José Ignacio Calleja Nacer aquí o allá, no tiene mérito

José Ignacio Calleja
José Ignacio Calleja

La noción es siempre la misma. Quien recorta un juicio ético a un espacio social particular, el mío, ha decidido que su respuesta salga muy deformada en derechos y deberes de las personas y la vida digna

Si no se le pone contexto preciso a cualquier solicitud de derechos y deberes, si no se valora como un todo la humanidad, el resultado es nefasto: el egoísmo ciego como regla de vida y la buena conciencia en cada dificultad

Los observadores de la vida social, ¡quién no lo es de algún modo!, hemos de seleccionar claves que cuestionen la mirada más común del día a día. Muchas veces parece una simple complicación añadida por gente ociosa. Hace poco me lo explicaba una mujer sabia, en relación a sus hijos, notables profesionales de la economía y el derecho: “cada vez que les explico que he escuchado a un profesor de filosofía o teología, me dicen que esa gente tiene que estar muy ociosa para ocuparse de semejantes cuestiones; se aburrirán mucho en la vida, porque si no, es inexplicable”. Espero que sepamos leer esta opinión con ese punto de autocrítica que a todos nos viene bien; a veces nos tomamos demasiado en serio.

            Pues bien, antes de desviarme más del tema, entre esas observaciones que merece la pena hacer nuestras, está la incorregible costumbre de tomar la parte por el todo. La parte soy yo y el todo es lo que nos afecta como humanidad. Lo llevaré al terreno de sucesivos debates sociales donde es mucho más claro su efecto. Decido definirlo así. Si la mirada ética ante cualquier discusión social surge sólo desde mi realidad -mi persona, mi país, mi partido, mi familia-, la respuesta nace totalmente viciada por su molde. Y en lo de totalmente está la fuerza de esta frase: yo-nosotros y lo nuestro. Todas las vivencias soportan unos condicionamientos pero éste del que hablo es muy serio. Corresponde al silencio sobre la pregunta fundamental: ¿desde qué lugar y de quiénes hablas cuando dices ‘debemos hacer en justicia esto y no lo otro, hay que aprobar esto y no aquello, tenemos derecho a tal cosa y no a la otra? Si un juicio moral surge aislado de todas las demás cuestiones y personas que nos rodean, cerca o no tanto, la respuesta se empobrece mucho.

Eutanasia
Eutanasia

Un ejemplo delicado, pero perfectamente válido. Las leyes de eutanasia, discutidas con toda razón por lo que está en juego, la dignidad humana, y con mucha fuerza al ser una interpelación total. Al apelar muchos a los cuidados paliativos como remedio inequívoco para respetar el valor de la vida humana, en los supuestos de sufrimiento extremo, me permito recordar ¿de dónde hablamos? O sea, valorar moralmente algo, resolverlo con claridad meridiana, y haber recortado el espacio social del que hablamos, es decir, nuestro mundo, debe ser fuente de una modestia ética en cada palabra que decimos. O ¿es la que la vida digna como valor incondicional vale sólo dentro de la propia nación o sociedad, y sólo si esta puede financiar su cuidado? Hay que darle una vuelta más a la interdependencia de la vida humana de todos. Era un ejemplo. Nos ha de hacer sufrir si hablamos de lo que hay que hacer desde sociedades que se lo pueden permitir. Pero ¿qué significa la valoración de la vida de todos, de todos, que la sustenta?, ¿qué significa desde sociedades y realidades de pueblos sin capacidad de subsistencia para millones de sus ancianos y niños, por ejemplo? ¿Ese es su problema?, ¿decimos esto? Entonces, ¿cuál es el valor ético de lo que decimos de la dignidad de la persona? Otro ejemplo, y también muy actual, la denuncia de la baja natalidad española y europea, y todas las urgencias que esto plantea a nuestras sociedades envejecidas. Y ¿por qué las pensamos como si el mundo no fuera una realidad única? Éste es el pero. Otra vez esta elección localista desenfoca el problema de que el crecimiento poblacional sí es un problema del mundo. La cuestión es el control responsable y ético de la natalidad, pero la respuesta no puede recortarse a un espacio, el nuestro, para decir éste es el problema, el envejecimiento poblacional, y lo es para todos, porque sí, porque lo es para nosotros. La noción es siempre la misma. Quien recorta un juicio ético a un espacio social particular, el mío, ha decidido que su respuesta salga muy deformada en derechos y deberes de las personas y la vida digna. Si no se le pone contexto preciso a cualquier solicitud de derechos y deberes, si no se valora como un todo la humanidad, el resultado es nefasto: el egoísmo ciego como regla de vida y la buena conciencia en cada dificultad. Si en la pregunta no están los más desvalidos y silenciados, menos lo estarán en la respuesta. Quien no está en la pregunta, ya no aparece en la respuesta. De hecho, el caso se multiplica hasta el agobio; así, se dice, yo con lo que me gano honestamente hago lo que quiero. ¿Sí? Si no hay una reflexión a fondo de ese “honestamente yo y mi Empresa o Estado”, entonces todo me sale deforme. O en el caso límite, “yo con lo mío hago lo que quiero”. ¿Sí? ¿Por qué yo sí puedo hacer lo que quiera con lo  mío y el propietario de ciertos capitales estratosféricos, no? ¿Sí? ¿Desde qué montante y derecho, sí o no? Está claro, si no abrimos el foco de los derechos fundamentales, la justicia y el cuidado, a todas las personas, el juicio personal nace deformado y opaco siempre. Nacer en un lugar concreto, carece de mérito.

José Ignacio Calleja

Profesor de Ética Social Cristiana

Vitoria-Gasteiz 

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