"La simbología del asno, es rica y plural. Es de por sí, religiosa" Acompañar virtualmente a Jesús por las calles de Jerusalén, a lomos de 'La Borriquita'
"El asno encarna la sencillez, la obediencia, la mansedumbre, la constancia, la tozudez y, aunque de dura cerviz, la cordura y capacidad de servicio"
"El simbolismo de esta planta es apasionante. Universal y cristiano. La diosa Atenea plantó uno de sus ejemplares en la misma Acrópolis. Con su madera se tallaron las imágenes de los dioses. El bosque sagrado del Olimpo era de olivos"
Enclaustrados en nuestros propios domicilios, nada menos que por razones “coronavíricas”, también nos resultará posible enrolarnos en cualquiera de las procesiones que inician la Semana Santa, al menos virtualmente. La procesión se apellida “de Ramos” con referencias explícitas al olivo y también a sus frutos, con la simbología bíblica que uno y otros entrañan y predican, asumidos por la mayoría de las culturas y religiones antiguas, con mención litúrgica, en nuestro caso, para la cristiana.
Ya de entrada, es de resaltar, como estímulo a la vez que síntesis de la justificación de hermanarnos en cualquiera de las procesiones de “La Borriquita”, que precisamente a lomos de uno de los pacíficos ejemplares de esta especie animal, Jesús efectuó su solemne y última entrada en Jerusalén. Partiendo de un lugar cualquiera de la Ciudad Santa para los judíos, caminó entre cantos, salmos y animados jolgorios populares, dirigiéndose al templo, en el que escenificaría una de las principales lecciones de las contenidas en los evangelios. Esta fue exactamente expulsar de lugar tan sagrado, a comerciantes y a los servidores levitas, hipócritas y fariseos, quienes, con el asentimiento y participación aún de los Sumos Sacerdotes, y aspirantes a serlo, lo habían convertido nada menos que en “cueva de ladrones”, en expresa definición de Jesús.
El solo hecho de acompañar virtualmente a Jesús por las calles de Jerusalén, a lomos de “La Borriquita”, e imaginarnos blandiendo flagelos y látigos, forzando al personal a abandonar sus “santos negocios”, justifica la lectura y meditación de páginas tan sagradas, con el compromiso y riesgos de hacer lo mismo que Él.
Consecuencia de tal adoctrinamiento será ilustrarse y descubrir acerca de la simbología que, lo mismo el asno, como los ramos de olivo y su fruto, llevan consigo, significan y entrañan en la configuración de la Semana Santa y, por tanto, de la propia Iglesia.
La simbología del asno, es rica y plural. Es de por sí, religiosa. Encarna la sencillez, la obediencia, la mansedumbre, la constancia, la tozudez y, aunque de dura cerviz, la cordura y capacidad de servicio. En la Magna Grecia representó al dios Dionisos y los romanos vieron en él a Príapo, el dios de la fertilidad, en el cortejo de la diosa Ceres. En la Biblia, el asno profético de Balaám reconoció, antes que lo hiciera el hombre, cual era la voluntad del Dios verdadero. El “Evangelio del Pseudo Mateo” coloca al asno, junto a un buey, en el portal de Belén. En la Edad Media estuvo vigente la costumbre jurídica según la cual los adúlteros sentenciados, eran obligados a exhibirse públicamente subidos en ellos.
Respecto al comportamiento por parte del pueblo en la primera “Procesión de los Ramos”, es sobradamente sabido que, por sí, el pueblo fue y es gregario. De manada y rebaño. Manipulable. Sin personalidad y sin ideas propias. Y que actúa y se comporta con desdichada frecuencia al dictado de iniciativas ajenas. Este mismo pueblo que gritó los “¡hosannas¡” y los “¡bendito el que viene en el nombre del Señor¡”, con sus exclamaciones de júbilo, es, fue y será, el que, transcurridos tan solo unos días, gritará hasta enronquecer el “¡crucifícale, crucifícale¡”, que le acompañaría hasta el Monte Calvario. Así es, y se manipula el pueblo, cuando es del agrado, y les resulta rentable, a los dirigentes del mismo…
Recordada esta lección del santo Evangelio, en el claustral retiro doméstico “coronavirario” impuesto, contemplando la escena “semanasantera” por TV. u otros medios, disponemos de tiempo y de interés suficientes para proclamar que los ramos con los que el pueblo hizo florecer los “¡hosannas¡” al pasar Jesús, eran precisamente de olivos.
El simbolismo de esta planta es apasionante. Universal y cristiano. La diosa Atenea plantó uno de sus ejemplares en la misma Acrópolis. Con su madera se tallaron las imágenes de los dioses. El bosque sagrado del Olimpo era de olivos, cuyas ramas eran ofrecidas, junto con las del laurel, a los triunfadores. En Roma, simbolizaron a la diosa “Pax”. Cuando se enviaban mensajeros a implorar la paz o la protección, ellos portaban en sus manos ramas anudadas con lazos de satén. La paloma retornó al arca de Noé, con una de estas ramas en su pico, como señal de reconciliación con Dios, después del Diluvio. El aceite, su fruto, “calma los pálpitos, suaviza, limpia, alimenta y proporciona combustible a las lámparas y a las candelas”.
Sacramentalmente el aceite se hace presente en la liturgia del bautismo, de la confirmación, de la consagración de los sacerdotes y obispos, y en el momento de la Santa Unción de los enfermos…”Mesías” – el Salvador” por antonomasia- significa en hebreo “el Ungido de Dios”. A partir del siglo VII, reyes, emperadores y aún piedras de altar y angulares, fueron asimismo ungidos. El aceite curó las heridas de la parábola del samaritano bueno
Y es que “cuando el olivo se cuida con esmero, su deseado fruto es siempre anuncio de paz”. Lo dijo el poeta ¡y basta¡.
Con estas y otras consideraciones profundamente religiosas, efectuadas en las monásticas soledades conventuales del forzoso retiro “coronavírico”, en agradecimiento a Dios y a su “Ungido”, está a disposición de los “semanasanteros” más devotos, engrosar virtualmente la bulliciosa procesión del “Domingo de Ramos, acompañando a Jesús hasta el mismo templo de Jerusalén para felicitarle por haber expulsado del mismo a los Sumos Sacerdotes, a sus camarillas y a sus compinches.
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