Para no vivir en la hostilidad sistemática ¿Indultos, insultos o incultos?
Antes que un conflicto entre Cataluña y el Estado, hay un conflicto interior a Cataluña. Incluso hay un conflicto en el seno del independentismo, entre los herederos de la antigua CiU y las izquierdas independentistas, ambos grupos distan entre sí como pueden distar Pablo Casado y Pablo Iglesias, por más que coincidan en el nombre propio.
Estamos ante una decisión enormemente compleja y resbaladiza, donde sería más ética y más útil la buena voluntad de todos que el empeño por convertir semejante problema en una baza electoral
La justicia no consiste en (ni aspira a) hacer sufrir al otro, sino a cambiar al otro
Seríamos todos mucho más felices si tratáramos de ser hermanos, iguales y libres, en vez de empeñamos en ser enemigos, opresores y esclavos de nosotros mismos
La justicia no consiste en (ni aspira a) hacer sufrir al otro, sino a cambiar al otro
Seríamos todos mucho más felices si tratáramos de ser hermanos, iguales y libres, en vez de empeñamos en ser enemigos, opresores y esclavos de nosotros mismos
| José I. González Faus teólogo
Creo estar indiferente ante el hecho de una Cataluña democráticamente independizada: porque la democracia es un valor superior a los nacionalismos. Y si alguien no me cree eso, piense al menos que, dada mi mucha edad, se trata de algo que no llegaré a ver. Pero no puedo estar indiferente ante aquello que se hace de maneras éticamente incorrectas. Por esta razón fui crítico no con el independentismo (pues es un derecho ciudadano) sino con el modo como se llevó a cabo. Esto me costó varias bofetadas. Pero sigo creyendo que:
- Los independentistas cometieron un claro delito. No son pues “presos políticos” sino políticos delincuentes. El preso político lo es por pensar de manera distinta y expresarlo; y al menos dos millones de catalanes son y se proclaman independentistas y no están en la cárcel por eso. El delincuente lo es por actuar de una manera ilegal: podrá ser entonces objetor de conciencia, pero no preso político.
- Los que marcharon al extranjero no son, por tanto, exiliados sino simplemente huidos. Y esa misma huida secreta confirma su conciencia de haber delinquido.
- Muchos juristas internacionales (españoles y extranjeros) niegan que exista un “derecho a decidir” tal como lo siguen invocando los independentistas. Un derecho que no está universalmente reconocido no puede esgrimirse como justificación de un modo de actuar. Antes que un referéndum haría falta, pues, un debate académico público sobre el contenido y los límites de ese derecho.
- He sido además testigo (y a veces “paño de lágrimas”) de la persecución y el mal trato (profesional o personal) que han sufrido algunos catalanes (bien catalanistas) por ser contrarios a la independencia. Por eso sostengo que, antes que un conflicto entre Cataluña y el Estado, hay un conflicto interior a Cataluña. Incluso hay un conflicto en el seno del independentismo, entre los herederos de la antigua CiU y las izquierdas independentistas, ambos grupos distan entre sí como pueden distar Pablo Casado y Pablo Iglesias, por más que coincidan en el nombre propio.
- Los independentistas saben por las encuestas que el número de ciudadanos que están a su favor, no llega al 50%: la última encuesta tras la constitución del Govern arrojaba un 48’7 en contra y un 44’9 a favor de la independencia. No obstante, la famosa ley D’Hont (que favorece a las demarcaciones menos pobladas donde, con menos votos es más fácil obtener un escaño), les permite alcanzar una exigua mayoría parlamentaria. Pero se trata de una mayoría política, no ciudadana. No cabe pues hablar de “un mandato democrático del pueblo catalán”.
Todo eso no me impide reconocer, por otro lado, que:
- La sentencia del “procés” fue desproporcionada. Aplicando la vieja norma romana (“in dubio pro reo”) se les debió condenar solo por un delito de desobediencia. La sedición es un delito muy mal definido en nuestra Constitución. Y no hay tradición jurídica que permita precisar la cuantía de sus penas. Queriendo o sin querer, quizás por esa falta de jurisprudencia acumulada, la sentencia dio la impresión de tener más de revancha que de equidad.
- Esta ambigüedad en torno al concepto de sedición no la considera para nada ni la resuelve el informe del Tribunal Supremo y ello resta contundencia ese informe.
- Tampoco me parece impedimento para el indulto el dato de que “no han reconocido su culpa”. Algunos la reconocen en privado y eso se refleja en un cambio de actitudes y, a veces, hasta de tono. Pero reconocerla públicamente, después de todo lo que engañaron y manipularon a sus votantes, podría resultar catastrófico para ellos y para su causa. Lo de “ho tornarem a fer” es, en bastantes casos, una especie de bravata autojustificativa. Y a la calidad de una sentencia pertenece no solo el conocimiento pleno de la ley, sino también el conocimiento perfecto de la situación que juzga. Por esta razón, tampoco me resulta contundente el informe del Supremo.
