"Lo que la caracteriza son sus índices de contaminación lumínica" Antonio Aradillas: "La Navidad se ha paganizado de manera incuestionable"
"La inverosímil iluminación de calles y plazas, los villancicos, las comilonas, las bebidas de alto “standing”, obsequios y felicitaciones al uso, reuniones, gastos excesivos, caridades “ad tempus”, firmas o convenios de tratados de paz familiar"
Ciegos, voluntaria e interesadamente ciegos, en relación con la fe, la moral y las buenas costumbres, hay muchos. Son –somos- los más. Son –somos-, legión, a propósito de la Navidad que se nos avecina y a la que nos preparamos. En todos los ámbitos de la vida -tiempos y lugares-, signos y símbolos navideños se nos hacen activamente presentes durante todo el mes de diciembre, y una buena parte de enero, rebasando con creces cualquier proyección litúrgica…
Y es precisamente de este tiempo de Navidad y su fiesta, del que es preciso reconocer que se ha paganizado de manera ciertamente incuestionable, necesitado, por tanto, de nuestro comentario, en un intento desesperanzado de someterse a todo un proceso de renovación y reforma recristianizadoras. De “católicas, apostólicas, romanas y cristianas”, estas fiestas, sus programas y aún no pocas de sus intenciones, nada, o casi nada, de nada…
La inverosímil iluminación de calles y plazas, los villancicos, las comilonas, las bebidas de alto “standing”, obsequios y felicitaciones al uso, reuniones, gastos excesivos, caridades “ad tempus”, firmas o convenios de tratados de paz familiar, social o político y la asistencia ritual a determinados actos de culto, con trompetas, tambores, y besos, de por sí, ante nuestra propia conciencia y ante Dios, no tornan cristianas las fiestas, aunque estas duren un mes y los índices de contaminación lumínica, y de las otras, superen con creces toda clase de presupuestos.
Las frases académicas de “estar en Belén” -“embelesados”-, o “armar el belén” – con voces, ruidos y rugidos-, jamás expresarán la idea, el sentimiento y la situación de estar en Navidad, celebrando una de las fiestas y tiempos litúrgicos más importantes del calendario.
Como los “portales de Belén” y sus villancicos –“canción popular de contenido religioso”- intervienen tan directa y primorosamente en la celebración de las fiestas, unos y otros reclaman atención especialmente religiosa.
Los villancicos, por tradicionales que sean sus letras y sus contenidos, precisan renovación y estructuras nuevas. A estas alturas de la sensatez, de la formación, de la cultura y de los conocimientos piscícolas, por ejemplo, sabemos de sobra que “los peces tendrán que seguir bebiendo y viviendo en los ríos”, al menos hasta que las condiciones climatológicas sigan activas y no se arruinen, y nos arruinen, sempiternamente.
El “belén” –los “belenes”-, con sus personajes y símbolos tendrán también que someterse a urgentes e inteligibles procesos de renovación y piedad. No todos los símbolos, ni los protagonistas de escenas bíblicas, inventadas la mayoría de ellas, aún con la mejor de las intenciones, ni son ni responden a planteamientos pastorales, cívicos, familiares y aún políticos de la actualidad. Por ejemplo, los “Reyes Magos” –que por cierto ni fueron tres, ni reyes, ni magos- no tendrían que perdurar en la catequesis belenista, cuando en algunos –la mayoría- de los países cristianos, sus ciudadanos han de buscar en sus diccionarios qué es eso de rey y de reinos…
Al margen de cualquier polémica ya suscitada con ocasión de interpretaciones belenísticas posiblemente políticas, por parte de artistas nuevos, al menos, hay que alabar y respetar la idea e imaginación de san Francisco de Asís, reconocido como uno de los primeros belenistas que adoctrinó a muchas generaciones de cristianos, con felicidad, alegría y pobreza…
De todas maneras, con oportunidad, catequesis, evangelio, autoridad y ejemplaridad, el papa Francisco, en las antevísperas festivas, se dignó a redactar y hacernos partícipes de lo que él cree que deben ser estas fiestas cristianas, con el envío de la Carta Apostólica titulada “Admirábile Signum”, y con la decidida y evangelizadora intención de adentrarnos en el significado y en el valor del Belén”. De la misma Carta Apostólica, extracto los siguientes párrafos:
“De por sí, los “belenes” son trozos del evangelio vivo que parten de la Sagrada Escritura”, sobre todo por mediación de san Lucas”. “Son interpretaciones del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, efectuada, narrada e interpretada con sencillez y alegría”.
“Los “belenes” contienen rica porción de espiritualidad profunda, por lo que espero que tal práctica no se debilite, con la esperanza de que allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y rehabilitada… El modelo de san Francisco de Asís sigue teniendo claridad y vigencia”.
“La religiosidad de los “belenes” se asienta en la sencillez y en la belleza de la fe que proclaman. Con ellos y en ellos, los pobres y los sencillos recuerdan y creen en un Dios que se hace hombre, y que sienten necesidad de su amor y el disfrute y consolación de su cercanía. “El “belén” manifiesta la ternura de Dios. Forma parte del dulce y exigente proceso de la transformación de la fe”. La idea salvadora de que “Jesús viene cada día a nuestras vidas”, es obsesión evangélicamente “franciscana” en la Carta Apostólica del papa.
De todas formas y con urgencia, las Navidades reclaman recristianización. Nos las han paganizado los comerciantes y los profesionales del gremio de la restauración y gastronomía, que nos las ofrecen a la medida de sus intereses. Las “misas del gallo”, los besos al Niño y los toques de las panderetas… son poco menos que elementos complementarios de la “sagrada” liturgia …
Pero, como principio y fundamento, que quede bien claro que, como respuesta verdaderamente cristiana, y en conformidad con la Biblia, “Belén” siempre y para todos, es y será por su propia semántica, “la Casa del Pan”.
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