Octavo día de la Novena de Navidad María, Navidad y lo femenino
"Santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz y tantos otros, hablan del encuentro con Dios como un diálogo entre el Amado (Dios) y la amada (el alma humana)"
"Sin las mujeres la Iglesia se derrumba, como se habrían caído a pedazos tantas comunidades de la Amazonia si no hubieran estado allí las mujeres, sosteniéndolas, conteniéndolas y cuidándolas"
"María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido"
"María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido"
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo… No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo" (Lc 1, 28.30-31) (Cfr QA 99-103; LS 241)
Quien se adentra en el camino de la contemplación sabe que debe estar abierto a la Obra que Dios pueda realizar en él. Allí el protagonismo es divino, el contemplativo solo se abre a su Gracia. Esta característica permite hablar del alma humana siempre con carácter femenino: el alma es fecundada por el Espíritu. El Cantar de los Cantares, y luego muchos místicos, como santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz y tantos otros, hablan del encuentro con Dios como un diálogo entre el Amado (Dios) y la amada (el alma humana). Como María al pronunciar el “hágase” ante la propuesta divina con las palabras del Arcángel.
Mientras valoramos el carácter femenino de nuestra experiencia contemplativa, damos una mirada a María, y por María a toda mujer. El lugar de la mujer y de lo femenino en nuestro mundo, va siendo cada vez más reconocido en una cultura ciertamente patriarcal. Pero lo femenino, aún en silencio, como tantas mujeres, siempre ha estado presente.
En la Amazonia hay comunidades que se han sostenido y han transmitido la fe durante mucho tiempo sin que algún sacerdote pasara por allí, aun durante décadas. Esto ocurrió gracias a la presencia de mujeres fuertes y generosas: bautizadoras, catequistas, rezadoras, misioneras, ciertamente llamadas e impulsadas por el Espíritu Santo. Durante siglos las mujeres mantuvieron a la Iglesia en pie en esos lugares con admirable entrega y ardiente fe.
El Señor quiso manifestar su poder y su amor a través de dos rostros humanos: el de su Hijo divino hecho hombre y el de una creatura que es mujer, María. Las mujeres hacen su aporte a la Iglesia según su modo propio y prolongando la fuerza y la ternura de María, la Madre. Sin las mujeres la Iglesia se derrumba, como se habrían caído a pedazos tantas comunidades de la Amazonia si no hubieran estado allí las mujeres, sosteniéndolas, conteniéndolas y cuidándolas. Esto muestra cuál es el poder de lo femenino.
Por lo tanto, mientras nuestra preparación a la Navidad, asume un carácter particularmente femenino, no podemos dejar de alentar los dones populares que han dado a las mujeres tanto protagonismo en la Amazonia. La situación actual nos exige estimular el surgimiento de otros servicios y carismas femeninos, que respondan a las necesidades específicas de los pueblos amazónicos en este momento histórico.
En una Iglesia sinodal las mujeres, que de hecho desempeñan un papel central en las comunidades amazónicas, deberían poder acceder a funciones e incluso a servicios eclesiales que no requieren el Orden sagrado y permitan expresar mejor su lugar propio. Que las mujeres tengan una incidencia real y efectiva en la organización, en las decisiones más importantes y en la guía de las comunidades, pero sin dejar de hacerlo con el estilo propio de su impronta femenina.
María es Madre y Maestra de Meditación, porque “ella conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). Miramos hacia María con ese carácter, que a la vez femenino por su apertura a la Obra del Espíritu, y es Magistral, porque nos enseña cómo prepararnos a lo que la Gracia nos tiene preparado. Simultáneamente, preocupados por la casa común, valoramos con mayor ahínco el papel femenino en el cuidado de la Creación, en la evangelización y en su liderazgo espiritual.
María, la madre que cuidó a Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Así como lloró con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada, y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer «vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12,1). Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado, junto con Cristo resucitado, parte de la creación alcanzó toda la plenitud de su hermosura. Ella no sólo guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que «conservaba» cuidadosamente (cf Lc 2,19.51), sino que también comprende ahora el sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios.
Cuando se asume con tal apertura la práctica contemplativa, Dios-Hombre-Cosmos, entran en tal unidad, que podemos descubrir el rostro unificador de la Navidad: Ciertamente en el vientre de una mujer: Dios-Hombre-cosmos se hicieron uno solo.
Etiquetas