La chilena que habló frente al Papa en la cárcel de mujeres de Santiago en 2018 Janeth Zurita: De la mano de Dios, recupera su libertad y a su hijo
Janeth Zurita, la chilena que habló frente al Papa en la cárcel de mujeres de Santiago en 2018, está por romper definitivamente el círculo de la exclusión social
Hoy cumple su décimo año de una condena por narcotráfico y, sin embargo, mira con esperanza aquel destino que logró cambiar tras conocer a Dios
En su camino de rehabilitación la presencia de una religiosa ha sido fundamental
En su camino de rehabilitación la presencia de una religiosa ha sido fundamental
| Felipe Herrera-Espaliat
(Vatican News).- “Si yo no hubiese caído en la cárcel, quizás nunca hubiese podido estudiar”. La frase de Janeth Zurita es paradójica, porque en Chile el pagar una condena en prisión suele profundizar la exclusión social más que facilitar la reinserción de quienes han quebrantado la ley.
Sin embargo, este no es el caso de esta mujer de 37 años que lleva casi una década encarcelada, pero también tres años cursando una carrera profesional de Estética. Contra todo pronóstico y tendencia, ella está rompiendo el círculo de la injusticia, la pobreza y la delincuencia, por medio de su esfuerzo personal y -según su propio testimonio- con la clara intervención de Dios.
Aunque casi la mitad de las mujeres que cumplen una condena en Chile vuelven a caer en la cárcel por falta de oportunidades que las obliga a reincidir en el delito, la “Zurita” -como es conocida por todos- sigue firme el camino de su rehabilitación.
La dureza de su vida marcada por la precariedad material y de su entorno social no ha logrado que la amargura eche raíces en su corazón, antes bien, es una persona que transmite una potente energía vital, la que se refleja cada vez que comparte su testimonio de superación, siempre marcado por los sellos de la fe y del optimismo. Así se lo dejó claro al Santo Padre y a miles de personas que siguieron la histórica primera visita del Papa Francisco a una cárcel de mujeres. Fue el martes 16 de enero de 2018 cuando Janeth pronunció delante del Sucesor de Pedro un discurso representando a todas sus compañeras de reclusión.
Desde entonces nada detiene a la Zurita. Está dispuesta a salir definitivamente de la cárcel con la frente en alto, con un título profesional bajo el brazo y habiendo sanado los vínculos con su hijo, al que tuvo que dejar cuando cayó presa por tráfico de drogas.
Herida desde la cuna
Janeth era solo una bebé cuando a principios de los años 80 su padre fue encarcelado tras cometer un robo con intimidación. “Siempre lo iba a ver a la cárcel, desde que tengo uso de razón que yo piso la cárcel”, relata esta mujer que nació en uno de los sectores más pobres de la capital chilena. Siendo la mayor de cuatro hermanos, creció bajo el cuidado de sus abuelos, mientras su madre salía a ganarse el alimento de la familia como vendedora ambulante en el centro de Santiago. Era un oficio tan inestable como arriesgado, porque por ser ilegal debía escapar permanentemente de los controles de la policía que, cuando la atrapaban, la arrestaban y le requisaban su mercadería. Así ocurrió en muchas ocasiones, como una triste noche de año nuevo que Janeth recuerda con especial dolor, cuando su mamá no llegó a casa para darle el abrazo porque había sido detenida.
Pese a la adversidad, Janeth terminó su educación escolar, al mismo tiempo que su papá cumplía 18 años de condena y salía de la cárcel. Claro que después de la escuela no había más horizontes para ella. “¿Cómo íbamos a salir adelante si no había plata para pagar los estudios?”, explica, añadiendo que aun hoy ese es el destino más corriente de miles de jóvenes que en Chile forman parte de los descartados del desarrollo. Sin embargo, el regreso de su padre a la casa y la ayuda económica que él podía aportar dio cierto alivio material, aunque solo por poco tiempo. Cuando Janeth tenía 22 años su papá fue asesinado y junto con ese dolor, como familia debieron enfrentar una nueva etapa de extrema precariedad.
“Yo quería que mis hermanos pequeños no pasaran necesidades, que tuvieran todo, que pudieran entrar a la universidad, pagarse una carrera”, relata Janeth al describir el itinerario que la llevó a vincularse con el mundo delictivo. Sabe que su buena intención no justifica el camino errado que tomó: el tráfico de drogas. De hecho, ella hace hincapié en que este delito es la causa más habitual por la que las mujeres en Chile son condenadas a prisión. “La mayoría lo hace por salir de la pobreza. ¡Pero claro que es una muy mala manera de salir de la pobreza, porque lamentablemente una lo ve de otra forma, y una se equivoca! Yo me equivoqué”, reconoce sin matices.
