Francisco Brines, entrañable Cervantes y3

Francisco Brines, entrañable Cervantes y3
Francisco Brines, entrañable Cervantes y3

Francisco Brines, entrañable Cervantes y3

Me gustaría iniciar el tema de hoy con reflexiones renacentistas de Jorge Manrique. De los 480 versos que componen sus coplas, elegiré solamente una estrofa como ejemplo de meditación angustiosa por la fuga irreparable del tiempo y la certeza inexorable de la muerte, tan esenciales en la poesía elegíaca de Brines. Una coplilla tan solo: ”Los placeres y dulzores / de esta vida trabajada / que tenemos, / no son sino corredores, / y la muerte la celada / en que caemos. / No mirando nuestro daño, / corremos a rienda suelta / sin parar; / desque vemos el engaño / y queremos dar la vuelta, / no hay lugar."

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Preside la página de hoy un famoso cuadro de Patinir. El barquero Caronte gobierna la embarcación con un alma humana que tendrá que escoger, a su izquierda, la perdición, y a su derecha, la salvación. Hemos seleccionado, ligeramente posterizado, un primer plano de Caronte y su infeliz pasajero.

Vamos a investigar hoy tres poemas de Francisco Brines sobre la fugacidad de la vida y la inevitabilidad de la muerte. El primer título, "La última costa", ocupa un lugar muy especial en la antología lírica del poeta valenciano. Da título al último libro de su Poesía Completa (1960-1997). Y representa la postrera meditación de la voluminosa antología (546 páginas). Relata en pretérito, como inexorablemente ya realizado, el último viaje en grupal barcaza hacia la niebla. Tristeza y lágrimas. Y la tierna mirada de la madre despidiendo al hijo que silenciosamente boga en frágil patera hacia la Nada...


LA ÚLTIMA COSTA

Había una barcaza, con personajes torvos,
en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,
sepultada.
                 Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,
en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,
un gentío enlutado.
                               Enfrente, aquella bruma
cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.
Y una barca esperando, y otras varadas.

Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.
Un aire inmóvil, con flecos de humedad,
                                                               flotaba en el lugar.

Todo estaba dispuesto.
                                    La niebla, aún más cerrada,
exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.
Dispusimos los remos desgastados
y como esclavos, mudos,
empujamos aquellas aguas negras.

Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco,
en el viaje aquel de todos a la niebla.

RODEADOS DE LUZ Y FRENTE AL MAR

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Viviendo ya el futuro, sueña Brines un apasionado encuentro en la luz de una playa, amantes que un día tendrán que separarse, aunque salvando el recuerdo feliz de lo vivido. Un final barroco, la muerte, sellará el amor, apagará la vida. Declara el poeta de la mirada crepuscular:

"Canto a la alegría desde la añoranza, y entonces la celebro. No cuando la vivo sino cuando la he perdido. La celebro como un esplendor que ya no está y que es deseable que volviera a estar. En ese sentido, creo, actúo como el poeta elegíaco que soy porque éste es celebratorio. Y no sólo celebratorio, sino ígnico, porque su dolor es una manera de festejar lo que ha perdido y lo que ama. Yo celebro la vida desde su pérdida."

Placer y dolor son la luz y la sombra que acompañan al hombre en su tránsito hacia la niebla final. Enciende el Deseo el corazón, energetiza y crea. La Realidad confirma o desmantela la aventura, desvela nuevos senderos... Iniciamos la lectura de dos amorosos títulos del más celebrado poemario del autor: “El otoño de las rosas”…

TIEMPO Y ESPACIO DEL AMOR

Ah cuánta es la alegría
de que estemos los dos rodeados de luz
y frente al mar, y reposar los cuerpos
en el abrazo estrecho de la noche,
y sentir que nos ata el mismo día.

Mas pronto, y aunque al mundo lo cobije
(y en él, a ti y a mí) un mismo tiempo,
real para tus ojos y los míos,
tú andarás por tus calles sin yo estar
y yo caminaré sin ti las mías. Lejanos,
nos poblará el recuerdo del amor,
me llegará en el sueño tu mágica visita,
y aún te amaré más. Hasta un día en que mueras,
o yo me muera, o muramos los dos,
y así será, aunque sigamos vivos.

HAY EN LA MANO ARENA QUE SE DESLIZA

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Un último poema sobre amores de una noche, felices unos, que regalan oleadas de gozo en el recuerdo, desdichados otros, pero encendidos del deseo que buscaba la vida. Hay en la mano arena que se desliza y cae. Pero la eternidad de un mar insobornable da paz al alma que se deja acunar por sus azules olas...

HISTORIAS DE UNA SOLA NOCHE

Fueron encuentros de una sola noche.
Existieron dichosos,
transformaron la carne en fuego y aire,
daban conocimiento.
La tentación nos llama así a la vida
para tocar su piel,
después nos abandona en el misterio
del deseo que acepta consumarse.
Ahora todo es sonido:
es la felicidad que bulle en la mirada.

Desdichados encuentros de una noche
fueron también vividos,
y un áspero sabor tenía el mundo.
Aprendió el rechazado a rechazar.
Mas en estos encuentros hubo siempre
la hermosa tentación,
la sinrazón ardiente de un deseo
que buscaba la vida.

Hay en la mano arena,
¿y quién cuenta los granos, los quiere distinguir
por el color, o mide a cada uno?
Su tacto es leve y tibio, casi frío.
En este atardecer que ya se acaba,
deja caer la arena
en esta playa sola e interminable.
Y mira cómo el mar permanece, y es sólido.

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TRES ENLACES PARA CONOCER UN POQUITO
AL NUEVO CERVANTES :

Fco. Brines, entrañable Cervantes de la poesía: pulsar aquí
Fco. Brines, entrañable Cervantes 2: pulsar aquí
Fco. Brines, entrañable Cervantes y3: pulsar aquí

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