"¿Quieren la libertad? ¡Sean buscadores y testigos de la verdad!" El Papa recuerda el proyecto de la fe respecto a la casa común: "Gratitud, misión y fidelidad"

El Papa a su llegada a Lovaina
El Papa a su llegada a Lovaina

"La guerra es la expresión más brutal del mal; como lo son también  la corrupción y las modernas formas de esclavitud"

"Nosotros los cristianos sabemos que el mal no tiene la última palabra, sino que, como se dice,  tiene los días contados. Esto no quita nuestro compromiso, al contrario, lo aumenta: la esperanza es  nuestra responsabilidad"

"Estamos en el mundo para custodiar su belleza y  cultivarla para el bien de todos, sobre todo para la posteridad, en un futuro cercano"

"El desarrollo integral se apela a nuestra santidad: es vocación a la vida justa y feliz, para  todos"

"La mujer se encuentra en el centro del acontecimiento salvífico. Del “sí” de  María, Dios en persona viene al mundo. La mujer es acogida fecunda, cuidado, entrega vital"

Tras reunirse ayer con los profesores, hoy el Papa Francisco se ha encontrado con los estudiantes de la Universidad de Lovaina, a los que propone el proyecto de la fe respecto a la casa común, condensado en tres palabras: "Gratitud, misión y fidelidad". También recuerda ante ellos que "la guerra es la expresión más brutal del mal; como lo son también  la corrupción y las modernas formas de esclavitud" y aborda el tema de la mujer en la Iglesia: ""La mujer se encuentra en el centro del acontecimiento salvífico. Del “sí” de  María, Dios en persona viene al mundo. La mujer es acogida fecunda, cuidado, entrega vital".

Boletín gratuito de Religión Digital
QUIERO SUSCRIBIRME

Discurso de bienvenida de la Rectora Françoise Smets


Santo Padre, Querido Papa Francisco,

Con alegría y gratitud, la comunidad universitaria de Lovaina le da hoy la bienvenida a Lovaina la Nueva.

Gracias por venir a celebrar con nosotros el aniversario de nuestra Universidad, cuya bula de fundación fue firmada por el Papa Martín V hace casi 600 años.

Muchos de nosotros recordamos la visita de su predecesor Juan Pablo II en mayo de 1985. Fue un momento inolvidable de emoción compartida para nuestra comunidad y para la joven ciudad de Lovaina la Nueva, que ha crecido considerablemente desde entonces.

Este encuentro nos brinda la oportunidad de debatir con ustedes algunas de las grandes cuestiones a las que todos nos enfrentamos hoy, especialmente las generaciones más jóvenes, que están bien representadas en esta sala.

Somos conscientes de la emergencia climática. Los datos científicos nos advierten de que sobrepasar los límites del planeta supone una grave amenaza para las poblaciones y el equilibrio de los ecosistemas. Como comunidad científica, tenemos la gran responsabilidad de compartir los hechos probados de forma rigurosa, crítica y comprensible. Es nuestro deber ayudar a la sociedad a abrir los ojos. Pero nuestra responsabilidad no acaba ahí. También significa contribuir al cambio a través de la investigación, la docencia y los servicios a la sociedad. Nuestra universidad está definitivamente comprometida. Todo esto enlaza con su llamamiento en Laudato si', la Encíclica dedicada a lo que ustedes llaman «el cuidado de la Casa Común» (y cito textualmente): «Debido a la cantidad y variedad de elementos que hay que tener en cuenta, a la hora de determinar el impacto ambiental de una actividad empresarial concreta se hace indispensable dar un papel destacado a los investigadores y facilitar su interacción, con amplia libertad académica». Fin de la cita.

Usted se dirige a nosotros con palabras fuertes en la Encíclica (cito textualmente): «Estas situaciones (de desigualdad) provocan los gemidos de la hermana tierra, que se unen a los gemidos de los abandonados del mundo, con un lamento que nos pide a gritos otro rumbo. Nunca hemos maltratado y ofendido nuestra casa común como en los dos últimos siglos». Fin de la cita.

Los miembros de la comunidad universitaria se dejaron interpelar. Se reunieron en torno a cinco temas: las raíces filosóficas y teológicas de la crisis climática, el lugar de las emociones y el compromiso, la cuestión de la desigualdad, el lugar de las mujeres y las actitudes de sobriedad y solidaridad ante la emergencia climática.

Esta reflexión ha dado lugar a una carta que nos complacerá compartir con ustedes en breve.

Santo Padre, Querido Papa Francisco, En sus 600 años de existencia, nuestra Universidad siempre ha buscado mantenerse innovadora y pionera, evolucionando con la sociedad e inspirando a las nuevas generaciones. Una Universidad rica en historia y proyectada hacia el futuro, decididamente abierta a todos, atenta a la diversidad de culturas y filosofías y reflejo de nuestra sociedad.

Una Universidad que, por tanto, seguirá desempeñando más que nunca su papel en la sociedad, también en los desafíos de la transición ambiental y social.

Gracias, querido Papa Francisco, por su presencia y por su bienvenida a nuestra «casa común», ¡la de nuestra tierra compartida!