La Zurita nunca realizó transacciones de droga directamente en las calles, por lo que no tenía contacto ni con los compradores y menos aun con los consumidores. Ella más bien coordinaba una red de distribuidores, una actividad que ejerció durante cinco años hasta que en junio de 2010 fue detenida y condenada a 15 años de privación de libertad. Así, comenzaba el periodo más difícil y oscuro de su vida, pero también el que le guardaba desafíos que podrían cambiar su destino.
Tenía 27 años y un hijo que aun no cumplía dos. Separarse de él, pese a que quedaría al cuidado de su madre, fue el dolor y la angustia más grande que llevó consigo a su celda en el Centro Penitenciario Femenino de Santiago. Fue un golpe desgarrador que la hizo comprender aquello que años más tarde le diría al Papa, que “los niños y niñas son los que más sufren cuando se les arranca del lado de su madre, cuando ya no está la mujer que vela por ellos, la que cuida sus sueños, la que les da el amor y el cuidado que necesitan. Porque nada ni nadie reemplaza a una madre”.
Del daño a la conversión
Janeth confiesa que sus primeros tres años en la cárcel fueron de mucha pasividad, pues ni siquiera aceptaba realizar los trabajos remunerados que se ofrecían dentro del penal. Le bastaba con la ayuda económica que le venía de afuera para, incluso, pagarles a otras reclusas para que limpiaran su celda. Ni a eso se animaba.
Del trabajo pudo escapar, pero no de la cruda realidad de aquellas otras personas que compartían sus tediosos días de condena. Solo una vez que estuvo detrás de las rejas pudo conocer de primera mano las historias, los rostros y el dolor de quienes eran adictas a la droga. Muchas de sus más de 600 compañeras de reclusión, aun dentro de la cárcel, lograban conseguir sustancias para seguir consumiendo, y lo hacían a cualquier precio. Hasta entonces no había tomado conciencia del deterioro físico, psíquico y humano de quienes habían sido sus clientes finales en el mundo del tráfico de estupefacientes.
“Yo veía cómo se habían destruido con la droga, pasando noches sin dormir, días sin comer, perdiendo peso. En ese momento hice el ‘clic’ y vi cómo uno hace mucho daño vendiendo droga, y me dije que no podía seguir en esto. El temor de que mi hijo cayera en la droga creo que fue lo que me hizo aterrizar, poner los pies en la tierra”, relata con tristeza.
A Janeth se le hizo habitual acompañar a las mujeres que padecían los efectos de la droga al interior de la cárcel. Por ejemplo, debía contenerlas cuando, producto de la angustia por la privación de los estupefacientes, se autolesionaban con cuchillos o intentaban ahorcarse. Era un modo de reparar el daño y de compadecerse del sufrimiento de aquellas que corrían su misma suerte, y por eso puntualiza que “en esos momentos yo siempre traté de estar con las que más pude, para apoyarlas, para que no se cortaran, para que no hicieran ese tipo de cosas, y siempre aconsejándolas para el futuro, para el bien, y explicándoles que eso no es para nosotras, que eso no es vida”.
El entorno y la dinámica de permanente desolación hicieron que la Zurita se sintiera cada vez más vacía, al punto de cuestionarse por qué Dios estaba enojado con ella, castigándola de ese modo. Intentó encontrar respuestas compartiendo con las comunidades cristianas evangélicas que visitaban el penal, ya que era la misma religión que se profesaba en su hogar, pero no halló lo que buscaba. Solo cuando una de sus amigas la invitó a participar de la misa dominical, tuvo un encuentro personal y significativo con el Señor al escuchar su Palabra.
“En esa misa no podía parar de llorar, pese a que nunca me ha gustado que me vean llorar los demás, porque en la cárcel una siempre se pone una coraza para mostrarse dura. Sin embargo, yo lloré, me desahogué y sentí a Dios dentro de mí. Y así comencé a ir todos los domingos a la misa”, afirma Janeth, quien además señala a Nelly León como una de las principales responsables de esa renovada vivencia de su fe.
La hermana Nelly, o la “Madre” como la llama Janeth, es una religiosa de la Congregación del Buen Pastor que ha consagrado su vida para abrir horizontes a las mujeres que están tanto en la cárcel como a aquellas que deben reinsertarse en la sociedad después de haber cumplido sus condenas. Fue precisamente la hermana Nelly la que le dio a la Zurita su primer trabajo remunerado dentro de la cárcel: el cuidado del aseo de la capilla, un recinto para más de 250 personas que debía permanecer impecable para los servicios litúrgicos y las reuniones comunitarias.
Su buen desempeño le ganó no solo la confianza y el cariño de la religiosa, sino también su amistad y sana complicidad. “Fuimos creando un lazo muy bonito. Ella siempre me apoyó cuando yo pasaba por periodos de tristeza”, detalla Janeth con emoción al hablar de esta verdadera madre que ella y decenas de internas han tenido durante su privación de libertad. Se trata de la misma religiosa que denunció delante del Papa Francisco que “en Chile se encarcela la pobreza”, sintetizando en una frase que quedó para la posteridad las historias de miles de personas que terminaron encarceladas, simplemente porque sus vidas heridas por la exclusión social no les dejó otro camino.
