"Debería decirles a los obispos que destierren de sus influencias cualquier atisbo de feudalismo" Antonio Aradillas: "Creíamos que el Nuncio nuevo se iba a dar más prisas en afrontar problemas importantes que definen a la Iglesia hoy en España"
"Las ideas 'Iglesia-religión' y 'Estado libre e independiente' se matrimonian en su figura"
"El talante y estilo de los pocos elevados a las sagradas cátedras diocesanas, o la remoción de unos a otras, no se distinguen, tal y como esperábamos, por su “franciscanismo”, sino que parecen serlo todavía con los argumentos y modos de ser y pastorear la Iglesia propios de los tiempos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI"
"¿Sería demasiado exigir que el propio Nuncio alentara ideas de “laicización” del personal eclesiástico que le rodea, sin rechazar la posibilidad de que también las mujeres accedieran a ocupar puestos y a realizar misiones pastorales?"
"Pudiera y debiera haberles aconsejado ya el Nuncio a los obispos españoles que no sean machistas, que abandonen sus palacios, títulos y capisayos… Que no les produzcan miedo a sus propios curas"
"¿Sería demasiado exigir que el propio Nuncio alentara ideas de “laicización” del personal eclesiástico que le rodea, sin rechazar la posibilidad de que también las mujeres accedieran a ocupar puestos y a realizar misiones pastorales?"
"Pudiera y debiera haberles aconsejado ya el Nuncio a los obispos españoles que no sean machistas, que abandonen sus palacios, títulos y capisayos… Que no les produzcan miedo a sus propios curas"
Comprendo que solo el hecho de dirigirse al Nuncio de SS. en España y hacerlo en “román paladino, en el que suele el pueblo fablar a su vecino”, es y constituye para muchos una irreverencia, una falta de educación y hasta una grosería. Este modo de hablar es nada menos que del eximio y primero entre los primeros poetas castellanos, quien en los balbuceos de tan rico y universal idioma, versificó la vida y milagros de santo Domingo de Silos, de nombre Gonzalo de Berceo (a. 1196-1252), quien, de modo “llano, claro y conciso y sin adornos y complicaciones”.
Y es que entre las valijas que diariamente recibe un Nuncio de SS. en España, las redactadas “en román paladino” se contarán con los dedos de la mano, sobrando dedos y manos. Su lenguaje no es el popular. Es el “diplomático”, término al que académicamente cortejan otros como “cortesía, apariencia e intencionalidad, habilidad y disimulo…”. Con eso de que sorprendentemente –caso único en el mundo civilizado- las ideas “Iglesia-religión” y “Estado libre e independiente” se matrimonian en la figura del Nuncio, el estilo epistolar es y representa una ardua, confusa e incierta tarea, aunque al menos es obligado rechazar la opción-versión de “hipocresía, apariencia y engaño”, con el convencimiento de que el idioma diplomático no es evangélico, ni sirve para evangelizar y menos para hablar, entender y entenderse con Jesús y con aquellos de quienes se afirma y reafirma ser sus representantes en la Iglesia y actúan y deciden “en el nombre de Dios”.
Y, así, y como el pueblo suela hablar con el vecino, me animo a redactar y hacerle llegar al Nuncio, entre otras, estas sugerencias:
Muchos –los más- católicos españoles, creíamos que el Nuncio nuevo se iba a dar más prisas en afrontar problemas importantes que definen a la Iglesia hoy en España, con especial mención para cuantos se relacionan con los obispos, comenzando por su selección y nombramiento. El talante y estilo de los pocos elevados a las sagradas cátedras diocesanas, o la remoción de unos a otras, no se distinguen, tal y como esperábamos, por su “franciscanismo”, sino que parecen serlo todavía con los argumentos y modos de ser y pastorear la Iglesia propios de los tiempos de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, con criterios tridentinos y abiertamente anti- Vaticano II.
