"Lo que importa es la Navidad" Ser generoso, eso es el Adviento cristiano

Natividad del Señor
Natividad del Señor

"Es un tiempo litúrgico durante el cual el discípulo se prepara para la venida de Cristo en tres momentos: el primero, el histórico, con su nacimiento en Belén; el segundo, el espiritual o sacramental, con su presencia en la celebración de cada sacramento; y el tercero, el escatológico, con la consumación de los tiempos"

"Propiamente, el cristiano se prepara durante el adviento para recordar y actualizar su fe en los hechos acontecidos con el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra mortal condición"

El adviento cristiano

Los personajes centrales de estas celebraciones litúrgicas son: los Profetas, especialmente Isaías, que anuncian el envío del Mesías; Juan, el Bautista, que pregona su presencia entre los hombres y María, la virgen de Nazaret, la madre del Salvador, que concibe y medita en su corazón el misterio del Mesías, el Señor.

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Lo que importa es la Navidad

El Logos, la Palabra de Dios, por la que todo fue creado, habiéndose encarnado en el seno de la doncella de Nazaret, se hizo uno de nosotros en todo igual menos en el pecado, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal, y llevado a la consumación de su entrega murió en la cruz en tiempo de Poncio Pilato. Al tercer día, su Padre Dios lo resucitó de entre los muertos, ascendió a la gloria divina que tenía desde toda la eternidad, y creemos que vendrá a la consumación de los tiempos, lleno de gloria y majestad, para juzgar a los hombres y pagar a cada uno según sus obras. Mientras tanto ha dejado sus sacramentos, signos visibles de su presencia real que están llenos su gracia velada, mediante los cuales fortalece la fe, robustece la caridad y sostiene la esperanza de sus discípulos.

Sinopsis de la Historia de la Salvación

Yahvé, el único Dios verdadero, se manifestó e hizo alianza con personas concretas que dirigían a pequeñas comunidades, y así fue invocado como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Yahvé vio oprimido a su pueblo en Egipto, escuchó sus clamores y suscitó a un hombre, Moisés, para que los liberara y los condujese a la tierra prometida. Por su medio dio a su pueblo una Ley, que guardándola los llevarían a una vida plena, ordenada y justa, mientras que Él se comprometía a protegerlos y librarlos de los enemigos, sería su Dios. Pero el pueblo no fue fiel e incumplió esa ley y se obstinó en el pecado y la injusticia, recurriendo a otros pueblos, que tenían otros dioses, para hacer alianzas frente a los enemigos. No obstante, el Señor les mandó Profetas que les hablasen y corrigiesen en su nombre. En el capítulo 6 del libro de Isaías, el profeta tiene una poderosa experiencia de encuentro con Dios en el templo. En medio de esta experiencia, escucha la voz del Señor que pregunta: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por nosotros?”. Y sin dudarlo, Isaías responde: “Aquí estoy, envíame” (Isaías 6, 8). En un gesto inmenso de amor hacia ellos, les anunció el envío del Mesías, el Ungido con el Espíritu de Dios, su propio Hijo. A él tendrían que escuchar, acoger y seguir si querían alcanzar una nueva vida, con la que instaurar un nuevo mundo donde reinase el amor, la justicia y la paz.

El envío de su Hijo es lo máximo que Dios puede hacer por ellos, por nosotros, pues nos transmite las palabras que ha oído junto a su Padre, y hace lo que le ha visto hacer a Él. ElEnviado es el líder de la humanidad, su salvador y su redentor, nadie hay por encima de Él y nadie vendrá después de Él. Y cuando Dios lo dispuso envió a su Hijo nacido de una mujer, nacido bajo la Ley para salvar a los que estaban sometidos por la Ley. Y ese Mesías nacido en Belén, tuvo unos padres, una familia y un nombre: Jesús (Salvador).

Y un día previa amonestación al pueblo judío por parte de Juan, el Bautista, se les manifestó conminándolos a renunciar a sus obras malas, movidas por el egoísmo, la ambición y la injusticia, y sustituirlas por obras de amor, justicia y misericordia. Para perpetuar su presencia más allá del tiempo, eligió a unos hombres del pueblo a quienes envió en su nombre para enseñar a todos sus palabras de reconciliación, cargadas de misericordia, e instituyó los Sacramentos para permanecer siempre con sus discípulos siendo su alimento, el sustento de su fe y la razón de su esperanza.

Las promesas divinas se llevaron a cabo en la plenitud de los tiempos, pero no todo Israel aceptó al Enviado, “vino a los suyos, y los suyos no le recibieron, pero a cuantos le recibieron les dio el ser hijos de Dios” (Jn 1, 11-12). Era su Pueblo, el de la Alianza, los Patriarcas, los Profetas, el Mesías, pero constatando la oposición de los judíos Pablo y Bernabé dicen: “Era necesario que anunciáramos la Palabra de Dios primero a vosotros (los judíos), pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, ahora vamos a dirigirnos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: ‘Te he puesto por luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra’. Al oír esto, los que no eran judíos se alegraron y celebraron la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban destinados a la vida eterna” (Hch 13, 46ss).

La celebración de la fe

Cuando la comunidad cristiana se reúne para celebrar su fe, siguiendo las palabras del Señor: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20) lo hace sacramentalmente en torno al altar de la redención y la mesa de la comunión. Allí se hace presente el Jesús glorioso que pasó sus días entre los hombres “haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal” (Hch 10 38), forjando historia, historia de salvación.

