"¿Cómo ser personas? No puede haber nada verdaderamente humano que no halle eco en nuestro corazón" José Ignacio Calleja: "Fratelli Tutti, ¿quién y cómo se hace prójimo?"
Feliz camino a la Fratelli Tutti, admirable como teología y enseñanza social de la Iglesia, que nos convoca a responder la pregunta de ¿quién y cómo se hace prójimo?
Reúne la encíclica algunas tendencias del mundo actual que impiden esa construcción de la fraternidad universal, como el resurgir de nacionalismos cerrados y agresivos, la globalización reducida a economía y finanzas, la uniformidad cultural y el consumismo
La última carta social de Francisco ya circula bajo el título Carta Encíclica FRATELLI TUTTI del Santo Padre FRANCISCO. Sobre la fraternidad y la amistad social, Asís, 3 de octubre de 2020 (FT). Recurriré al tópico de que es imposible concentrar en pocas líneas un texto tan largo y plagado de temas en idas y venidas. No es de difícil lectura pero sí complejo por acumulación de argumentos y observaciones. No obstante, además de escrito con lenguaje directo, al ser en buena medida un cosido de pensamientos del papa que ya conocemos en sus fuentes, es más fácil hacerse cargo de la intención, los núcleos y los argumentos.
En realidad, el título abre el panorama de lo que vamos a encontrar, una carta social sobre la amistad social y la fraternidad universal -creo que este es el orden en el cuerpo del trabajo-, articuladas en dos sentidos; como modo de mirar la realidad y adelantar los riesgos y fracasos en la humanidad que nos está tocando vivir; y como clave de la fe cristiana -del corazón humano en cuanto tal- para repensar todo lo que nos pasa y somos desde la parábola del buen samaritano. Se trata de entrever en ella un paradigma de acercamiento, conmoción de entrañas y compromiso con los caídos del mundo que nos urge cada día con mayor evidencia. Una cuestión de sentido y supervivencia para la humanidad.
La reiterada aproximación de Francisco a la realidad social contemporánea por el flanco de la vida digna, desde la suerte ignorada de los más vulnerables, es un hecho; y también lo es que ha ido creciendo en círculos que acogen a todas las criaturas y la tierra misma como su hogar común. Por tanto, esta conciencia amorosa y crítica tenía que mostrarse en todo su auge ante la crisis global de la Covid-19. Ya no hay escapatoria posible, dirá FT, para ignorar u opacar varias manifestaciones muy rotundas que, en lo personal y social, lo económico y político, lo cultural y religioso, han puesto a nuestras sociedades ante un futuro imposible para la fraternidad universal. Por este camino que traemos, es ya imposible. Para entenderlo, reúne la encíclica algunas tendencias del mundo actual que impiden esa construcción de la fraternidad universal, como el resurgir de nacionalismos cerrados y agresivos, la globalización reducida a economía y finanzas, la uniformidad cultural y el consumismo, la pérdida de conciencia histórica y hasta el desprecio por ella y por la cultura propia a favor de la mediada con poder, la cultura de la desconfianza y el miedo social, la polarización como ejercicio calculado del poder político, el descarte de los más débiles, el racismo, la formalización y manipulación de los derechos humanos más declamados, las visiones antropológicas reductivas, más aún con las mujeres, los migrantes y los más pobres, la trata y la semiesclavitud, el miedo, los muros, las mafias, la pérdida de valores morales y espirituales, la información desmedida sin implicación del sujeto ni sabiduría, sin escucha ni silencio, el hambre y las pandemias ancestrales, la pérdida de utopía y espíritu, y la Covid-19. ¡Ojalá que tanto dolor no sea inútil! (n 35), concluye esta entrada en la carta, y nazca la conciencia de que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, que hay futuro para la amistad social y la fraternidad universal. Y es que no hay peor alienación que experimentarse sin raíces, sin identidad, sin amistad personal y social, y sin fraternidad de todos con todos. ¿Cómo ser personas? No puede haber nada verdaderamente humano que no halle eco en nuestro corazón.
