"Dejemos las cosas como siempre han sido" Nicolás Pons: "¿Puede el Covid-19 cambiar actitudes o costumbres de la Iglesia?"
"Menudo artefacto le ha caído encima al pobre Francisco después de haber tenido que 'pencar' a brazo partido y en no pocos años con el drama de la pederastia, para que ahora el menudo y atrevido COVID-19 le venga a quitar el sueño y le bombardee sus planes a toda máquina y en todos los rincones del globo"
| Nicolás Pons, sj
En estas semanas (meses...) de reposo, de confinamiento y de calcular en muchas direcciones, no falta quien se pregunte si el paso (o el peso) de nuestro coronavirus por nuestro planeta, va a herir, cambiar o exterminar costumbres o procedimientos del género humano. Y por ende, también de la Iglesia, que, por otra parte, ha ido siempre tan sujeta y atada a sí misma en su estilo y en su andar.
En primer término, no es nada fácil entrar en un terreno tan delicado y discutible como éste, que al mismo tiempo se pone en peligro de asomarse al abismo, a la herejía, al castigo. Dejemos las cosas como siempre han sido. ¿Por qué ahora meterse en honduras, que, con perdón, siempre se ven reprimidas y deprimidas entre inmensos océanos ?
Pero la verdad, honda y lironda, es que el coronavirus, además de tantos miedos y muertos, ya va mostrando sus cuernos por querer abatir razones y motivos en no pocos campos de la vida humana y social de nuestro tiempo. Y así piensa ya y sufre nuestra economía, nuestra enseñanza, nuestra vida familiar, nuestra política, nuestro turismo e incluso también nuestra religión.
Menudo artefacto le ha caído encima al pobre Francisco después de haber tenido que “pencar” a brazo partido y en no pocos años con el drama de la pederastia, para que ahora el menudo y atrevido COVID-19 le venga a quitar el sueño y le bombardee sus planes a toda máquina y en todos los rincones del globo. O ¿es que ahora sería mejor cerrar los ojos y pensar, como advirtió el filósofo Sófocles, que la más dulce vida consiste en desconocerlo todo?
Pero, vamos al grano, si es que con el permiso del lector, se puede tocar o estudiar esa “malura” (por no llamarla maleza y menos maldad) que, como herrumbre maldita, invade con los años hechos o atributos apreciados e incluso santos.
1º - Empecemos por la materia (llamémosle así) más endeble y fácil de traer a colación. Démonos fraternalmente la paz. Se trata de una invitación que el celebrante hace a los fieles para que se deseen mutuamente la paz. Aquí los asistentes se dan la mano, o un abrazo, o un beso, según la familiaridad o amistad que entre si mantienen. Esta costumbre iniciada hace varias décadas y aceptada por los fieles, ha sido ahora bruscamente interrumpida por el coronavirus.
Yo creo que después de ida la pandemia (esperemos que algún día se irá con las de Villadiego…) será un tanto difícil que se vuelva a imponer. Pues esta movida de dar la mano al vecino ha pasado con el tiempo a darse un simple “manoteo” (por no decir manotazo) o un pomposo abrazo o un sonoro beso. Y es más. De dar el saludo al vecino de izquierda y de derecha se ha pasado a dar lindas efusiones de cariño a todos los personajes de su banco, como a los que mantiene en el banco de delante e igualmente a los que esperan su saludo en el banco que tiene a su espalda. Es decir, en el ámbito de la iglesia –hasta este momento, devota y quieta- se vive una especie de terremoto o de tsunami de algarabía y de traqueteo impresionante. Para los niños, si hay, se regala un momento de alboroto y de fiesta, incluidos correteos y llamadas de sus celosas tías o abuelitas.
Para colmo de desgracias, el celebrante, en aras de sus sentimientos de hermano o de padre que conserva para su comunidad, se ha adherido al palmoteo y estridencia reinantes y ha bajado a la masa del pueblo y se ha puesto a extender su mano a izquierda y a derecha a cada uno de los asistentes, no siempre fáciles de alcanzar, debido a las estrecheces que a veces se sufre en sus filas. En fin, una labor de titanes poder conceder tanta paz.
Y por supuesto, sin parar mientes al aviso de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Ésta pedía al celebrante que durante la Misa no bajara bajo ningún pretexto de las gradas del altar, ya que éste (a mi juicio) se hallaba allí como custodio nato de todo lo que el altar contenía. Volveremos, si Dios quiere.