Por discreción y respeto a intimidades diplomáticas de las gestiones propias de las Nunciaturas, no insisto en la inexistencia de cambios entre los consejeros de tal institución, de cuyas orientaciones, y no siempre de las del Espíritu Santo, dependen fundamentalmente decidir las ternas de los nombramientos. Además, las ternas, proporcionadas por los obispos de las diócesis, con los nombres y las condiciones de los “episcopables”, apenas si tienen fiabilidad, dado que su procedencia suele seguir siendo todavía la de los “gloriosos” tiempos del Nacional Catolicismo padecidos, y por padecer, en nuestro episcopologio, del que ellos fueron fruto y consecuencia “in re, vel in voto”, “¡a mucha honra!” y con reminiscencias de los concilios celebrados, por ejemplo, en Constantinopla en su variedad de versiones y números.
¿Sería demasiado exigir que el propio Nuncio alentara ideas de “laicización” del personal eclesiástico que le rodea, sin rechazar la posibilidad de que también las mujeres accedieran a ocupar puestos y a realizar misiones pastorales, exclusivas hasta el presente, de los hombres-varones? ¿Qué piensa el Nuncio, nuestro Nuncio, del gesto de la teóloga francesa, dispuesta a reemplazar al cardenal arzobispo de Lyon? ¿Condena de por sí la idea, o de alguna manera contribuiría a su promoción, en el caso de que algo similar aconteciera en la Iglesia en España? ¿Estimaría tal gesto como propio, o al menos, aproximado, al estilo de la “Iglesia en salida” y a las puertas de su “sinodalidad”, en mayor coincidencia con la sensibilidad que se percibe en los nuevos tiempos religiosos? ¿Cataloga el Nuncio, sin más, de frívola, aspiración imposible, herética, indigna, anti-religiosa, frenética y “frondosa”, tal aspiración del colectivo femenino, hasta hace poco tiempo “devoto” y obediente por naturaleza y por bíblicas interpretaciones de los Libros Sagrados?
¿Qué opina el Nuncio respecto a los repetidos y reverendísimos señores “munillas” y “compañeros mártires”, que merodean y ejercen como tales, y al ritmo pastoral que sugieren y exigen los nuevos tiempos, en el listado de la CEE con tanto y desafortunado eco y resonancia dentro y fuera de sus respectivas diócesis y de la institución eclesiástica en general? ¿No es posible que, al menos en determinadas ocasiones, el Nuncio les llame la atención, y algo más, y de modo contundente, justo y humilde, en defensa legítima del pueblo de Dios y aún del mismo papa Francisco, de cuya Iglesia es su legítimo representante, “así en la tierra como en el cielo”? ¿Qué juicio le merecen ciertos comportamientos episcopales en relación, por ejemplo, con la administración de las “inmatriculaciones” –bienes eclesiásticos- y sus silencios “pederastas” en orden a las posibles reparaciones exigidas por las víctimas y sus familiares, hasta judicialmente?
"¿Qué opina el Nuncio respecto a los repetidos y reverendísimos señores 'munillas'?"
Pudiera y debiera haberles aconsejado ya el Nuncio a los obispos españoles que no sean machistas, que abandonen sus palacios, títulos y capisayos y, por demás, las cornúpetas mitras… Que no les produzcan miedo a sus propios curas, sino que se comporten con ellos y sus familiares como hermanos. Que no sean ni se conviertan en objetos o sujetos de lujo litúrgico, dentro y fuera de las catedrales. Que cultiven la armonía, el trato con el pueblo-pueblo y la veneración por los más pobres y necesitados… Que destierren del campo magnético de sus influencias cualquier atisbo de feudalismos. Que intenten llevarse bien con el Gobierno, sea este del partido que sea, siempre y cuando las leyes impuestas por la democracia se observen con reverencial cuidado y con la sana posibilidad de que la misma Iglesia sea permeable a su permisión, dejando de lado la dedocracia, o la mal interpretada “teocracia”.
¡Señor Nuncio, haga cuantos esfuerzos sean precisos, y más, por no exponernos en España a otra “Cruzada”, a cuenta, o cambio, de la asignatura de la Religión en los colegios o de los estipendios de los curas… No indulgencie los comportamientos religiosos burocráticos, y sí los más evangélicos, sean o no afines, y en consonancia, con el Derecho Canónico y con la liturgia “oficial”!
Y, en resumen, mucho más “román paladino”, y mucho menos “lenguaje diplomático", enemistado este, por definición, con la “palabra de Dios”.