- El panorama de experiencias sociales que dificultan la amistad social y la fraternidad universal, la encíclica quiere y decide leerlo bajo la pretensión de alcanzar a la humanidad entera. Dirigida a todas las personas de buena voluntad, más allá de sus convicciones religiosas o no, Francisco recupera el centro para la parábola en la que todo hombre y mujer pueden sentirse afectados e interpelados en su alma y vida. Lucas 10, 25-37, parábola del buen samaritano. Y así es. El lector sin duda encontrará el momento para acudir al texto, especialmente en este momento, y rememorar una compresión de la parábola tan rica como compartida hoy por el cristianismo: ¿quién está necesitado de mí para que yo lo haga mi prójimo? Mejor aún, para que yo me vuelva su prójimo en esa necesidad y sufrimiento. Un clásico. Y por ella, el punteo de personajes y lugares bíblicos en la misma tradición. ¿Quién de estos se hizo prójimo del caído? El que se compadeció y se volcó en su ayuda. Al amor no le importa si el herido era de aquí o de allá, sino su necesidad. El relato, dice, nos revela una característica esencial del ser humano: ante el dolor, el amor no es una opción, sino un acto de dignidad humana (n 68), ser o no ser persona. No hay más. La decisión gratuita, pura y simple de querer ser lo que se es: persona digna e íntegra. En los dinamismos de la historia está inscrita esta vocación de fraternidad universal (n 96), somos hermanos y no socios. Su precedente, la amistad social en la propia ciudad y país (n 99). Para un cristiano, con el valor añadido de lo trascendente: reconocer al mismo Cristo en cada hermano abandonado o excluido (Mt 25,40.45). Es importante, dice, que la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos.
Esta reflexión de volverse prójimo del caído, y no simple socio o espectador ajeno, opera con mucha fuerza en el análisis social. Desde ella y con ella, la encíclica mira a la sociedad en sus estructuras económicas (propiedad privada y mercado de libre competencia), políticas (derechos y libertades fundamentales en la sociedad democrática) y culturales (valores éticos y espirituales que constituyen la cultura moral de los pueblos con identidad irrenunciable), para mostrar primero su deriva histórica tramposa y reordenarla, ya, por la solidaridad y la justicia al bien común de un pueblo y de todos juntos en el mundo y en la Tierra única. Los otros son constitutivamente necesarios para la construcción de una vida plena. Rescatar la función social de la propiedad como derecho subordinado al destino universal de los bienes creados, reestructurar la teoría y práctica insostenible para la Tierra y los pobres, para todos, del libre mercado en su teoría y práctica neoliberal y tecnocrática, guardar el derecho de todos a cultivar la cultura propia en cualquier lugar donde su vida discurra y viva, son vectores muy apreciados una vez más por Francisco. Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro. La fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad son dos polos inseparables y coesenciales (n 142).
Y aquí estamos nosotros, en el centro de la pregunta por cómo realizar este proyecto ético-social. La encíclica viene, entonces, a encarar la política como un medio necesario para adelantar e impulsar esa amistad social de cada sociedad en orden a la fraternidad universal de los pueblos. En detrimento de populismos y liberalismos puros y duros, hay espacio y necesidad para una política del bien común y la fraternidad universal. Tal es la convicción. Y, de inmediato, un clásico de la teología social cristiana que no logra abrirse camino en la concepción integral de la fe: la política como una de las formas más preciosas de la caridad; y su razón, porque busca el bien común con acciones, organizaciones, decisiones, diálogo, y desde luego, valores de primer nivel y capacidad de ternura y dolor ante el mal de los desvalidos y sin recursos (194). Una caridad social y política (176), la más amplia caridad, el amor social o político (177), amor efectivo, alma del orden social justo, impulsada a la luz de la verdad, que es la luz de la razón y de la fe compartiendo en diálogo la misma búsqueda (n 185). La necesidad de un cambio en los corazones humanos es hermana del mismo cambio en los hábitos y en los estilos de vida, y en las estructuras sociales. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más, dirá Francisco, convoco a rehabilitar la política, que “es una altísima vocación, una de las formas más preciosas de la caridad”, vicaria de un orden social justo. Esta caridad, corazón del espíritu de la política, es siempre amor preferencial por los últimos, el que muestra qué lejos estamos de una globalización, simplemente, de los derechos humanos más básicos.
