"Los presos me enseñan cada día, me hacen ser más humano" Adviento en la Cárcel de Navalcarnero: Los presos nos transmiten sus esperanzas
"Hoy nos hemos reunido en la cárcel de Navalcarnero como cada sábado, para celebrar las dos eucaristías. En ellas, intentamos celebrar cada semana nuestra vida a la luz del evangelio y de las circunstancias personales de cada uno"
"Ha sido una celebración muy especial, de mucha ternura, de mucha emoción y de mucho encuentro profundo con el Dios pequeño y pobre que nos va a nacer. Hemos vuelto a comprobar cómo los pobres y los pequeños, representados en los presos de la cárcel, nos dan lecciones y nos 'preceden en el Reino de los cielos'"
"A mí me enseñan los presos de Navalcarnero y su sufrimiento me hace ser más humano, más evangélico y me obliga a intentar llenar ese dolor de vida y de esperanza. Un día más doy gracias a Dios por este ministerio encomendado"
"A mí me enseñan los presos de Navalcarnero y su sufrimiento me hace ser más humano, más evangélico y me obliga a intentar llenar ese dolor de vida y de esperanza. Un día más doy gracias a Dios por este ministerio encomendado"
| Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero
Hoy nos hemos reunido en la cárcel de Navalcarnero como cada sábado, para celebrar las dos eucaristías. En ellas, intentamos celebrar cada semana nuestra vida a la luz del evangelio y de las circunstancias personales de cada uno. El inicio de cada celebración siempre es un momento de encuentro, porque a muchos de los chavales los vemos una vez a la semana, sobre todo los voluntarios, yo tengo la suerte de verlos casi a diario. Y por eso, siempre hay un primer momento de saludarnos, de darnos un abrazo de bienvenida y ver cómo estamos, y cómo hemos pasado la semana.
Hoy ha sido una celebración muy especial, de mucha ternura, de mucha emoción y de mucho encuentro profundo con el Dios pequeño y pobre que nos va a nacer. Hemos vuelto a comprobar cómo los pobres y los pequeños, representados en los presos de la cárcel, nos dan lecciones y nos “preceden en el Reino de los cielos”. Los listos, los engreídos, los que creen saberlo todo no entienden el Evangelio, porque no pueden aprender nada de nadie. Los presos, desde su dolor, y desde su debilidad, nos han hecho una vez más descubrir qué es lo importante de nuestra vida cristiana, y hacer nuestras las palabras del Evangelio de Jesús “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mt )
"Hemos vuelto a comprobar cómo los pobres y los pequeños, representados en los presos de la cárcel, nos dan lecciones y nos 'preceden en el Reino de los cielos'. Los listos, los engreídos, los que creen saberlo todo no entienden el Evangelio, porque no pueden aprender nada de nadie"
Además, este sábado iniciábamos el tiempo de adviento, junto con toda nuestra Iglesia, y por eso hemos comenzado explicando cada uno de los símbolos que teníamos en esta celebración. Los colores litúrgicos para este tiempo especial de preparación previo a la navidad, la corona de adviento, y los elementos fundamentales de estas cuatro semanas. Uno de los chavales nos había preparado también un cartel de ambientación de este tiempo, y la palabra que resumía la temática evangélica de este día: esperad. Con todo ello hemos comenzado la celebración, con nuestro canto de entrada y nuestra disposición a tener un encuentro con Dios y con los demás hermanos reunidos.
Hemos leído la lectura del profeta Isaías y después también el Salmo que como siempre elaboramos y adaptamos para nuestra celebración. En el Salmo se mencionaba mucho la palabra esperanza y el reconocimiento de que la esperanza supone “estar activos”, creyendo que las cosas pueden cambiar. Un tiempo nuevo para una cárcel y una experiencia nueva de vida, la que se nos brindaba. “Que nuestra esperanza consista en estar atentos a quien nos necesita”, rezábamos juntos.
Después del Salmo, como cada día, hemos ido haciendo el eco de lo que habíamos rezando, y como siempre es impresionante, en un silencio conmovedor escuchar cómo cada uno vamos repitiendo la frase que más nos llega en ese momento o más nos llama la atención. Es un momento de oración profunda y sentida la que vivimos juntos y sin duda es expresión de lo que en ese momento cada uno de nosotros estamos sintiendo y viviendo.
"Es impresionante, en un silencio conmovedor escuchar cómo cada uno vamos repitiendo la frase que más nos llega en ese momento o más nos llama la atención"
Y después del Salmo y su eco, encendimos nuestra primera vela de este tiempo de Adviento, antes de proclamar el evangelio. En esta primera vela se nos invitaba a estar atentos al paso de Dios por nuestra vida, y a poder descubrir que la esperanza nos debe llevar al compromiso con los más necesitados de los módulos, con aquellos con los que compartimos la vida en la cárcel. Una imagen acertada y bonita, que luego retomamos en la reflexión, era la de sentirnos “desde nuestra pobre arcilla llamados a dejarnos modelar por el Dios que nos llama al cambio y a una nueva vida”.
