El dolor de María de la Merced y el dolor de las madres de los presos Javier Sánchez: "En las madres de los privados de libertad encontramos la misma compasión y el mismo no entender de María"

Cabeza de mujer llorando con pañuelo (III), Picasso
Cabeza de mujer llorando con pañuelo (III), Picasso

"La cárcel quita lo que es esencial a todo ser humano"

"De pronto, igual que una losa cae sobre el preso, también cae sobre toda la familia, y comienza una larga travesía por el desierto"

"Nuestras madres se echan la culpa por no haber sabido llegar a sus hijos; pero a la vez es bonito el ejercicio solidario que entre todas hacen: en los encuentros se comprenden, se escuchan, se animan, porque todas están pasando por lo mismo"

Pensar en María, bajo la advocación de la Merced, es pensar inmediatamente en la realidad penitenciaria, en los privados de libertad, en los hombres y mujeres que están presos en diferentes cárceles. Es verdad que están presos y presas “por su mala cabeza”, como diríamos de manera popular, presos por sus delitos, presos porque su vida no se ha desarrollado según las mínimas normas de convivencia social.

Los que cada día tenemos la suerte de ir a la cárcel, sabemos y conocemos de primera mano lo que supone estar preso, y no sólo tener cortada la libertad de movimientos, sino la libertad, en el fondo, de ser persona, como yo quiero ser, de relacionarme con quien yo quiera, o de abrazar y compartir mi tiempo y mi vida con quien yo desee. La cárcel en el fondo, nos quita lo que es esencial a todo ser humano: la libertad por la que fuimos creados. Y es evidente, que no entramos en si es una cárcel merecida o no, simplemente analizamos lo que eso supone.

Pero pensar en María de Merced nos hace pensar también de manera irremediable, en las madres de las personas privadas de libertad, de los presos y de las presas. Cuando alguien entra en prisión, es verdad que toda la familia se revoluciona, cambia de arriba abajo, a todos los niveles. En muchas casas y familias se entra en un proceso de pobreza, quizás porque el cabeza de familia es el que traía ingresos y de pronto no los trae, pero sobre todo se entra en un proceso de ruptura afectiva y existencial, que hacen que todo se pueda romper.

Centro Penitenciario de Navalcarnero
Centro Penitenciario de Navalcarnero

Cuando son condenas cortas, quizás esto se puede subsanar pronto, pero cuando son condenas largas, o al menos de dos años, el proceso se va cada día haciendo más complicado. Surgen conflictos familiares de todo tipo, ruptura de parejas, no poder ver a los hijos y participar en su educación… De pronto, igual que una losa cae sobre el preso, también cae sobre toda la familia, y comienza una larga travesía por el desierto; de ahí que también sea necesario el acompañar y estar con esa familia.

Pero sin duda, casi como en todos los aspectos de la vida, las madres tienen también un papel y un seguimiento muy especial de las personas privadas de libertad, porque siguen siendo sus hijos, y ellas siguen, como siempre nos dicen, “al pie del cañón”. Siguen acompañando a sus hijos como lo han hecho siempre, siguen sufriendo con ellos y siguen experimentando que alguien, especialmente importante en sus vidas, como son sus hijos, está “casi muerto en vida”, como también nos dicen.

El sufrimiento, las lágrimas y el dolor de una madre, por tener a su hijo en prisión, siempre es especial, y en muchas ocasiones indescriptible. Por eso, en el día de la Merced, patrona de los presos y presas, la mirada se nos va también a las madres de nuestros chicos, porque en ellas contemplamos el mismo dolor, la misma ternura, la misma compasión y el mismo no entender, de María, al pie de la cruz, al pie de su hijo muerto, al pie de su hijo apaleado.

Presidio
Presidio

Cuando nos reunimos desde hace catorce años, una vez al mes, con las madres de los chavales de Navalcarnero, descubrimos lo que especialmente supone para ellas. Por un lado, y en muchas ocasiones, supone un “echarse la culpa”, por no haberlo hecho bien; las madres siempre se preguntan una y otra vez, en qué han fallado, por qué no han llegado bien a sus hijos, que les ha faltado en su educación.

Supone estar muy cerca de ellas para hacerlas comprender que el ser humano es alguien libre, que decide su vida por encima de todo; que la educación es importante, pero que en el fondo todos somos responsables de lo que hacemos y vivimos, que es una decisión personal. Y me imagino, que en el fondo, también sería esa la actitud de María, como madre y mujer: por qué no he estado yo cerca de mi Hijo Jesús y le he hecho cambiar de opinión, por qué le dejé salir a anunciar ese Reino que Él decía pero que yo sabía le iba a costar caro, por qué no le impedí desde pequeño que siguiera con esa locura…

Es verdad que María, madre y discípula, desde el comienzo acepta el plan de su Hijo, quizás sin entender muy bien casi nada de lo que hacía, pero intentando ver que eso podría hacerle feliz. Nuestras madres, las madres de los presos, van viendo por el contrario, que sus hijos, por el camino que llevan no solo no son felices, o son felices de manera inmediata y pasajera, sino que además esa “felicidad efímera de droga y problemas de delincuencia”, les va a llevar al mal camino, de la cárcel, la calle, la enfermedad, y en ocasiones de la muerte. 

