"Los cardenales no están siendo hoy mayoritariamente referencias y ejemplos" Antonio Aradillas: "Sonó la hora de la reforma profunda del Colegio Cardenalicio"
"Su supresión, con todos sus predicamentos, oficios y beneficios, está siendo ya de primera y elemental necesidad"
"Es de urgencia que entre los electores del próximo papa, intervengan activamente los laicos, con la presencia y participación del sexo femenino"
Para muchos católicos -hombres y mujeres-, cuanto se refiere a los cardenales y a la posición pastoral y canónica que con ellos sigue el papa Francisco, es –será- uno de los fiascos más importantes y sonoros de la historia de su pontificado. En el talante renovador que lo caracteriza, no hay lugar para los cardenales, ni para lo que representan y como lo presentan, dando además la impresión de que, si Dios no lo remedia, seguirán figurando, aparentando y actuando en la Iglesia como protagonistas de primer condición y orden en institución tan sagrada.
De simples, pobres y humildes encargados –presidentes de las comunidades –parroquias cristianas en Roma, los cardenales –en latín “bisagra, conexión y enlace”- , gracias sobre todo a la magnanimidad interesada del gran político el emperador Constantino “El Grande”, tales “párrocos” fueron engrosando sus privilegios, erarios y conjuntos de haberes hasta cotas y rentabilidades entonces inimaginables, pero que a los mismos papas les sirvieron de ineludibles puntos de referencia en la naciente administración imperial de la Iglesia. La historia es historia y, por tanto, “palabra de Dios”.
Lógica, aunque no evangélicamente, vendría posteriormente lo de “Príncipes de la Iglesia”, las vestes de púrpura, los tratamientos de “Eminencia Reverendísima”, electores de los papas, y, por tanto, también ellos elegibles, ya desde el siglo XI, después de haber sido rectores de pingües sedes arzobispales y de cargos de excepcional importancia, representación y boato. De esta manera los cardenales se fueron imponiendo y arraigaron en la disciplina eclesiástica hasta convertirse esta en liturgia, nada menos que como fiel expresión de religiosidad y de culto divino.
Aún los cardenales actuales, por aquello de que los colorines, los palacios, los cargos, títulos y tratamientos imprimen carácter, siguen participando en gran proporción y medida de las condiciones que definieron a sus antecesores, sobre todo, renacentistas, de quienes, historiadores conspicuos refieren documentalmente que “algunos –bastantes- fueron poderosos, dictadores, ricachones, viciosos, y crueles, si bien otros -pocos- fueron hombres honestos y ejemplares en virtud y en gobierno”. La determinación del papa Pío XII de reducirles la “cola” de sus capas, de doce a cinco metros, y el consiguiente y público enfado de buena parte del “Sacro Colegio Cardenalicio”, calificó, y califica, la categoría y madurez en la fe y en la responsabilidad de los elegidos para presentar, y representar, la figura de Jesús, quien, por supuesto, ni fue cardenal, ni obispo, ni cura ni papa.
Detenerse –entretenerse-, en descubrir y en desglosar comportamientos mayoritariamente cardenalicios, sería tarea descalificadora y bochornosa por todos sus costados, aún convirtiendo en ello largos rosarios y “Vía Crucis” de sinceras peticiones de perdón y misericordias “franciscanas”.
Sonó, por tanto, la hora de la reforma profunda del Colegio Cardenalicio. Su supresión, con todos sus predicamentos, oficios y beneficios, está siendo ya de primera y elemental necesidad. Al Espíritu Santo no se le puede obligar, con oraciones o sin ellas, a que haga milagros, a la hora decisiva de tenerle que buscar sustituto al papa Francisco cuando este decida dimitir de su ministerio, algo que ocurrirá mucho antes -o mucho después- de lo que quisieran unos u otros.
Los cardenales, por obispos o super-obispos, no están siendo hoy mayoritariamente referencias y ejemplos leales, ni de Iglesia ni de vida cristiana y menos en las esferas –dicasterios- en los que están situados, por muchos y muy gruesos muros y fortificaciones de sigilos sacramentales, o casi sacramentales, con los que algunos intenten su defensa y fortificación material y moralmente. Niños, sacerdotes monjas, seglares, sujetos y objetos de los abusos de algunos y de los silencios culpables de otros, así lo confiesan con nitidez, con vergüenza, y con documentos.
Mientras tanto, decidido a recorrer la procelosa peregrinación de la reforma del Sacro Colegio, es de urgencia que entre los electores del próximo papa, intervengan activamente los laicos, con la presencia y participación del sexo femenino, además de sacerdotes, monjes y monjas. La seudo- cristiana super clericalización de la Iglesia le ha obligado a vivir una etapa que se prolonga en la actualidad y que responde, en reducida -o nula- manera al proyecto que de ella tuviera, y adoctrinara Jesús en el evangelio…
A los cardenales les llega la hora de una reforma que podría suponerles hasta la desaparición de los mismos. Con “Príncipes”, y más si estos se consideran, se llaman, y ejercen como “cardenalicios”, resulta inviable la Iglesia. Las informaciones diarias lo testifican de manera dolorosa. Lo siento por quienes aún con la menos indecorosa de las intenciones pensaron que la “carrera” podría ser también “eclesiástica”. Y lo que sentiría de verdad es que al papa Francisco no le pueda adscribir la historia el haber dado los pasos definitivos para conseguir hacer o desaparecer el llamado Colegio Cardenalicio, ex -sacro e inactual, por multitud de razones.
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