"El Tribunal Supremo ha hecho encaje de bolillos" José Ignacio Calleja: "Hay que acertar en Cataluña por el bien de todos"
Tengo claro que es la hora de la política de nuevo, ¡que sería la hora de la política!, tiempo del verbo que expresa un deseo “sería la hora”, pero ¡ay! es difícil. No es imposible, pero sí muy difícil
En caso de conflicto estructural para seguir como sociedad de pueblos varios constituida en Estado, y de eso va la cosa, conviene mirar detrás de las banderas de cada grupo
Sinceramente no he leído la sentencia. No presumo de ello, adelanto el hecho. De lo que leo sobre la sentencia, lo de Escolar, me parece bastante coherente. He leído otros textos, muchos, como el de Ruiz Soroa en El Correo (Punto… ¿y aparte?), y veo que el Tribunal Supremo ha hecho encaje de bolillos para buscarle una vuelta de tuerca a los hechos constatados –una media vuelta de tuerca más que entera- y hasta ha hecho comentarios impropios sobre intenciones de los dirigentes y manipulación de la gente ingenua, de que era un paripé a las claras, etc. No ha lugar a ello, pero los jueces son de pluma fácil y les encanta predicarnos.
Tengo claro no obstante que el problema no es la sentencia, esta sentencia, sino como ha dicho siempre Torra, cualquier sentencia que no sea absolutoria y hasta compensando por el daño a “los presos políticos”. Lo tengo claro. Y tengo claro que la inhabilitación política de los responsables es lo que tenía que conllevar todo aquel marasmo de la desconexión y declaración de independencia de la república catalana y el referéndum de autodeterminación o del derecho a decidir que lo acompañó. Lo tengo claro. Pero el problema no es la sentencia, sino cualquier sentencia que no sea absolutoria.
Tengoclaro que nunca se debió llegar a esta situación final, precedida por el nuevo Estatuto recortado a posteriori por el Constitucional, la cerrazón a todo diálogo político de quien fuese que lo impidió -pues en ambos lados hace años que muy poco o nada había que ceder-, y por la intervención tardía y desproporcionada de la policía nacional el día del referéndum, a sabiendas de que los mossos iban a transigir con la celebración y que impedirlo el mismo día de la celebración era imposible. El que expuso a la policía a semejante imposible ético y humillación profesional en el día de autos, tenía que estar siendo juzgado por el tribunal correspondiente hace tiempo. Antes que brutal, la intervención policial fue una encerrona sin remedio por parte de las autoridades políticas. Yo así lo presentí y lo dije en el mismo día y hora. A partir de aquí, el Gobierno español arruinó su causa.
Tengo claro lo que dice Escolar en esta frase, “de todas las condenas que hoy se han firmado, hay una que los dirigentes independentistas se merecen sin duda alguna: la inhabilitación. (Lo he dicho antes). La desobediencia grave a la autoridad es un delito evidente y que sin duda cometieron los líderes del procés catalán. Tampoco puede salir gratis la malversación de fondos públicos, o que el Parlament –con una mayoría absoluta en escaños, que no en votos– ponga en marcha un proceso unilateral de abolición de la legalidad vigente contra los derechos de la mayoría de los catalanes. Ni siquiera como forma de protesta ante la cerrazón del Gobierno central”. Lo comparto y pongo en negrita lo que me parece el mayor fallo ético de todo este proceso por parte del independentismo catalán. No se me olvida. La ley reconoce las decisiones de la mayoría parlamentaria, pero la coherencia ética de la política, cuando está en juego la definición constitucional y nacional de una sociedad, no. Y si ahora, como supongo, esa parte de sociedad catalana ha crecido y es mayoritaria, mejor para ellos, pero ha habido trampa. Es una partida ganada con una fórmula de la ley democrática formal -mayoría parlamentaria-, frente a la democracia sustantiva -mayoría de la población-. No hablo como jurista, sino desde la ética de una sociedad plural y justa. Si te aprovechas de lo primero para constituir lo segundo y ya das por inapelable el resultado, pues eso, en mi mundo lo llamamos “uso de la ley en fraude de la justicia”. Cuando yo era niño, en la escuela, decíamos que era hacer trampa. Es el estigma que persigue ahora mismo al nacionalismo catalán democrático, se le fue la mano impaciente en su exitoso camino.
