“¡Grande es Dios en el Sinaí…!”
De entre tantos reconocimientos de los que sigue siendo merecedor don Emilio Castelar y Ripoll, “Presidente del Poder Ejecutivo“ de la Primera República Española, (a. 1873-1874), es obligado proclamar su condición de haber sido uno de los más importantes oradores de la historia de España. Nacido en Cádiz en 1832 y muerto en San Pedro del Pinatar (Murcia) en 1899, “hijo de Manuel y Antonia, de ideología liberal y amigos de Rafael de Riego”, repetidamente exiliado, elegido Presidente del Congreso con el apoyo de 133 diputados frente a los 67 que votaron a favor de Píi i Margall, de su categoría de “demócrata de toda la vida” dejó clara y elocuente constancia en los periódicos en los que colaboró, como “El Tribuno del Pueblo” y “La Soberanía Nacional”, además de otros, como el fundado por él mismo con la cabecera de “La Democracia”, al igual que en sus novelas, sobre todo en “Ernesto”.
Queda constancia singularmente preclara de su entrega y compromiso con la democracia en sus parlamentos en las Cortes, sobre todo en sus debates con el canónigo Monterola, “diputado por Guipúzcoa y conspirador carlista”, tal y como refieren las crónicas, con el añadido histórico de que “murió mientras predicaba en el púlpito de Alba de Tormes”.
El recuerdo de don Emilio Castelar es noticia por multitud de razones, pero entre otras, y aquí, por unas palabras pronunciadas por él en la memorable sesión de las Cortes Constituyentes, del doce de abril de 1869, donde y cuando improvisó un celebérrimo párrafo, que ha pasado a la historia universal, con la advertencia por su parte de su improvisación “porque tal párrafo se desataba de mi lengua”.
“¡Grande es Dios en el Sinaí: el trueno le precede y el rayo le acompaña, la luz le envuelve, la tierra tiembla, los montes se desgajan; pero hay un Dios más grande, más grande, todavía, que no es el majestuoso Dios del Sinaí, sino el humilde Dios del Calvario, clavado en una cruz, herido, “yerto”, coronado de espinas, con la hiel en los labios y, sin embargo, diciendo: ¡Padre mío, perdónalos, perdona a mis verdugos, perdona a mis perseguidores, porque no saben lo que hacen¡ Grande es la religión del poder, pero es más grande la religión del amor; grande es la religión de la justicia implacable, pero es más grande la religión del perdón misericordioso; y yo, en nombre del Evangelio, vengo aquí a pedirles que escribáis en vuestro Código fundamental la libertad religiosa, es decir, libertad, fraternidad e igualdad entre todos los hombres…”
Y ahora, en tiempos fervorosamente electorales y “semanasanteros a la vez, con “argumentos” y alardes clericales y anti-clericales, entre tantas preguntas como los potenciales electores, por acción u omisión, se formulan, subrayo las siguientes:
¿Resultaría posible pronunciar palabras semejantes en el Congreso de los Diputados,- Cámara Baja –“baja”- actual? ¿Qué párrafos, palabras, gestos, personas, personajes y personajillos/as pasarán a la historia de tan noble institución nacional? ¿Acaso se es, y se ejerce, más fiablemente de demócratas, asemejándose al estilo entonces imperante encarnado en don Emilio Castelar, que en el de colegas y ”colegos” que integran los `partidos políticos, y sus comisiones, de cualquier pelaje que sean o que tengan?
En sus diatribas a la Iglesia “oficial” que representaba, vestía y vivía el canónigo y diputado Monterola “conspirador carlista” ¿no tenían, y aún siguen teniendo, mayor inspiración evangélica las “pregonadas” por el republicano don Emilio, tan similares a las del entonces futuro, impensable e imposible Concilio Vaticano II, y a las encíclicas y exhortaciones, gestos y ejemplos del papa Francisco? ¿Cuántos cristianos votarán hoy a favor de la idea de que “grande es la religión del poder, pero más grande es la religión del amor?
Lecciones de catequesis en la Constitución
En las alturas del monte del Sinaí –“zarza”-, en las llanuras del valle de Josafat –“ juicio o sentencia”-, y en las escabrosidades del torrente Cedrón –“ la madera del cedro, resistente y dura, no se rompe ni se pudre jamás”- , el lema y el esquema de la “libertad, fraternidad e igualdad entre todos los hombres”, con el que cierra el párrafo don Emilio Castelar, Presidente de la primera República, centra y concentra la doctrina evangélica y buena parte de la Constitución española hoy vigente. Por cierto, y aprovechando que el torrente Cedrón está seco, -por algo es torrente-, quede constancia de la sugerencia de que, al igual que se imparten en la Iglesia lecciones de catequesis de la doctrina cristiana, se predique, explique, atienda y aplique la Constitución Española.
Un recuerdo para don Emilio Castelar en el 150 aniversario de sus memorables palabras pronunciadas en la sesión de las Cortes Constituyentes el doce de abril de 1869.