Reflexiones del arzobispo chileno sobre la relación Iglesia-Estado Monseñor Chomali: "La Iglesia faltaría gravemente a su misión si es indiferente a aquello que atenta contra del hombre"

Fernando Chomali, arzobispo de Concepción
Fernando Chomali, arzobispo de Concepción

"Recordemos las palabras de los obispos el año 1925, 'el Estado se separa en Chile de la Iglesia; pero la Iglesia no se separará del Estado y permanecerá pronta a servirlo'"

"Es menester saber que la Iglesia reconoce que la autoridad política y el Estado es fundamental en la sociedad, ello implica velar para que los intereses de cada grupo, que a veces son antagónicos  entre sí, se armonicen en justicia y verdad"

"La tarea de la Iglesia es fundamental en una sociedad dado que ayuda al hombre a encontrarle sentido a su vida, la dimensión trascendente de ésta y el servicio a  los demás como fundamento último de su razón de ser"

"Promueve un orden social justo en virtud de la dignidad de la persona humana, por lo que llamada a alertar con claridad y sin ambigüedades de los peligros de una sociedad materialist"

"La Iglesia promoviendo el Evangelio no se inmiscuye en las labores del Estado, pero ofrece un precioso servicio a la humanidad"

"Es innegable que la credibilidad del mensaje evangélico es inseparable  del testimonio de cada uno de los católicos en sus ámbitos de competencias y seremos los obispos quienes tenemos la mayor responsabilidad"

Las palabras de los obispos el año 1925, “el Estado se separa en Chile de la Iglesia; pero la Iglesia no se separará del Estado y permanecerá pronta a servirlo; a atender al bien del pueblo; a procurar el orden social; a acudir en la ayuda de todos, sin exceptuar a sus adversarios, en los momentos de angustia en que todos  suelen, durante las grandes perturbaciones, acordarse de ella y pedirle auxilio” [1], sigue igual de vigente y representa en profundidad lo que anima a la Iglesia y el  modo como ha de relacionarse con el Estado.  

Es menester saber que la Iglesia reconoce que la autoridad política y el Estado es fundamental en la sociedad dado que el hombre, la familia y las organizaciones por sí mismas no pueden lograr por su plena realización y que cuando habla del bien del pueblo se refiere al bien común entendido como “el conjunto de aquellas  condiciones de la vida social que permiten a los grupos y a cada uno de sus  miembros conseguir más plena y fácilmente su propia perfección” [2].  

Si bien es cierto que todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes, así como creyentes de diversas religiones han de promover el bien común, y nadie puede abstraerse de ello, es menester reconocer que es la tarea prioritaria del Estado y la razón de ser de la autoridad política. En efecto, quienes ostentan el poder político le corresponde promover y garantizar una organización adecuada de la sociedad y fomentar la unidad de la sociedad de tal manera que cada uno pueda lograr su plena realización en aras del bien común. El bien común exige garantizar algunos aspectos esenciales en la vida de las personas y la sociedad. 

El primero es el respeto de la persona en cuanto tal, es decir custodiar su  ignidad, asegurarle la protección de su vida desde el momento de la fecundación  hasta la muerte natural, así como de su vida privada y de su justa libertad, así  como del derecho de profesar su fe religiosa.  

Además, le corresponde garantizar la posibilidad de desarrollarse de tal forma de mejorar sus condiciones de vida para llevar una vida verdaderamente humana, lo que significa poder formar una familia, disponer de alimento, vestido, salud,  educación, trabajo y cultura. Junto a ello, al Estado le corresponde garantizar el  derecho que tienen los padres de educar a sus hijos y el rol fundamental que en  esta materia tiene la Iglesia. Por último, es tarea de la Estado procurar estabilidad y seguridad a la población, así como un orden justo que garantice la paz, ello implica velar para que los intereses de cada grupo, que a veces son antagónicos  entre sí, se armonicen en justicia y verdad. Tarea no siempre fácil y a la cual no  puede abdicar si quiere preservar la paz y el orden social. 