El Papa en Loovaina
El Papa en Loovaina

Discurso papal

Queridos hermanos y hermanas, buenos días. 

Gracias, señora Rectora, por sus amables palabras. Queridos estudiantes, me alegra  encontrarme con ustedes y escuchar sus reflexiones. En esas palabras percibo pasión y esperanza,  deseo de justicia, búsqueda de la verdad. 

Entre los temas que ustedes afrontan, me ha impresionado la cuestión sobre el futuro y la  angustia. Vemos bien cuán violento y arrogante es el mal que destruye el medioambiente y los  pueblos. Pareciera que no conoce freno. La guerra es su expresión más brutal; En un país que no nombraré, el negocio de las armas es el más boyante; como lo son también  la corrupción y las modernas formas de esclavitud. En ocasiones estos males contaminan la misma  religión, convirtiéndola en un instrumento de dominio. Pero esto es una blasfemia. La unión de los  hombres con Dios, que es Amor salvífico, se vuelve una esclavitud. Incluso el nombre del padre, que  es revelación de cuidado, se vuelve expresión de prepotencia. Dios es Padre, no un patrón; es Hijo y  Hermano, no un dictador; es Espíritu de amor, no de dominio. 

Nosotros los cristianos sabemos que el mal no tiene la última palabra, sino que, como se dice,  tiene los días contados. Esto no quita nuestro compromiso, al contrario, lo aumenta: la esperanza es  nuestra responsabilidad. Porque la esperanza no defrauda jamás. 

A este respecto, me preguntan qué relación hay entre cristianismo y ecología, es decir, qué  proyecto tiene nuestra fe respecto a la casa común de toda la humanidad. Lo diría en tres palabras:  gratitud, misión y fidelidad. 

La primera actitud es la gratitud, porque esta casa nos ha sido donada; no somos patrones,  somos huéspedes y peregrinos en la tierra. El primero en hacerse cargo de nosotros es Dios; nosotros  somos ante todo cuidados por Dios, que creó la tierra y —dice Isaías— “no la creó vacía, sino que la  formó para que fuera habitada” (Is 45,18). Y el salmo octavo está lleno de asombrada gratitud: «Al  ver el cielo, obra de tus manos, / la luna y las estrellas que has creado: / ¿qué es el hombre para que  pienses en él, / el ser humano para que lo cuides?» (Sal 8,4-5). ¡Gracias, Padre, por el cielo estrellado  y por la vida en este universo! 

La segunda actitud es la misión. Nosotros estamos en el mundo para custodiar su belleza y  cultivarla para el bien de todos, sobre todo para la posteridad, en un futuro cercano. Este es el  “programa ecológico” de la Iglesia. Pero ningún plan de desarrollo podrá llevarse a cabo si en nuestras  conciencias permanece la arrogancia, la violencia y la rivalidad. Es necesario ir a la fuente de la  cuestión, que es el corazón del hombre. De ahí viene también la dramática urgencia del tema  ecológico: de la arrogante indiferencia de los poderosos, que antepone siempre los intereses  económicos, el negocio. Mi abuela decía siempre: Está atento en la vida, porque el diablo entra por el bolsillo.

Mientras sea así, toda exhortación será silenciada o sólo será acogida en la medida en que sea conveniente al mercado. La espiritualidad del mercado. Y mientras el mercado esté en primer lugar, nuestra casa común  sufrirá injusticia. La belleza del don exige nuestra responsabilidad: somos huéspedes, no dueños  absolutos. En este sentido, queridos estudiantes, consideren la cultura como cultivo del mundo, no  sólo de las ideas.  

Aquí está el desafío del desarrollo integral, que requiere la tercera actitud: la fidelidad.  Fidelidad a Dios y al hombre. Este desarrollo, en efecto, se refiere a todas las personas en todos los  aspectos de su vida: física, moral, cultural, sociopolítica; y a esto se opone cualquier forma de  opresión y de descarte. La Iglesia denuncia estos atropellos, comprometiéndose ante todo en la  conversión de cada uno de sus miembros, de nosotros mismos, a la justicia y la verdad. En este  sentido, el desarrollo integral se apela a nuestra santidad: es vocación a la vida justa y feliz, para  todos. 

La opción a realizar, por tanto, está entre manipular la naturaleza y cultivar la naturaleza, a  partir de nuestra naturaleza humana; pensemos en la eugenesia, los organismos cibernéticos, la  inteligencia artificial. La opción entre manipular y cultivar concierne también a nuestro mundo  interior. 

Pensar en la ecología humana nos lleva a abordar una temática que les preocupa a ustedes y  más todavía a mí y a mis predecesores: el papel de la mujer en la Iglesia. Pesan aquí agresiones e  injusticias, junto con prejuicios ideológicos. Por eso es necesario recuperar el punto de partida: quién  es la mujer y quién es la Iglesia. La Iglesia es mujer. La Iglesia es el pueblo de Dios, no una empresa multinacional. La  mujer, en el pueblo de Dios, es hija, hermana, madre. Como yo soy hijo, hermano, padre. Estas son  relaciones que expresan nuestro ser imagen de Dios, hombre y mujer, juntos, no separadamente. Las  mujeres y los hombres son personas, no individuos; están llamados desde el “principio” a amar y ser  amados. Una vocación que es misión. Y de aquí viene su papel en la sociedad y en la Iglesia (cf. S.  Juan Pablo II, Carta. ap. Mulieris dignitatem, 1). 

