese futuro.

Finalmente vean quiénes son los que aceptan cobrar por debajo del salario mínimo (con trampas ya establecidas para que no se entere Yolanda), aumentando así los beneficios a algunas empresas. Y verán otra vez quiénes son.

¿Y si, además de eso,  hiciéramos una especie de "plan Marshall" para que no tengan que salir necesariamente de su propio país?

Ustedes hablan del “efecto llamada” por parte de ellos. Aunque habría mucho que discutir sobre quién ha creado realmente esa llamada, el caso es que, desde nosotros, debemos hablar de un “efecto necesidad”. Eliminen ustedes ese efecto y verán cómo los inmigrantes disminuyen, sin necesidad de hacer esos discursos racistas de que todos ellos son delincuentes o criminales.

La antigua ascética, que era muy sabia, ya decía que una manera de eliminar la tentación es ponerse delante una meta bien atractiva que sustituya el atractivo de la tentación. No he querido más que aplicar ese viejo principio, ya que ustedes presumen de tradicionales. Evitarían así esa acusación citada, tan seria y tan real, de “identidades asesinas” que se refleja en el lenguaje de algunos políticos: para votar una ley no nos importa que sea justa, buena para el pueblo y éticamente recomendable; lo único que nos importa es qué van a darnos a cambio de ese voto. ¿No es así, hermana Míriam?

Bueno pues: “por su bien se lo digo”.

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4.- Falsificar la democracia occidental.

De todas maneras la falsificación más seria y más trágica de hoy no es ninguna de las anteriores sino esa otra a que aludí al principio y en la que estamos volviendo a caer, como nos pasó con Hitler: tolerar el nazismo del señor Netanyahu que nos puede llevar y nos está llevando a una nueva guerra mundial.

Pero debo reconocer que esa tentación no sé cómo evitarla, mientras nuestra hipócritamente llamada “Organización de Naciones Unidas” (ONU) sea una ONS: una Organización de Naciones Sometidas al veto de cinco poderosos. Y eso no creo que pueda arreglarse con que la secretaria de esa falsa ONU sea una mujer: símbolo bonito, sin duda, pero ineficaz.

Quedaría entonces el recurso de que todos los países del mundo decidan marcharse de la ONU mientras los cinco poderosos no renuncien a su criminal derecho de veto. Pero claro, esto es aún más utópico que todo lo anterior. De modo que, como decía un chiste viejo a propósito de un avión con los motores estropeados, a lo mejor no nos queda más que decir aquello de “Señor mío Jesucristo”…  No será una manera de evitar la tentación pero, al menos, puede serlo de pedir perdón… Lo malo es que, también según la ascética tradicional, si eso se dice sin propósito de enmienda tampoco sirve para nada.

O sea que, según parece, “jodidos estamos”.

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[1] Pueden verse unas fotografías en https://elpais.com internacional, del 23 de agosto. Afganistán

[2] La Vanguardia, 24.09.24, p. 18

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