Teología desde el hospital público Luis Domínguez, cura villero y médico: "Nos hemos visto en una pandemia y sin los bienes que el pueblo había conseguido con tantas luchas"
"En la Argentina veníamos saliendo de un gobierno neoliberal que tenía una mirada de lo público perversa e inhumana"
"En el fondo somos médicos para acompañar estos momentos en que se apagan las máquinas frías, se bajan los sueros y se anuncia lo definitivo"
"El rito apesadumbrado de llegar a casa, sacarse los zapatos y correr a abrazar a alguien, casi desesperadamente, será la estampilla grabada en la memoria de estos tiempos de tanta soledad"
"¿Dónde está aquel sistema que nos prometía libertad, felicidad individual y premio a nuestros esfuerzos?"
"El rito apesadumbrado de llegar a casa, sacarse los zapatos y correr a abrazar a alguien, casi desesperadamente, será la estampilla grabada en la memoria de estos tiempos de tanta soledad"
"¿Dónde está aquel sistema que nos prometía libertad, felicidad individual y premio a nuestros esfuerzos?"
Es el primer año que no celebré en Semana Santa. Me niego a hacerlo sin la Comunidad. Me da la impresión de claudicar a la Iglesia-pueblo por la que tanto esgrimí apologías contra la religión intimista. A cambio, me dediqué a mi hospital, intentando asistir a esa generación de profesionales jóvenes a quienes les tocó vivir esta pandemia, jamás soñada ni imaginada, que retuerce las entrañas de todo el sistema sanitario. En la Argentina veníamos saliendo de un gobierno neoliberal que tenía una mirada de lo público perversa e inhumana. No hace falta describir las miles de decisiones que vulneraron la fibra íntima de los más débiles. Entre tanta canallada habían eliminado el Ministerio de Salud con la anuencia de una burguesía inescrupulosa e hipócrita.
Mercantilizar era su tarea. Allí cupieron todos los indicadores y todos los bienes que el pueblo había conseguido con tantas luchas. Nos vimos, de repente, en una pandemia sin lo básico para atender a nuestros pacientes y sin el cuidado debido para cuidar de la vida de los compañeros y compañeras.
Los rostros
Los primeros días nos llenaron de pánico, de incertidumbre y de miedo. Íbamos protocolizando cada paso que dábamos. Por suerte, nosotros, los hijos de la Salud y la Universidad Públicas, nunca creyentes en la ideología individualista del mercado, siempre decidíamos en grupo. Esta vez más.
Florecieron los debates sobre los mejores tratamientos, sobre las diferentes tendencias, los monopolios de materiales, sobre bioética, las maniobras de las farmacéuticas y sobre las terribles decisiones que hay que tomar. Lloramos la primera vez que hablamos con los familiares de un pasajero que había vuelto de España. Se había salvado de la guerra civil pero no pudo atravesar esta otra guerra.
La imposibilidad de no poder abrazarlos o mínimamente acariciarlos aumentó nuestra impotencia. En el fondo, decíamos, somos médicos para acompañar estos momentos en que se apagan las máquinas frías, se bajan los sueros y se anuncia lo definitivo. Las marcas de los barbijos y escafandras empezaron a aparecer en nuestros rostros. Nunca nos había pasado. Acostumbrados a maniobras complejas que necesitan de estos materiales en lo cotidiano, nunca nos habían salido marcas tan ásperas. Serán, sin duda, las lesiones que llevaremos de este tiempo de pesadillas y zozobras. Y el rito apesadumbrado de llegar a casa, sacarse los zapatos y correr a abrazar a alguien, casi desesperadamente, será la estampilla grabada en la memoria de estos tiempos de tanta soledad.
La primera línea de combate
No fue suficiente la preparación mínima realizada antes de la llegada del virus al país. Cuando el miedo paraliza, no se aprenden algoritmos fácilmente. Cuando se ve morir a los amigos médicos de años de combates, no es nada fácil. La contagiosidad impiadosa de la noxa no perdona a nadie, menos aún a los que, millones de horas de práctica mediante, su inmunidad lacerada no resiste más ataques sorpresivos. Trabajar muchas horas, comer mal, a veces parados, vivir entre las tensiones propias de la vida amenazada, nada de descanso, la adrenalina propia de las Emergencias que no da tiempo ni a metabolizarse, son sólo algunos prolegómenos de lo peor. Los casos de coronavirus nos han impactado a todos. En la primera línea de combate se espera, se reza, no contagiarse y volver al día siguiente, tal vez a dar una mano al más frágil.