Esta reivindicación de la caridad social al centro de la política reclama un fundamento práctico que la posibilite, el diálogo social que hace de la política una práctica compartida; y un fundamento ético, el reconocimiento de la verdad de la dignidad humana que aleja todo relativismo en su impulso operativo (n 207); por esa dignidad así reconocida vienen al corazón y nuestra mente los valores universales de la naturaleza humana (208), y sus normas morales universales, verdad provechosa para convivir, sí, pero sobre todo, verdad objetiva descubierta por el diálogo inteligente y argumentado, no fabricada por consenso; diálogo que se prolonga sobre todo en las diversas normativas morales prácticas. En la fe, sin evitar la razón o sustituirla, todo cobra una profundidad añadida: el ser humano es criatura de Dios, y lo es a su imagen y semejanza. No hay contradicción (212). Lógico y posible vivir esto en una cultura del encuentro que es lo propio de una sociedad poliédrica (n 215), la que genera procesos de encuentro entre distintos, poniéndose en su lugar, en el pueblo y los pueblos, recogiendo las diferencias en una síntesis siempre renovada (EG) en el proceso de la amistad social y la fraternidad universal.
- El encuentro hecho cultura de la fraternidad en cada pueblo, y en toda la humanidad, necesita unos caminos que los artesanos de la paz, todos nosotros, debemos postular y recorrer; caminos que desde la memoria y la verdad, avocan a la justicia, la misericordia, la reconciliación, el perdón y la paz (nn 225ss), en los conflictos de todo tipo que los pueblos arrastran; los conflictos muchas veces son inevitables, el conflicto está en la vida humana, pero podemos y debemos moralizarlos y superarlos, venciendo el mal con el bien (Rm 12, 21). No son antagónicos (EG); la unidad finalmente es superior al conflicto y representa un plano superior de encuentro entre distintos; la unidad del pueblo recupera a los más reacios e indiferentes, frente a la ruptura decía EG. Perdón sin olvido ni venganza (n 252). La guerra y la pena de muerte (n 255), dos situaciones extremas e inaceptables que no ha lugar a pensarlas como en el pasado reciente de la moral católica. Es muy difícil por no decir imposible pensar en la guerra justa. Y la pena de muerte, inadmisible, (nn 258ss y 263ss). (Siempre son un mal mayor).
- La carta de Francisco avanza hacia su cierre y es lógico que reclame el lugar de las religiones al servicio de esa fraternidad universal (nn 271ss). Apelando a nuestro origen en el amor paternal de Dios, para fundar la fraternidad de manera definitiva, parecería que da un paso atrás en el optimismo antropológico de todo el texto (n 96). La razón puede mucho -reflexiona-, pero no consigue fundar la llamada a la fraternidad de forma sólida y estable; no consigue fundar, definitivamente, la hermandad. Si no se reconoce una verdad trascendente…, (idea tan subrayada por Benedicto XVI y Juan Pablo II), tampoco existe ningún principio seguro que garantice relaciones justas entre los hombres (n 273). Sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestra sociedad, seguro; con fallos, pero cierto, evitando así las filosofías y prácticas materialistas que divinizan al ser humano y sus valores cortos, y sus saberes instrumentales, con desprecio de la experiencia y sabiduría humanista y trascendente de las religiones (n 276). En concreto, la Iglesia se ofrece como hogar de puertas abiertas para todos y anuncia su fe en la valía humana, y la fraternidad universal posible, por el Evangelio de Jesucristo. Queremos concentrarnos en lo esencial, adoración de Dios y amor al prójimo (n 282).