Inicialmente los cristianos confiaban en el regreso inminente del Señor, y celebraban la eucaristía con la esperanza de su retorno glorioso en cualquier momento: “Ven Señor, Jesús” (Maranatha). Como Jesucristo tardaba, los cristianos volvieron sus ojos a los días de su nacimiento entre los hombres, en Belén, de la virgen María. En este contexto los cristianos contaban con dos relatos de lo sucedido aquellos días, el de Mateo y el de Lucas. Había fundamento suficiente para orar, meditar y encarnar los gestos y hechos del nacimiento del Salvador. Todo lo que sucede en torno a José, María y el Niño son mensajes divinos que revelan la voluntad de Dios para con nosotros. No son curiosidades infantiles y sensibleras. El Hijo de Dios, que ha resucitado de entre los muertos, no es alguien ante el cual el hombre, cristiano o no, pueda proceder indiferentemente, ajeno a todo aquello y haciendo oídos sordos a lo que Cristo viene a enseñar a los judíos, primero, y a los gentiles después para alcanzar la vida eterna y proceder mientras tanto con obras de justicia, misericordia y santidad (“Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” Lc 6,36).

Los orígenes del Adviento

Los orígenes del Adviento son oscuros y se relacionan naturalmente con la celebración de la Navidad, pero aún de la misma Navidad no conocemos su fecha histórica. El dato de san Pablo en la carta a los Gálatas es esencial en lo que nos concierne: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley,para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.Y, por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo (4, 4-7).

La persona de Jesús es una realidad histórica como la de cualquier otro hombre, está anclada en el tiempo (gobierno de Cesar Augusto) y en el espacio (Belén), en la sangre mediante una doncella virgen, María, y en lo social como miembro de vecinos de Nazaret, donde es conocido como ‘el hijo de José, el carpintero’.

Amados de Dios, redimidos de Cristo y santificados por el Espíritu Santo, esa es nuestra condición de hombres, no de seres sumergidos en la materialidad, dormidos a llamadas de conversión y realización de un mundo nuevo. Un mundo no ajeno a Dios ni al necesitado, sino ajeno al mal que proponen los poderosos de la tierra y las instituciones, incluso las religiosas, ávidas de dinero, ostentación y carentes de espíritu evangélico. El Evangelio, la Buena Nueva de Jesucristo, está tan denostado, tan manipulado.

Hay una decisión del Concilio de Zaragoza del año 380 que promueve la celebración del Adviento, que podemos dar por la referencia más antigua, y que en el canon IV dice: “Que ninguno falte a la iglesia en las tres semanas que preceden a la Epifanía. En los veintiún días que hay entre el 17 de diciembre hasta la Epifanía que es el 6 de enero, no se ausente nadie de la iglesia durante todo el día, si se oculte en su casa, ni se marche a su hacienda, ni se dirija a los montes ni ande descalzo, sino que asista a la iglesia. Y los admitidos que no hiciesen así, sean anatematizados para siempre”. (No viene al caso ampliar esta parte histórica, porque no es el objetivo de este escrito).

¿Qué tenemos qué hacer?

Las gentes que acudían a escuchar a Juan, el Bautista, le preguntaban: “Señor, ¿qué tenemos qué hacer? Él contestó: -El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo-” (Lc 3, 10-18). Por lo que se ve la respuesta es sencilla, breve y fácil de recordar, pero difícil de ejecutar. Mala cosa es que nos toquen el bolsillo para ayudar a extraños y desconocidos. A muchos les cuesta auxiliar a su familia qué decir de hacerlo a marginados de la vida. Sin embargo, todo el mensaje de la Navidad rebosa amor, sencillez, humildad, pobreza; y bien que le hubiese gustado a José, el carpintero, haber tenido a mano medios para ayudar a su esposa y al hijo que había de nacer, y bien le hubiese gustado a María tener el parto en su casa humilde de Nazaret, pero a fin de cuentas su casa, y cerca a su madre y familiares, pero no, no lo tuvieron. Dios nos precede en la vida de la santificación; por si acaso José y María no hubiesen sido lo suficientemente desprendidos, abnegados y sufridos en el nacimiento de su Hijo; Dios, que todo lo puede, dispuso las cosas para que tuvieran que salir de su casa e ir a una aldea donde no quedaba nadie de la familia, y careciesen de casi todo, había que dar ejemplo a todos los hombres, los presentes y los venideros, por eso no cabe tomarse la Navidad a la ligera e infravalorarla como cosa de niños, de mísera generosidad, de fiestas sociales ni siquiera de comidas familiares.

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Escuchar la Palabra de Dios, meditarla y orar en la compañía de Jesús, presente en la historia como el Viviente, para estar desprendido de la vanidad y riquezas de este mundo, vivir en la verdad, que es la humildad, y ser generoso no solo con el que nos pide ayuda sino con todo el que vemos que la necesita: eso sí, eso es eladviento, eso es preparar cristianamente la Navidad.

Es un tiempo litúrgico durante el cual el discípulo se prepara para la venida de Cristo en tres momentos: el primero, el histórico, con su nacimiento en Belén; el segundo, el espiritual o sacramental, con su presencia en la celebración de cada sacramento; y el tercero, el escatológico, con la consumación de los tiempos. Propiamente, el cristiano se prepara durante el adviento para recordar y actualizar su fe en los hechos acontecidos con el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra mortal condición.

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