"También los egoísmos afloran con rotunda naturalidad" José Ignacio Calleja: "Nace una tensión general de mejora ética en lo personal, pero tal vez no cambie todo"
"Una cosa es pasar por una crisis que nos demuestra que vivimos a la intemperie de riesgos increíbles y otra que, bien o mal superada, eso nos cambie como personas y como organización social"
"La inmensa mayoría de nosotros está dispuesta a pactos por una vida suficientemente digna en los bienes necesarios para su familia, pero mira de reojo cómo quedan los demás"
"En ese orden social quebrado, la pandemia ha puesto negro sobre blanco qué trabajos son irrenunciables para salvar los mínimos de una vida en sociedad"
"En ese orden social quebrado, la pandemia ha puesto negro sobre blanco qué trabajos son irrenunciables para salvar los mínimos de una vida en sociedad"
No soy tan optimista sobre el futuro de nuestras sociedades como leo en pensadores por los que me siento atraído. La idea de que el aprendizaje que seguimos va a cambiarnos como personas, me hace mover la cabeza con el significado de “ver para creer”. Una cosa es pasar por una crisis que nos demuestra que vivimos a la intemperie de riesgos increíbles y otra que, bien o mal superada, eso nos cambie como personas y como organización social. A menudo veo que el teórico dice lo que va a pasar, y la razón, porque si no, nos hundimos. Pero que algo deba suceder ética y políticamente, no significa que suceda.
Como he dicho, hay que cambiar como personas y como organización social. Ya tenemos un primer espacio de dificultad y relación. Las personas damos lo mejor de nosotros mismos en las crisis que desnudan nuestra oculta impotencia, pero pasado el agobio, nos recomponemos en un nuevo equilibrio psicológico y cívico. De ese dar tan generoso y ejemplar de muchos hombres y mujeres situados en punta de lo que la emergencia requiere, nace una tensión general de mejora ética en lo personal que acompaña al cambio social soñado. Pero detrás de esa verdad de las personas, cada uno sigue siendo un particular cuyos modos de vida y de pensar van a rebalsarse en las mismas orillas cuando la avenida del río vuelva a “su” cauce. No tiene exactamente el mismo recorrido ni profundidad, pero el ser humano es relativamente simple en sus reacciones. La inmensa mayoría de nosotros está dispuesta a pactos por una vida suficientemente digna en los bienes necesarios para su familia, pero mira de reojo cómo quedan los demás, y los demás son otros grupos sociales de su ciudad y país, y otros pueblos de la tierra. Y entonces los egoísmos afloran con rotunda naturalidad.
Y decía que también entra en juego lo social, las instituciones de todo tipo en que se sustenta una sociedad, en este caso, de propiedad y mercado capitalista, globalizada en varios sentidos positivos y negativos muchos otros, depredadora de recursos hasta la extenuación del planeta, antropocéntrica en cualquier consideración de la diversidad de la vida, financiarizada hasta emborronar cómo se crea riqueza real e imprescindible, y con pugnas de hegemonía entre potencias que van y vienen. En ese orden social quebrado, la pandemia ha puesto negro sobre blanco qué trabajos son irrenunciables para salvar los mínimos de una vida en sociedad; ahora bien, salvados de la inundación, el dinero reaparecerá cerca de los que por herencia, capital, cualificación, contactos, iniciativa y tragaderas, vuelvan al centro. Sí, lo reconozco, con alguna experiencia de humanidad más pensada, con mayor conciencia del mundo y sus necesidades frente al riesgo, con mejor sentido de su dependencia de los asalariados, pero mientras sea posible ganar dinero moviendo dinero y poder, no van a faltar candidatos.
Así pues, otra vez va a resonar que el capitalismo tiene que ser refundado; o lo que otros llaman su inevitable renovación humana, aunque sea a golpe de pandemias víricas, ambientales, demográficas, migratorias o políticas, las que sean. Pero esto hay que verlo. La capacidad de adaptación que tiene el sistema social de mercado es clara, y que vuelve pronto a las andadas, también. La pregunta, entonces, de cuánta propiedad privada y cuánto mercado es la más directa para la gente que reclama un mundo más justo.
"Mientras sea posible ganar dinero moviendo dinero y poder, no van a faltar candidatos"
Esta es la oportunidad de lo social: la que procede de las personas que defienden el aprendizaje solidario que la vida nos está imponiendo. No podemos seguir así, sin estrellarnos nosotros y los hijos que vienen por detrás. Seguramente esta idea de una herencia envenenada y mortífera para los hijos e hijas del mundo sea la razón más poderosa para esperar algo nuevo y mejor a medio plazo.
Y no puedo callar en este recorrido de ideas entrelazadas, cuál es la salida que plantean y exigen las personas, las familias y los pueblos más necesitados y olvidados entre nosotros. Es la misma, pero no es idéntica. El nosotros hace tiempo que es la gente y el Planeta. En todas las direcciones, culturas y continentes. Es una demanda repetida que cualquier reforma, renovación o sustitución del sistema social de vida, tiene que comprometer y responder a todas las personas y a la Tierra misma.
Por mucho que el lugar propio nos confiera unos derechos de ciudadanía, la condición humana legitima unos derechos humanos fundamentales que nos obligan a todos. Acotarlos a unas condiciones históricas de posibilidad, siempre en proceso, siempre bajo crítica, siempre en negociación, es lógico; pero es irrenunciable primar su vigilancia directa en cualquier lugar y para todos, en reconocimiento de la humanidad natural de los demás. He utilizado natural a posta, para que se contemple que después de tantas vueltas por las éticas, cuando llega la catástrofe vírica, bélica, ecológica y económica, la gente apela a lo innegociable: la vida digna de las personas y de su casa común, la Tierra.
Atentos a cuál es el trenzado que se impone entre cambiar el corazón moral de la gente y mutar las reglas de juego del dinero. Nadie puede tomar partido por una sola variable de esta alternativa. Al separarlas conceptualmente y al ordenarlas como encargo de sujetos sociales diferentes, ya estamos arruinando el padrenuestro y la justicia.
Al decir esto, pienso en mi Iglesia y en una memoria que no quiero acallar. Todo lo vamos a considerar desde Jesús, siempre ha sido así y lo será. Jesús es el Mesías samaritano que decimos, con las bienaventuranzas del Reino por decálogo. Pero él es así, porque vivió entre los más desvalidos del mundo, porque los conoció a fondo y se conmovió en sus experiencias. Las hizo suyas, decimos. No fue a los pobres y desvalidos como consecuencia de su fe en un Dios bueno, sino que vino a su fe en ese Dios bueno, ¡tan novedosa!, porque convivió entre los desvalidos e hizo propia su necesidad. Otra vez hablo de un trenzado de ida y vuelta. Este es el problema de una Iglesia en salida. Desde dónde y a dónde puede salirse, y desde dónde y a dónde, no.