Y qué diré, finalmente, y como apertura a lecturas más profundas:
- Todo el texto está lleno de interés ético, social y teológico, si bien, casi nada sorprende, pues ya estaba adelantado en otros discursos o encíclicas suyas.
- Pienso que la novedad que habíamos visto en Evangelii gaudium (2013) y Laudato si’ (2015) no se consigue en esta encíclica. No digo que se podía esperar, sino que al lado de aquéllas la encuentro más previsible. Lógico después de ocho años de magisterio.
- En su forma, la encuentro algo revuelta. Al tomar materiales de aquí y de allá, de continuo, pierde ese sentido lineal de una argumentación que crece y crece. A mi juicio, avanza demasiado por acumulación. Como un estallido de la verdad primera: la fraternidad universal es necesaria y posible.
- Es clara casi siempre como el agua en su aprecio de claves, compresión de ellas y valoración con el mismo propósito: las personas en sus pueblos, todos por la fraternidad universal, desde los más pobres e ignorados, exigiendo el servicio político que lo facilite, viviendo con dignidad samaritana el don de Dios que nos constituye.
- Es muy concreta en lo que cabe exigir de la política y de la solidaridad como ayuda y como justicia social. Muy concreta en las denuncias y propuestas. En particular, en relación a migrantes, pobres, parados, pueblos, culturas, democracia, mercados… Estamos acostumbrados a ello con Francisco, pero sigue siendo como un cura que tuviera una pequeña comunidad delante y sin mayor reparo se viese muy libre para descender al caso, para movilizar a los “poetas sociales” que dice el texto (n 169). No lo hacía la DSI y esto lleva a destacarlo.
- En la visión social que revela, parece más moderada que EG y LS’. Su reflexión sobre los conflictos sociales de intereses y sobre el mercado de libre competencia en su versión neoliberal -la eficiencia ante todo-, prima un cierto tono que, a mi juicio, procede de dos motivos; uno, es como si el papa pensara, “ya está dicho en otro lugar y muy bien dicho”. No es necesario insistir tanto que provoque al fin una especie de caricatura social de mi persona; y segundo, el objetivo es por la projimidad samaritana a la amistad social y la fraternidad de los pueblos, posible y necesaria como nunca. Concentrado en esta idea, pienso que no quiere distraer la mirada de los oyentes hacia otra prioridad.
- Teológicamente -lenguaje y lugares comunes de la fe- podía ser más explicita, no habría problema, pero valoro mucho que nos acostumbremos a esta relación tan concreta y directa de la fe con la vida personal y social, la vida política de la comunidad que vive por la caridad. Es muy importante no desencarnar la vida conforme al Evangelio.
- La clave de las personas en sus pueblos está muy atendida de nuevo y valorada de mil modos para la realización de la dignidad humana en la fraternidad universal. La universalización depredadora de la identidad cultural de ese sujeto social, los pueblos, es asunto mayor en su análisis del mal y terapia para el bien (n 100); la imagen del poliedro al entender la sociedad y su cultura (n 144) y la apelación al “sin narcisismos localistas” (n 146), buscan equilibrar este motivo. Fue muy trabajado con ocasión de EG por muchos teólogos. Creo que el concepto es muy interesante, pero lo vi mejor definido en EG. Aquí hay el vaivén es más impreciso (n 79).
- No veo suficientemente resaltada la “clave de la ecología integral” en relación a las tendencias que quiebran la posibilidad de la fraternidad humana como en Laudato si'. Supongo que se ha pensado que ya tenía fuerza suficiente aquella encíclica y que la DSI ahora mismo debía referir otras claves más políticas y culturales; en al ambiente está, sin embargo, que ese patrimonio moral nos ha atrapado.
Feliz camino a la Fratelli Tutti, admirable como teología y enseñanza social de la Iglesia, que nos convoca a responder la pregunta de ¿quién y cómo se hace prójimo?