- Casado no puede pretender que el indulto sería una ofensa a todos los españoles, porque eso sería conceder la independencia antes de tiempo a los catalanes. Ese lenguaje es tan impropio como el del “mandato democrático” que pretenden tener los independentistas. Una vez que superamos aquello de “l’Etat c’est moi”, es preciso superar la variante de que “España soy yo y los míos” o “Cataluña soy yo y los míos”.
- Tampoco se puede pretender que el indulto sería una ilegalidad, porque el informe del T.S no es vinculante.
Nada de lo antedicho significa que el indulto sea una cosa fácil y evidente. Sino que estamos ante una decisión enormemente compleja y resbaladiza, donde sería más ética y más útil la buena voluntad de todos que el empeño por convertir semejante problema en una baza electoral. Es posible que Pedro Sánchez mintiera antes o mienta ahora. Pero es también posible que la evolución de los hechos en Cataluña le haya llevado a un cambio de opinión. Y resulta contradictorio atacarle, a la vez, diciendo que busca el indulto para asegurase el poder y que ese indulto será su ruina política. ¿En qué quedamos? ¿Para qué lo busca entonces?
Personalmente sí creo probable que el indulto suponga para Sánchez un gran precio en su carrera política. Pero si, consciente de ese riesgo, tomara esa decisión por razones de distensión, de facilitar la convivencia (y hasta de reparar una posible sentencia injusta) será para mí un ejemplo de honestidad política más que un traidor.
Esto lo dice alguien que nunca ha votado a Sánchez ni piensa votarle (entre otras razones porque su progresismo me parece más burgués que social y porque aún no ha abordado la supresión de injusticias tan serias como la de la llamada “ley mordaza” y la ley de reforma laboral). Creo que no estoy hablando a favor de Sánchez sino a favor de que la justicia no se convierta en venganza. Puede ser bueno recordar que la justicia no consiste en (ni aspira a) hacer sufrir al otro, sino a cambiar al otro. Es cierto que, en algunos casos, hay dolores que pueden ayudarnos a cambiar. Pero eso es muy distinto de ese: “ahí te pudras”, que es como hoy conciben muchos la justicia y como se quiere incitar a muchos españoles contra el indulto.
En este sentido el indulto puede ser un intento desesperado (pero quizá necesario) de crear unas condiciones que faciliten un diálogo en el que se llegue a aquella meta que formulaba así el gran Pasqual Maragall: “suficiente para los unos y aceptable para los otros”. Sabiendo que, cuando se emprende un diálogo auténtico, nunca se sabe bien cómo se va a acabar. Y ojalá se acabe en la posibilidad de un referéndum legal, que tenga cabida en nuestra Constitución.
Hay que reconocer también que el mayor obstáculo a ese diálogo no está solo en el grupo PP, Vox, Ciudadanos, sino también en un sector del independentismo, movido por el resentimiento y la egolatría, que está dispuesto a imponer su voluntad como sea, pero que tampoco representa la totalidad del independentismo que, como se ha visto, bien dividido está. Quien dice públicamente “que el indulto se lo metan por el culo”, debería haber dicho más humilde y más humanamente, algo así: si me dan un indulto yo no lo aceptaré.
Para dificultar más las cosas, todo eso está sucediendo en unos momentos en que el debate político se ha degradado, pervirtiéndose en un halagar las más bajas pasiones de los ciudadanos. El pasado jueves 27, una catalana (expolicía y actual concejal en Palma de Mallorca) denunciaba eso mismo en “La Contra” de La Vanguardia. Eso parece garantizar más votos que el esfuerzo por la razonabilidad y la verdad. Pero convendría no olvidar que el mayor y más racista dictador que hemos conocido llegó al poder no por un golpe de estado, sino por unas elecciones democráticas. Y no es un caso único. Este puede ser el verdadero significado de ese neologismo actual: “populismo”, que recoge simplemente lo que antaño se llamaba demagogia.
Todas estas reflexiones no pretenden dar un sí ciego al indulto sino contrapesar el no ciego y apasionado de sus detractores. Como ya dije, de lo que estoy a favor es de la concordia y la reconciliación. Al profano ya no le toca declarar cómo se ha de hacer, pero sí pedir que se estudien fórmulas: caso por caso, quizá con indultos parciales, o una modificación del delito de sedición y sus penas, que permitiera convertir el indulto en una corrección de una sentencia injusta, o un indulto que cese si hay reincidencia en la conducta anterior (cosa que no sé si es jurídicamente posible). No sé.
Pero sí sé que vivir en la hostilidad sistemática, en la agresividad vocinglera y en la demagogia, no nos llevará a ningún buen puerto. Lo de “España va bien” solo puede decirse porque hay más justicia, más paz y más universalidad; no simplemente porque gobierno yo.
En cualquier caso, sí que soy partidario de tender una mano; y si los otros no la aceptan allá ellos. Porque seríamos todos mucho más felices si tratáramos de ser hermanos, iguales y libres, en vez de empeñamos en ser enemigos, opresores y esclavos de nosotros mismos.