"Nada de descanso, la adrenalina propia de las Emergencias que no da tiempo ni a metabolizarse... Son sólo algunos prolegómenos de lo peor"
Si no pudiéramos vivir para contarla
Una práctica cotidiana de los terapistas es intubar pacientes. El protocolo nos indica que tenemos que hacerlo tempranamente, es decir, no hay que esperar la desintegración de los sistemas de los pacientes. Al explicarle a ellos los procedimientos, les ocultamos algo que sólo nosotros sabemos: es muy probable que no despierte más.
A pesar de los inconvenientes, solemos darles algunos minutos a sus afectos, a la despedida. Ese momento épico que lucha contra el tiempo y la marea universal, ese momento de las lágrimas, de palabras sin traducción posible, mientras nuestros gestos impenitentes observan y dicen, “no involucrarse”. Encima, el dogma de “no tocarse” empeora todo lo que el mundo de las emociones prefiere. Cuando los familiares salen, nuestras manos empiezan a moverse y los aparatos se encienden, es el momento también en que sólo quedan las lágrimas. Es muy difícil no pensar en uno mismo, en la posibilidad de morir de aquello que uno combate, en las noticias que atraviesan los pasillos de alguna otra víctima, compañero o compañera, o peor aún, suicidado. Cuando pude racionalizar esto en primera persona, decidí escribir esto por si no pudiera sobrevivir para contarla.
Se cayeron todos los velos del capitalismo
¿Dónde está aquel sistema que nos prometía libertad, felicidad individual y premio a nuestros esfuerzos? ¿Dónde está esa ideología del mérito? En ninguna parte, no existe. Porque ante la primera pandemia mundial se muestra reacio a cerrar las persianas de sus quioscos y no tiene garantizada ni una gasa para sus adherentes. Esta gran mentira, este inmenso rey desnudo, mostró su incapacidad y su salvajismo dejando a los vulnerables sin atención, sin respiradores, cerrándole la puerta de Emergencias a millones de personas. La paradoja es aquella que nos señala el filósofo Bepo Berardi: “el capitalismo está muerto pero estamos viviendo dentro de su cadáver”. Porque en este fósil gigantesco estamos todos y todas sin distinción, sin siquiera garantizar el epitafio sobre nuestras tumbas.
Qué me dice Dios de esta realidad
Las clases de Leonardo Boff se empecinaban en decirnos que la Teología es un acto segundo, que hay que pensar sobre la realidad, que no creemos en los dioses volando tiránicamente sobre nuestras cabezas. Es por eso que surge la pregunta de las víctimas: ¿Dónde está Dios?, ¿qué me dice Dios de este inmenso dolor colectivo?
El gesto del samaritano tiene la respuesta. El relato (Lc 10, 25-37) critica a los indiferentes sepulcros que pasan fríamente al lado de la víctima mientras enaltece la figura de este, por lo menos agnóstico, amigo que le indica al posadero: “cuídalo”, “trátalo bien”, “no lo atormentes” y si gasta algo, “ponlo a mi cuenta”. Allí está el Señor, en ese desconocido está impregnado el rostro nuevo que nos muestra Jesús.
El Hospital Público es el lugar hoy donde van miles de personas en América Latina, la mayoría muy pobres y se encuentran con cientos de miles de otras personas que están dando la vida por ellos, literalmente. Los gestos más generosos se ven en esos pasillos, en esos cubículos, los temples más humanos, las actitudes más cariñosas. Por lo tanto, se repite la actitud del samaritano multiplicado tan humanamente. “Tan humano así” nos dice también Leonardo, sólo podría ser Dios… Ojalá podamos sentir esa presencia y no nos abandone nunca la compasión de esas páginas mientras aguardamos el fin de esta pesadilla.