Cárcel
Cárcel

Nuestras madres se echan la culpa por no haber sabido llegar a sus hijos; pero a la vez es bonito el ejercicio solidario que entre todas se hacen: todas en los encuentros se comprenden, se escuchan, se animan, porque todas están pasando por lo mismo. La mejor ayuda es sin duda entre ellas, porque no hablan de un problema que han oído, sino de algo que todas ellas están sufriendo. Ciertamente, las madres no son responsables de lo que hacen sus hijos. María de la Merced, en medio de los encuentros, anima a cada madre, a través del ánimo de cada uno de los que estamos allí, ella es nuestra fuerza para hablar, para amar, y para enjugar sus lágrimas.

Pero por otro lado, las madres siempre están al lado de sus hijos, lloran por ellos desde la fuerza de su mismo amor, y por eso, sus lágrimas, son siempre redentoras, son lágrimas que salvan y que hacen posible la vida. Son como las lágrimas de la dolorosa, María de Nazaret, Virgen de la Merced, al pie de su hijo asesinado. Esas madres, que lloran por sus hijos, siempre dicen que están con ellos porque “son sus hijos”, y a pesar de lo mucho que les hacen sufrir, siempre estarán a su lado. Es lo que nos decía Angelines, la madre de Rubén, hace unos días, al pie de su hijo muerto por una sobredosis, el día de su cumpleaños: “Mi hijo me ha hecho mucho sufrir, pero lo quiero mucho, porque es mi hijo”. Y ciertamente, ante eso no cabe decir nada, la fuerza del amor de madre es superior y más importante que cualquier tipo de delito.

"Y ciertamente, ante eso no cabe decir nada, la fuerza del amor de madre es superior y más importante que cualquier tipo de delito"

En la eucaristía del sábado pasado en la cárcel de Navalcarnero, celebramos la fiesta de la Merced, porque no pudimos celebrarla en su día, por motivo de la pandemia. Y unimos a María de la Merced con nuestras madres, las tuvimos presentes, rezamos por ellas, y en un momento muy especial de la celebración, les pedimos perdón. En un silencio sobrecogedor, los chavales de la cárcel, presos, muchos de ellos con delitos graves, pedían perdón a sus madres, y ese silencio era también salvador, redentor, porque era también un silencio profundo de amor. A todos los que estábamos allí se nos saltaron las lágrimas de emoción y de agradecimiento a ellas. Porque ciertamente, todos, en la cárcel o en libertad, tenemos mucho que agradecer a nuestras madres, y mucho también tenemos que pedirles perdón, porque todos, de una u otra forma, les hemos hecho sufrir. 

Esas madre , como María, están al pie de sus cruces, al pie de nuestras cruces, desde el silencio, desde el dolor más profundo, y desde el acompañamiento más sincero. Era la misma Angelines, la madre de Rubén, fallecido hace unos días, la que me decía, a los pocos días del entierro: “mis hijos me dicen que me vaya con ellos a su casa, pero yo solo quiero estar en casa tranquila, sola, en silencio, quiero llorar mi dolor y recordar a mi hijo desde lo más profundo de mi corazón”. Es el silencio de María, y el silencio de las madres.

Al terminar la Eucaristía, rezamos juntos una oración que rezamos todos los años, y que precisamente compuso un funcionario hace tiempo, para rezar en este día. En esa oración, le pedíamos a María de la Merced que nos hiciera un hombre nuevo, que nos diera esperanza, que nos diera capacidad de liberarnos. Y desde lo más profundo del corazón,  todos la recitamos, y la hicimos nuestra. No era una oración que hacíamos por hacer, era pedirle a María que de verdad nos liberara.

Capellanes de prisiones
Capellanes de prisiones CEE

María de la Merced es también María de la compasión, de la misericordia, y a ella también la suplicábamos, desde nuestra debilidad, esa misma compasión. Esa misericordia que cada madre da a cada uno de sus hijos, que nos da cada día. Es la compasión que necesitamos todos cada día para poder asumir nuestra vida, paras sentirnos nuevos y poder comenzar de nuevo. Detrás de la Virgen de la Merced están la madre de Rubén, de Manolín, de Victor, de Pedro, de José Antonio, de Fermín, de José María… ellas lloran por su hijos, y a la vez su dolor y sus lágrimas, son la fuerza para seguir adelante.

En este día le pedimos especialmente a María que sintamos su protección, su abrazo de madre y su fuerza para liberarnos. Y a las madres las ponemos también cerca de María.  Sentimos el amor que nuestras madres nos tienen desde pequeños, nos dejamos mecer por ese amor, y pedimos también que ese amor sea el que nos transforme, el que nos haga ser diferentes. Le pedimos a María que las lágrimas de nuestras madres y sus dolores, sean semilla de esperanza y rediman cada día, nuestra vida. Desde el chabolo, cada noche, son muchos los chavales que me dicen que se arrodillan y rezan; ojalá que el Dios de la vida y la madre de la esperanza, les dé la posibilidad de cambiar y de sentirse criaturas nuevas. Y ojalá que el Dios Padre y la madre de la esperanza, hagan también posible, que sus madres, que nuestras madres, tengan esa paz, esa fortaleza y esa alegría que, quizás por nuestros comportamientos, a veces les arrebatamos. Gracias Dios mío, por María, tu Madre y nuestra Madre, y gracias por todas las madres del mundo, que acompañan cada dÍa nuestro caminar.

Reclusa de una cárcel de Brasil
Reclusa de una cárcel de Brasil

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