"Muchas veces se abraza a la tradición para quedarse en el mismo lugar de siempre" Nicolás Pons: "¿El COVID-19 va a exigir cambios a la Iglesia?"
"Un bichito que nadie ha visto, un indefenso David, ha tumbado al que se creía el vencedor y el padre de todo poder, de toda ciencia, de toda política, de todo dinero, de toda religión, de toda milicia, de todo bien, de todo arte"
| Nicolás Pons, sj
Al parecer, el COVID-19 es un trotamundos que, donde pone los pies, destruye, derriba y mata. Un diminuto patógeno con mucha pata, pero sin nada de corazón. Ha invadido nuestro pacífico y humilde suelo como si hubiera vuelto a trote, y a cañón abierto, un Napoleón Bonaparte (con perdón…).
O también (con más perdón…) un atrevido teniente coronel, Antonio Tejero: “todos al suelo”. Y todos, hincados y confinados en adoración perpetua (e incluso, nocturna) ante el nuevo ídolo.
Es que de repente ha surgido un pequeño David que ha increpado al prepotente y orgulloso Goliat de nuestros días: “Tú vienes contra mí con la espada, pero yo vengo a ti en nombre del Señor del universo y Dios de las tropas de Israel, el que tú has insultado. Te mataré y te cortaré la cabeza y todo el país sabrá que Israel tiene un Dios” (1, Samuel, 17. 45-47).
Todo ha sucedido porque ese monstruoso y engreído Goliat –que somos nosotros, el mundo de hoy- ha exhibido y entonado el canto de la victoria por doquier: de oriente a occidente, del hemisferio norte al hemisferio sur, a dos mil metros de altura y junto a las pacíficas playas del orbe. Y ahora un bichito que nadie ha visto, un indefenso David, ha tumbado al que se creía el vencedor y el padre de todo poder, de toda ciencia, de toda política, de todo dinero, de toda religión, de toda milicia, de todo bien, de todo arte y en fin de todo hombre y de toda mujer. En esto se acabó el gran desfile de la Victoria, el más triunfal y único que de momento ha existido en el mundo.
Mientras tanto, quienes creíamos estar al amparo de ese descomunal dios, hemos tenido que confinar y esconder día tras día, semana tras semana, tal vez mes tras mes, siempre con la mirada puesta en que cada día el bichito de marras, más amarrados nos tenía. En esta tremenda lucha, cabe preguntar: nuestra santa madre, la Iglesia Católica, proclamada vencedora del Mal, distribuidora de bienes para todos, promesa de un bienestar eterno, ¿puede ser interpelada, maltratada, gobernada por ese David matamundos?
No faltará quien diga que nuestro Dios del cielo ampara su Iglesia, la cuida y la mima. Que el enemigo no la tocará y ese Dios nuestro la protegerá de toda embestida. Como ha hecho siempre. Christus vincit. Christus imperat.
Pero, ¿no puede ocurrir también –como se ha empezado a escuchar o a leer- que eso que llamamos pandemia, queriendo ella o sin querer, a su paso por nuestra casa común, nos deje de rebote algo que nosotros, por nuestra pereza o por una limitada visión e incluso malicia, considerábamos como mal y era en efecto un bien, una mejora, una belleza, un don?
Incluso el Papa Francisco, ha insinuado y defendido que esa crisis que padecemos nos ha hermanado más y con ella se han roto distancias, prejuicios, enemistades. Y Europa -e incluso el mundo- está ahora más unido y en una conjunción ideal de planes y de fuerzas. Y se ha dado a todo el mundo el ejemplo de quien, como el sanitario o el policía y otros, se han entregado a por todas en salvar vidas.
Nadie, sin embargo, se atreve de momento a señalar caminos, cauces o flechas que puedan indicar nuevos procederes a proteger o estructuras viejas, que a la Iglesia conviene derrumbar. En un anterior post, señalábamos que ya Sófocles, ante una nueva visión de las cosas, prefería no tocar nada ni pensar nada nuevo y así uno podía vivir tranquilo, sin aspavientos ni trastornos. Muchas veces la Iglesia, Madre y Maestra, se muestra muy lenta en cualquier innovación y se abraza a la tradición para quedarse en el mismo lugar de siempre. ¿No contemplamos esto de un modo cruel cada temporada, en cada Pontificado, en cada continente?
Infeliz, por no decir desdichado, aquel teólogo, aquel obispo, aquel Papa que quiera indicar a sus fieles un nuevo rumbo, una nueva cara e incluso una vestimenta nueva. Va camino de perder. Sólo un tsunamis como nuestro COVID-19, posee tantas agallas para ganar. ¿No hemos visto nosotros mismos estas semanas cómo esta conmoción viral nos ha abierto horizontes, nos ha recriminado actitudes, nos ha mostrado caducas posturas, que de nada sirven? Esperemos. Sin duda, otea un amanecer nuevo, que nadie puede predecir, que nadie de momento puede dibujar…