“Mujer, levántate”
Su buena conducta, su evidente progreso en responsabilidad y su espíritu de superación hicieron que hace tres años Janeth obtuviese el beneficio de pasar a un sistema de reclusión semiabierto. Así llegó a un centro llamado Talita Kum, donde convive con otras 50 mujeres que, como ella, trabajan y se preparan para reintegrarse en el mediano plazo a la vida social. Este régimen penitenciario les permite salir cotidianamente e, incluso, pasar algunas noches en las casas de sus familias.
Desde entonces la Zurita combina sus labores de aseo en una industria con los estudios en un prestigioso centro de formación profesional. De allí espera egresar este 2020 como experta en estética y belleza, capacitada para ejercer labores de peluquería, cosmetología, manicure y masoterapia, entre otras disciplinas.
“Siento que Dios lo planeó todo con mis estudios. Él puso a todos los ángeles en mi camino y abrió las puertas”, asegura Janeth cuando cuenta los esfuerzos por conseguir los costosos materiales para sus prácticas profesionales.
Los gastos de la carrera los ha podido financiar en gran medida gracias al apoyo de la Fundación “Mujer, levántate”, obra social creada por la Hermana Nelly para acompañar en su reinserción social a quienes recuperan la libertad. La religiosa se lanzó a esta misión concreta cuando vio que cerca del 50% de las mujeres que habían salido tras cumplir sus condenas, recaían en el delito y debían volver a la cárcel. Ese número se reduce estrepitosamente a un 9% entre aquellas que han recibido de la fundación un apoyo integral, de carácter social, psicológico, espiritual y económico.
Frente a frente con el Papa
Fue casi unánime el deseo de las mujeres del Centro Penitenciario Femenino de Santiago de ser representadas por Janeth Zurita durante la visita del Santo Padre. Ella, cuya vida es un testimonio de conversión y superación, tenía la capacidad de transmitir al Papa Francisco el drama de cumplir una condena, especialmente para aquellas mujeres que tienen hijos pequeños.
“Pedimos perdón a los que hemos herido con nuestro delito -expresó con fuerza Janeth delante del Pontífice, que la escuchaba con atención-. Sabemos que Dios nos perdona, pero también pedimos perdón a la sociedad. Pedimos que nos perdonen”. Sus palabras resonaron fuerte y encontraron eco, incluso, en las autoridades chilenas que, pocos días después de la visita del Papa, concedieron a las mujeres que ya habían cumplido la mitad de su condena y que tenían hijos menores de tres años, salir en libertad.
El Papa Francisco dio un sentido abrazo a Janeth después de su discurso, y en ella también a las otras 400 mujeres presentes, “privadas de libertad, pero no de dignidad”, como les recalcó el Santo Padre. “Para mí personalmente fue un impacto en el corazón, en el alma. Quedó grabado en mí el haber tenido al Papa al lado mío, haberlo abrazado, haberlo sentido, y haber escuchado sus palabras, lo que me dijo. Fue un impacto grande y para mi familia también”, comenta Janeth.
Desde entonces continúa cada vez con más arrojo su camino de sanación personal, porque tiene conciencia de que debe enmendar el daño que cometió. Para eso, por ejemplo, ofrece charlas testimoniales en muchos lugares para prevenir tanto el consumo como el tráfico de drogas. Además, se dedica responsablemente a sus estudios y a su trabajo. Pero, por sobre todo, aprovecha cada instante para recuperar el tiempo lejos de su hijo y fortalecer la relación con él, que acaba de cumplir 12 años y al que ve todos los domingos, porque ya tiene el beneficio de la salida dominical. Dice que cuando él fue capaz de entender, ella le explicó los errores que había cometido y que estaba pagando las consecuencias. Pero también le dijo que el amor a él es su principal motivación para perseverar, y que todo lo hace para prevenir que él yerre su camino.
Este año la Zurita podría obtener el beneficio de la libertad condicional, es decir, salir de la cárcel cinco años antes de lo previsto. Obviamente es algo que la ilusiona, pero que espera con paciencia, segura de que cuenta con la ayuda divina. “Dios hizo todo porque Él quiere que yo cambie, Él quiere que yo sea otra persona, por eso yo digo que soy Janeth ‘Bendecida’, porque Dios me da todas estas bendiciones. Son mensajes que Dios me ha mandado para mostrarme que este es mi camino. Siento que Dios me está preparando para algo bueno, para algo mejor”, concluye con una voz que transmite una profunda gratitud y una enorme esperanza.
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