La misma Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II nos recuerda que  “el orden social y su progreso deben subordinarse al bien de las personas, … y no  al contrario” [3], tiene como base la verdad, se edifica en la justicia y se vivifica en el  amor. Es evidente que lograr el bien común es arduo y requiere del trabajo y del  sacrificio de todos. En ese sentido, si bien es cierto que la Iglesia no se identifica  con el Estado ni con programa político alguno, coopera en la construcción de una sociedad más fraterna y justa a través de su misión evangelizadora. En efecto la  labor de la Iglesia es anunciar el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo y  proclamar la verdad acerca del hombre. Esta tarea la realiza a través de su acción  pastoral qua abarca su presencia en las parroquias, la educación y en sus  múltiples obras sociales que dan prueba de su amor por el hombre, especialmente  del más necesitado.  

La Iglesia promueve un mensaje de amor y pretende que los hombres conociendo a Jesucristo tengan, mediante la fe en Él, una vida según sus enseñanzas y  preceptos.  

La tarea de la Iglesia es fundamental en una sociedad dado que ayuda al hombre a encontrarle sentido a su vida, la dimensión trascendente de ésta y el servicio a  los demás como fundamento último de su razón de ser en el mundo. Una  organización social o política por más perfecta que sea es incapaz de ello.

Por otra  parte, la Iglesia al proclamar la verdad acerca del hombre revelada por Jesucristo, Verbo del Dios hecho carne, promueve valores inherentes a tal dignidad, como lo es el respeto por la vida humana, la promoción del matrimonio como fundamento  de la familia y el derecho de cada ser humano a ser concebido y llevado en las  entrañas por su madre y educado por sus padres.

De la misma manera promueve un orden social justo en virtud de la dignidad de la persona humana como causa, centro y fin del quehacer de la política en el mundo en una concepción del hombre en cuanto cuerpo y espíritu. Desde ese punto de vista está llamada a alertar con claridad y sin ambigüedades de los peligros de una sociedad materialista que pierde el sentido trascendente de la vida del hombre y lo reduce a su condición biológica o a un mero engranaje de la sociedad del que puede disponer sin restricción alguna.

La Iglesia no pretende poder político alguno y está más allá de la contingencia. Sin embargo, reconociendo que la sociedad tiene el derecho y el deber de organizarse por sí misma así como la legítima autonomía del orden temporal, la Iglesia faltaría gravemente a su misión si es indiferente a todo aquello  que atenta en contra del hombre. Su voz la alza en cuanto colabora a que en todos los campos de la vida social se tenga presente al hombre y la dignidad que  lleva grabada en cuanto imagen y semejanza de Dios.  

La Iglesia promoviendo el Evangelio no se inmiscuye en las labores del Estado, pero ofrece un precioso servicio a la humanidad dado que está convencida que  para conocer al hombre integral hay que conocer a Dios y que Jesucristo le revela  al hombre el propio hombre y le hace descubrir la sublimidad de su vocación.  

Iglesia y sociedad
Iglesia y sociedad

La Iglesia es una institución fundada por Jesucristo que está siempre dispuesta a servir a quien necesite de ella, dado que allí está su razón de ser.

Por último, es innegable que la credibilidad del mensaje evangélico es inseparable  del testimonio de cada uno de los católicos en sus ámbitos de competencias y seremos los obispos quienes tenemos la mayor responsabilidad en cuanto sucesores de los apóstoles, primeros testigos del Señor y a quienes le dejó la  responsabilidad de ser los primeros en anunciar la buena Nueva hasta el fin de los  tiempos.

[1] (OBISPOS DE CHILE, “Pastoral colectiva de los Obispos de Chile sobre la separación de la Iglesia y el  Estado”, en La Revista Católica 25, [1925] 578, p. 491). 

[2] Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et Spes 26.

[3] Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II. Ibiden, 84

Obispos de Chile
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