En este clima de oración, proclamamos el evangelio, que como últimamente, lo hizo Wilber, un muchacho colombiano en prisión preventiva desde hace varios meses, pero que fue catequista en su país y que lo proclama siempre desde el corazón y sintiendo lo que dice. Se le nota que está preparado y sobre todo que es de profunda fe. Su querer ayudar a la familia, y por qué no, le ha llevado a la cárcel, y ahora se encuentra aquí, sólo y en espera de juicio que nunca llega, con su familia y sus amigos en Colombia. Siempre me dice que nosotros somos su familia; está en comunicación con ellos por teléfono y varias veces su mujer me envía fotos de sus hijos para poder verlos crecer y participar de su vida, a pesar de la distancia. Llama la atención que siempre tiene una sonrisa en la boca y que además es tremendamente agradecido. Y después de escuchar el evangelio, como siempre lo hemos reflexionado entre todos. Como siempre ha sido impresionante.
Les he dicho a los chicos que estábamos estrenando el tiempo de adviento, un tiempo de esperanza, de ilusión y de sueños. Y luego les he preguntado si ellos tenían esperanzas, si esperaban algo. Se me han llenado los ojos de lágrimas al escucharles: “Claro que tenemos esperanzas, si no, no podríamos vivir”, han coincidido todos,” aquí la vida es muy dura pero tenemos esperanza de salir pronto y de poder cambiar de vida”. Al escucharles no he podido por menos que emocionarme, porque escuchar que en medio de tanto dolor, los sufridos, los crucificados tienen esperanza, sin duda que un gesto y un signo de Dios, del Dios de la vida, que también está crucificado con ellos y que también sufre con ellos. Los crucificados de la vida transmitiendo esperanza.
"Claro que tenemos esperanzas, si no, no podríamos vivir", han coincidido todos, "aquí la vida es muy dura pero tenemos esperanza de salir pronto y de poder cambiar de vida"
Les he dicho que me alegraba el escucharles y que haría la misma pregunta, como todos los domingos, en la misa de la parroquia, para ver también cómo la gente me respondía. Es impresionante, porque los que tenemos de todo, los que estamos con menos dolor, los que la vida nos sonríe a cada momento, no somos capaces de valorar los signos del amor de Dios, y quizás estamos siempre quejándonos.
Hemos hablado desde ahí de las esperanzas en medio del dolor que tienen tantos seres humanos; de cómo entre los escombros y las ruinas de Ucrania, surge la esperanza y el amor, cuando vemos que una señora hace comida para la gente, y es capaz de dar vida y cariño en medio de tanto dolor: es la esperanza la que triunfa por encima de la cruz, es la resurrección la que aparece primero. Es la vida del crucificado y a la vez resucitado, es la experiencia pascual por antonomasia. Y desde ahí también la llamada a estar en vela que nos brindaba el evangelio y a reconocer que “de las espadas forjarán arados, y de las lanzas podaderas” que nos decía el profeta Isaías.
Hemos continuado la celebración con el momento de petición, donde teníamos presente de modo especial al obispo auxiliar de la diócesis de Getafe, que en ese momento estaban consagrando, y le pedíamos al Padre que estuviera con aquellos más necesitados de nuestra Iglesia. Los chicos también han pedido por las familias, han presentado sus sueños, han pedido por la gente de la calle… como siempre eran peticiones de los crucificados, al crucificado.
Después de dar gracias juntos con la plegaria eucarística, rezar el santo salvadoreño, recordar a Jesús en su entrega y hacer el brindis por el amor de Dios que se hace presente en la entrega de Jesús y en la fuerza del Espíritu Santo, hemos compartido el momento de la paz. Un momento, el de la paz, especialmente entrañable en la cárcel, porque todos nos abrazamos y nos preguntamos cómo estamos, qué nos pasa. En cada abrazo todos sentimos el abrazo de un Dios Padre-Madre que nos quiere y nos abraza. No es un momento de cumplimento, de darnos la paz “porque toca”, sino que es un momento de hacer presente que nos necesitamos, que somos iguales, que no hay presos y libres, sino que hay hermanos y hermanas que queremos compartir la vida juntos.
Después el momento de la comunión, y al final el canto explosivo de “color esperanza”, que nos ha hecho descubrir que esa esperanza evangélica y profética, de este tiempo de adviento, es posible.
Si la primera misa ha sido especial, la segunda no lo ha sido mucho menos. En esta celebración segunda siempre somos más, unos cuarenta nos reunimos. Y confieso que al mirarles sentados he descubierto y vivido aún más esa fuerza de “algo nuevo”.
Cuando ha entrado Angel, un chaval peruano, toxicómano, le he dicho, mirándolo a los ojos y sonriendo que hace unos días estuvo su madre conmigo en la parroquia y me preguntó cómo estaba. Su madre, hacía mucho tiempo no se comunicaba con él, porque Angel seguía drogándose en la cárcel y porque seguía sin cambiar. Cuando se lo he dicho, la cara se le ha iluminado y me ha dicho: “De verdad? ¡qué alegría! Pensé que ya no quería saber nada de mí”. Su madre me había dicho varias veces, que era su hijo y lo quería mucho por encima de todo, y que en ocasiones había pensado incluso decirle al juez que entrara ella en prisión para que pudiera salir su hijo. Ha sonreído y me ha dado las gracias con un fuerte abrazo.