Lo que es característico de la mujer, es decir, lo que es femenino, no está establecido por el  consenso ni por las ideologías. Y la dignidad está asegurada por una ley originaria, no escrita en el  papel, sino en la carne. La dignidad es un bien inestimable, una cualidad originaria, que ninguna ley  humana puede dar o quitar. A partir de esta dignidad, común y compartida, la cultura cristiana elabora  siempre nuevamente, en los diferentes contextos, la vocación y misión del hombre y de la mujer y su  ser recíproco para el otro, en la comunión. No el uno contra el otro, en reinvindicaciones opuestas,  sino el uno para el otro. 

Recordemos que la mujer se encuentra en el centro del acontecimiento salvífico. Del “sí” de  María, Dios en persona viene al mundo. La mujer es acogida fecunda, cuidado, entrega vital. Por eso, no está bien que la mujer quiera hacer de hombre. Abramos  los ojos ante tantos ejemplos cotidianos de amor: en la amistad y el trabajo, en el estudio y la  responsabilidad social y eclesial, en la esponsalidad, la maternidad y la virginidad por el Reino de  Dios y por el servicio. La Iglesia es mujer.

Ustedes mismos están aquí para crecer como mujeres y como hombres. Están en camino, en  formación como personas. Por eso su itinerario académico comprende distintos ámbitos:  investigación, amistad, servicio social, responsabilidad civil y política, expresiones artísticas, entre  otros.  

Pienso en la experiencia que viven cada día en esta Universidad Católica de Lovaina, y  comparto tres aspectos, sencillos y decisivos, de la formación: ¿cómo estudiar?, ¿por qué estudiar?,  ¿para quién estudiar? 

Cómo estudiar: como en cada ciencia, no hay sólo un método, sino también un estilo. Cada  persona puede cultivar el suyo. El estudio, en efecto, es siempre un camino al conocimiento de uno  mismo y de los demás. Pero también hay un estilo común, que se puede compartir en la comunidad universitaria. Se  estudia juntos: gracias a quien ha estudiado antes que yo —docentes, compañeros más avanzados—,  con quien estudia a mi lado, en el aula. La cultura como cuidado de uno mismo comporta un cuidado  mutuo. Es el diálogo, no la guerra entre profesores y estudiantes. 

Segundo: por qué estudiar. Hay un motivo que nos impulsa y un objetivo que nos atrae. Es  necesario que sean buenos, porque de ellos depende el sentido del estudio, la dirección de nuestra  vida. A veces estudio para encontrar un determinado tipo de trabajo, pero termino por vivir en función de eso. Nosotros mismos nos convertimos en la “mercancía”. No se vive para trabajar, sino que se  trabaja para vivir; es fácil decirlo, pero implica esfuerzo ponerlo en práctica con coherencia. Tenéis que aprender a ser coherentes.

Tercero: para quién estudiar. ¿Para uno mismo? ¿Para dar cuentas a los demás? Estudiamos  para ser capaces de educar y servir a los demás, sobre todo con el servicio de la competencia y del  juicio autorizado. Antes de preguntarnos si estudiar sirve para algo, preocupémonos de servir a  alguien. ¿A quién sirvo yo? Entonces el título universitario certifica una capacidad para el bien común.

Queridos estudiantes, es una alegría para mí compartir con ustedes estas reflexiones. Y  mientras lo hacemos percibimos que hay una realidad más grande que nos ilumina y nos supera: la  verdad. ¿Qué es la verdad?, preguntaba Pilatos. Sin la verdad, nuestra vida pierde sentido.

El estudio tiene sentido cuando busca la verdad, y  buscándola se comprende que estamos hechos para encontrarla. La verdad se hace encontrar; es  acogedora, disponible, generosa. Si renunciamos a buscar juntos la verdad, el estudio se convierte en  un instrumento de poder, de control sobre los demás. Os confieso que me entristece cuando encuentro universidades que sólo preparan estudiantes para ganar dinero o poder. No sirve, sino que domina. En cambio, la verdad  nos hace libres (cf. Jn 8,32). ¿Quieren la libertad? ¡Sean buscadores y testigos de la verdad! Tratando  de ser creíbles y coherentes por medio de las decisiones cotidianas más sencillas. Así esta se volverá,  cada día, lo que quiere ser, es decir, una Universidad católica. 

Adelante y no entrar en las luchas y en las dicotomías ideológicas. Y no olvidéis: la Iglesia es mujer. Gracias por este encuentro. Los bendigo de corazón, a ustedes y a vuestro camino de  formación. Y les pido que no se olviden de rezar por mí. Gracias. 

Volver arriba