También comparto con Escolar estos datos que seguramente el tiempo confirmará: “Casi la mitad de los catalanes no quieren seguir en España. Más de dos tercios de ellos quieren votar. Una mayoría absoluta –superior al movimiento independentista– cree que el juicio no ha sido justo y que los presos deberían estar en libertad. Aún no hay encuestas sobre el respaldo ciudadano a la sentencia. No hace falta ser adivino para imaginar qué resultados ofrecerán. La mayoría de los catalanes van a ver estas condenas de cárcel como excesivas y desproporcionadas. Más allá del Ebro, el resto de los españoles –de forma mayoritaria– lo verán justo al revés”. (Lo he dicho varias veces, la mayoría de los catalanes hace tiempo que ve excesiva y desproporcionada cualquier condena. Yo creo que es así y que de este supuesto conviene partir ante la sentencia).
Tengo claro que es la hora de la política de nuevo, ¡que sería la hora de la política!, tiempo del verbo que expresa un deseo “sería la hora”, pero ¡ay! es difícil. No es imposible, pero sí muy difícil. No sécuál es el peso de la población catalana silenciosa (y en cierto sentido “silenciada” como corresponde en toda nación a quienes no están con la ola) y si en las próximas elecciones se dejará ver con un número todavía notable por la unidad pactada del Estado; no sé qué sorpresa, si alguna, nos deparará el 10N. Tampoco sé hasta dónde va aguantar la clase media y alta catalana en este conflicto con principios de violencia que a todos nos puede hacer mucho daño en personas y haciendas. Me da que lo contendrán a tiempo y supongo que eso mismo los dividirá en más de un plan a corto y medio plazo. Contra el adversario/enemigo todos estamos o parecemos estar unidos, pero llegada la victoria o casi, todo estalla en diferencias. Creo que sucederá en un par de semanas. No sé si los partidos constitucionales se enrocarán en el código penal y la policía para llegar con ventaja electoral en muchos lugares de España al 10N. ¡Qué mal momento para unas elecciones generales y poder distinguir de qué va el futuro del conflicto catalán! No sé si el miedo al efecto económico y moral sobre el conjunto de la sociedad española, en todos sus pueblos y regiones, forzará al Estado a un diálogo político a fondo en cuanto pasen las elecciones, buscando desde las burguesías y el “mundo obrero” nos hacernos más daño del imprescindible. Me decanto por esta última hipótesis, me fío un poco más, y que la salida provisional -siempre provisional y por otra generación en un Estado plurinacional- la gestione el progresismo democrático, con la intervención de los nacionalistas y Podemos. Por este camino hay pocas posibilidades de salir con bien, por el otro, el de las tres derechas, ninguna.
Por fin, tengo claro que en la izquierda española hay mucha ingenuidad sobre de qué va un nacionalismo emergente, cuyo ánimo primero y comprensible, es sustituir a la clase dirigente del nacionalismo del viejo Estado en un nuevo Estado. La gente de a pie, muchos, pone el sentimiento nacional hasta el sacrificio, si preciso es y en su medida; pero las clases sociales de cierto nivel, las que tienen la oportunidad de sustituir a las mismas del Estado anterior, esas arriesgan mucho menos. En caso de conflicto total, la gente de a pie pierde el trabajo y merma en su modo de vida; los otros, no tanto, ellos han guardado y aseguran su paga pública en el nuevo Estado. Ellos aman su patria, como los demás, pero en el río revuelto quedan arriba de nuevo. La izquierda española es demasiado ingenua sobre el altruismo político del nacionalismo emergente frente al egoísmo del que declina. Se trata de respetar libertades, es una obligación, pero ingenuidades sobre las intenciones nada desinteresadas, las mínimas.
Como esto es muy difuso, todo el que sepa y pueda negociar una salida política con el menor daño posible para todos, es bienvenido, y creo que la izquierda socialdemócrata y socialista tiene más posibilidades de negociar una salida ad tempus con el menor daño posible con y para la gente de a pie. Para el pueblo, se dice, para la gente de a pie, repito, que pueblo es una palabra maravillosa que reúne y vela demasiadas diferencias en caso de conflicto económico, político y social de altos vuelos. En caso de conflicto estructural para seguir como sociedad de pueblos varios constituida en Estado, y de eso va la cosa, conviene mirar detrás de las banderas de cada grupo.