Luego ha llegado Egson, otro chico peruano, y me preguntado también por su madre; hace unos días me envió una carta para él que también lo emocionó, porque también hacía tiempo no se comunicaban. Le he dicho que esta semana no, pero que yo la escribiría para contarla cómo estaba.
Han ido apareciendo todos los demás, hasta casi cuarenta como digo, y así hemos comenzado la eucaristía. Hemos vuelto a proclamar las lecturas y de nuevo en la homilía, les he vuelto a preguntar si tenían esperanza. Otra vez han vuelto a coincidir todos en lo mismo: “tenemos esperanza de poder cambiar algún día y sobre todo de que Dios nos reúne y nos acompaña, que nos da fuerzas para seguir”. Sin poder contener la emoción y las lágrimas, les he dicho que esa esperanza la veía en cada uno de ellos.
Que para mí era esperanzador cada vez que estaba compartiendo con ellos. Ayer, les dije, pase la tarde con un compañero del módulo dos que está de permiso y con su madre, y fue una tarde esperanzadora y llena de vida. Similar al rato que estuve con la madre de Angel. Esperanza que veía cuando me escribía la madre de Egson, o el padre de Sergio. Y al nombrarlos a cada uno de ellos, me miraban y me regalaban la mejor de las sonrisas, que sin duda era la misma sonrisa del Dios crucificado, en cada uno de ellos, en cada una de sus vidas y en las de sus propias madres. Ha sido de nuevo un momento de gracias, y de pascua, de vida resucitada y llena de Dios.
Después hemos seguido la celebración como cada día. Cuando ha llegado el momento de la paz de nuevo ha surgido una especial ternura evangélica. Sergio, Egson y Angel me han dado especialmente las gracias al abrazarme y de nuevo he sentido las gracias y la sonrisa de Dios. En cada apretón, en cada sonrisa, estaban los cálidos brazos del Dios de la vida, que tantas veces me abraza y me quiere en Navalcarnero.
Y cuando estábamos comulgando, ha surgido algo muy especial, que nos ha demostrado la sensibilidad y solidaridad de los más pobres. Se me ha acercado un chico de los del módulo de enfermería para decirme que un compañero suyo, con demencia, había salido fuera de la sala y que no sabía dónde estaba, que estaba preocupado porque el otro día se perdió por toda la cárcel. Hemos parado de comulgar, y han salido a buscarlo, y de modo especial sus compañeros de la enfermería. Ha sido un momento especial, porque salían hasta los que estaban con muletas a buscar a su compañero. Por fin, lo han encontrado y todos han respirado agusto y sonreído. Tras comulgar, hemos dado gracias por este gesto, y hemos coincidido todos en que allí, en este lugar que parece tan insolidario, la sensibilidad por el otro está a flor de piel, especialmente en aquellos que se encuentran incluso más necesitados: los enfermos con muletas preocupados por aquel compañero con demencia, que se ha perdido. ¿Hay alguna definición más entrañable, más teológica y más evangélica de Dios?
Hemos terminado también con el canto “color esperanza” y la oración final, “Jesús esperamos un año más tu venida a nuestra vida, a nuestra cárcel, a nuestro mundo. Te necesitamos, no nos dejes. Te necesitamos para construir juntos un mundonuevo. Eres nuestra esperanza. Ayúdanos a creernos que se puede hacer”.
Un bonito comienzo de adviento, un signo de esperanza y de vida, algo nuevo está brotando y brota de donde tiene que brotar, de la cruz, del dolor, del sufrimiento, de la entrega. Siempre lo digo: la cárcel es un lugar pascual por excelencia, donde el crucificado Jesús de Nazaret, se une a los crucificados de Navalcarnero, para decirnos que cuenta con nosotros, para seguir poniendo vida y esperanza allí. Recuerdo, como en tantas ocasiones, las palabras de Monseñor Romero: “ No sólo el predicador enseña, el predicador aprende. Ustedes me enseñan. La atención de ustedes es para mí también inspiración del Espíritu Santo. El rechazo de ustedes sería para mí también rechazo de Dios” (Homilía 16 de julio de 1978).
A mí me enseñan los presos de Navalcarnero y su sufrimiento me hace ser más humano, más evangélico y me obliga a intentar llenar ese dolor de vida y de esperanza. Un día más doy gracias a Dios por este ministerio encomendado, porque cuenta conmigo para ello, porque me da su Espíritu y su gracia para poder compartirla. Ojala que pueda ser fiel a esa confianza que El pone en mí, porque me siento como el profeta Jeremías, que no sé hablar, que soy un niño. Y cada día y en cada momento, descubro que no soy yo el habla, sino que Alguien va hablando y haciendo posible la vida, a través de mí.
Los presos me enseñan cada día, me hacen ser más humano, más evangélico y me ayudan a ser cura. “Te doy gracias Padre porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Mateo 11, 25)