El asesinato de George Floyd y el silenciamiento del hombre negro Cleusa Caldeira: "Los medios de comunicación, los espacios de poder y formación, continúan ahogándonos"
"Todo el mundo quiere hablar de racismo, pero casi nadie quiere devolverle al hombre negro su discurso"
"Esta objetivación del hombre negro implica su disposición como el excedente social, que se produce en una plaza pública y a plena luz del día de manera siempre sumaria y violenta con el objetivo de poner a todos los demás negros en su lugar, es decir, en esta condición de miedo e invisibilidad"
"Nuestra identificación con George Floyd es instantánea y natural, porque cada cuerpo negro inmovilizado que clama por la libertad se convierte en el espejo de nuestras experiencias cotidianas, porque vivimos con 'poco aire'; el racismo es esa 'rodilla' que nos estrangula"
"Nuestra identificación con George Floyd es instantánea y natural, porque cada cuerpo negro inmovilizado que clama por la libertad se convierte en el espejo de nuestras experiencias cotidianas, porque vivimos con 'poco aire'; el racismo es esa 'rodilla' que nos estrangula"
| Cleusa Caldeira
Todos sabemos que el asesinato de nuestro hermano George Floyd no fue un caso aislado, ya que ser negro es estar "condenado a vivir una vida infernal" (Fanon). Ser negro es nacer con una sentencia de muerte sin cometer ningún crimen. El crimen es ser negro. João Pedro, Miguel, Cláudia, Marielle son algunos ejemplos de la consumación de este destino negro en nuestras sociedades estructuralmente racistas.
Pero el asesinato de George desafía a las personas y las instituciones a dirigir sus ojos a dos aspectos de una realidad que ha sido invisible durante siglos. En primer lugar, revela la "pedagogía de la crueldad" (Rita Segato) que transmuta la vida humana fluida e impredecible en algo, es decir, la cosificación del otro. Esta objetivación del hombre negro implica su disposición como el excedente social, que se produce en una plaza pública y a plena luz del día de manera siempre sumaria y violenta con el objetivo de poner a todos los demás negros en su lugar, es decir, en esta condición de miedo e invisibilidad. Por otra parte, esta ejecución sumaria de manera tan brutal y simbólica con las rodillas del policía en el cuello hasta su último aliento revela nuestra solidaridad simultánea en el sufrimiento de los negros.
Una solidaridad que hace gritar a cada negro y a cada negra: "quita tu rodilla de nuestro cuello". Así, la ética del malungo - "mi compañero de infortunio" - aparece como el núcleo constitutivo de la comunidad negra diáspora. Nuestra identificación con George Floyd es instantánea y natural, porque cada cuerpo negro inmovilizado que clama por la libertad se convierte en el espejo de nuestras experiencias cotidianas, porque vivimos con "poco aire"; el racismo es esa "rodilla" que nos estrangula, nos silencia y cuando tratamos de pedir ayuda... ¿Quién nos escuchará? Por eso y mucho más, George no es sólo otro cuerpo negro en el suelo, no es una estadística... En George Floyd discernimos, "Este es mi cuerpo". George se convirtió en el sacramento de nuestra unión. En él caímos todos juntos y en él también nos levantamos.
Y en estos días de agitación social, cuando la herida racial se enciende, los medios de comunicación, los espacios de poder y formación, continúan ahogándonos. Todo el mundo quiere hablar de racismo, pero casi nadie quiere devolverle al hombre negro su discurso, es decir, la gente incluso habla de racismo, pero no están dispuestos a quitarnos las "rodillas del cuello".
Es en este sentido que debemos entender la afirmación "no basta con no ser racistas, debemos ser antirracistas" (Angela Davis). Ser antirracista requiere renunciar al privilegio de los blancos. Ser antirracista implica asumir que uno disfruta de un lugar de privilegio que, a su vez, perdura bajo la subyugación y explotación de otros. Ser antirracista requiere un desplazamiento de ese lugar de privilegio, para abrirse y crear una condición en la que la persona negra pueda hablar y ser escuchada; implica darle voz y visibilidad a la persona negra. Esta es la razón por la cual nuestra sociedad no está dispuesta a enfrentar el problema racial, porque este problema es del orden de la dominación y la sociedad blanca no está dispuesta a compartir los espacios del habla y el poder con la persona negra.
El racismo es exactamente eso, una construcción teórica e histórica que considera al blanco superior y al negro inferior, por lo que es del orden de la dominación, que hace que el blanco mire al negro como si tuviera la obligación de obedecerle como un subordinado, como si el negro no pudiera tener su propia voluntad, no pudiera estar en desacuerdo con el blanco.
Por último, la autodeterminación de los negros es una afrenta directa al ego blanco, que desencadena un dispositivo de sus impulsos más violentos. Así, la violencia racial se proyecta contra el cuerpo negro; ya sea el juez con el portero negro, el policía con el residente de la comunidad, el maestro con el estudiante negro, la maestra con el niño negro "insumiso", etc. Pero la misma violencia racial ocurre entre aquellos que comparten el mismo estatus social, entre colegas con los mismos títulos civiles o eclesiásticos. El racismo es la base antidemocrática de la sociedad, que trata de ocultarlo bajo el mito de la "democracia racial".
Pero la verdad es que esta estructura racista no apoya la idea de compartir el espacio con la persona negra. Recordemos el caso del joven Ndeye Fatou Ndiaye en Río de Janeiro, que fue violentamente maldecido y humillado por ser negro, como si ser negro y estudiar en una escuela privada de clase media fuera una aberración. Este es un caso típico que revela la mentalidad de la élite que no está dispuesta a renunciar a los privilegios, ni a reconocer la dignidad de la persona negra creada a imagen y semejanza de Dios. Construir una sociedad democrática es restaurar nuestra humanidad, en blanco y negro.