Las dominicas exponen para su veneración la reliquia de la Cruz de Jesús en el día de su fiesta
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El 14 de septiembre es una fecha señalada en el calendario festivo de la Iglesia, que dedica esta jornada a la exaltación de la Santa Cruz. Lo que fuera instrumento de tortura en la época del Imperio Romano se trucó en un símbolo para la cristiandad.
La madre del emperador Constantino, Santa Helena, fue la arqueóloga que se empeñó en localizar la Vera Cruz, el verdadero madero del que fue colgado Jesús de Nazaret.
Esta ha sido una de las reliquias más preciadas de la cristiandad. El leño fue partido y repartido hasta el punto de decirse que uniendo todos las reliquias podría construirse un barco, aunque estudios más precisos apuntan a que la recopilación de todas las reliquias alcanzaría a un tercio de un madero de unos tres metros.
En Vitoria tenemos una de esas reliquias, que si bien no alcanza las dimensiones de las que se conservan en Roma, Paris, Liébana o Zaragoza, su veracidad aparece documentada por el pliego que se conserva al dorso del relicario, fechado y sellado en Roma a 20 de abril de 1706, durante el papado de Clemente XI.
Las custodias de esta reliquia son las reverendas madres dominicas del Convento de la Santa Cruz, ubicado en pleno Casco Viejo de nuestra ciudad.
La superiora, Sor Carmela, nos relata los antecedentes de la presencia de esta reliquia en la ciudad: “La advocación del convento vitoriano a la Santa Cruz está vinculada a los fundadores y patronos de su iglesia: el licenciado Hortuño Ibañez de Aguirre y su esposa María de Esquível y Arratia, quienes sentían una especial devoción por la Santa Cruz. Ello queda reflejado, no sólo en la fachada de la iglesia donde destaca un relieve con la escena de Cristo con la Cruz camino del Calvario, también en su capilla funeraria situada en la parroquia de San Vicente, fundada en las primeras décadas del siglo XVI y dedicada a la Santa Cruz, aunque hoy se la conozca por Capilla de la Milagrosa, en cuya bóveda su clave central se ornamenta con la imagen de Cristo con la cruz a cuestas. Por tanto, desde hace algo más de tres siglos el tesoro más precioso que guarda el convento es el Relicario del Lignum Crucis que contiene dos partículas de la Vera Cruz.”
La reliquia llegaría a la ciudad de la mano de otro vitoriano ilustre, sigue relatando sor Carmela: “El Lignum Crucis llega al convento, procedente de Roma, de la mano de Francisco de Isunza, canónigo de la catedral de Santo Domingo de la Calzada y natural de Vitoria. Desde entonces, según la crónica conventual, cada 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Cruz, salía de la clausura a la iglesia para que los fieles vitorianos la pudieran venerar. Desde que se celebró el centenario de las dominicas en 2007, decidimos presentarlo nuevamente dentro del retablo realizado ex profeso para ello en 1737 y colocarlo junto al altar mayor de forma permanente.”
Las dominicas, juntamente con la Cofradía penitencial de Ntra. Señora de la Soledad en la Vera Cruz, convocan a los alaveses que deseen sumarse a los actos de celebración de esta fiesta y venerar la reliquia. Este jueves catorce de septiembre a las 19:30 horas en la iglesia del convento, calle Pintorería 96.
Es una oportunidad de contemplar una de las dos reliquias que se conservan en la Diócesis vinculadas a la Pasión de Cristo, la otra es la Santa Espina de Berrosteguieta, que se conserva en la iglesia parroquial de este pueblo cercano a la capital.
Non solum sed etiam
Ahora que la Iglesia católica va dando pasos de reconciliación con los hermanos protestantes no vamos a magnificar la importancia de las reliquias, uno de los motivos que escandalizaba por su mercadeo a Lutero. Pero no por ello las reliquias dejan de tener una función que a muchos ayuda a acercarse a la dimensión espiritual tan necesaria en un mundo materialista. Por eso, y respetando los gustos de cada cual, reliquias como las de la Vera Cruz pueden ser la excusa perfecta para acercarse al misterio de un Dios que murió para salvarnos. Un Dios que se dejó matar por Amor. Algo difícil de entender porque la lógica de Dios no es de este mundo. Por eso, a veces, en lugar de pretender entender, nos basta con venerar desde un respetuoso silencio. Quizá hasta Lutero aceptaría esta tesis.