Aradillas comenta la frase del Papa sobre su eventual visita a España "Prometo que me lo voy a pensar"
"Yo, en su lugar, no vendría. Son muchos, incluidos algunos obispos, que no lo quieren"
"¿Viene como obispo de Roma, como jefe de Estado, o en su doble condición?"
"¿Cómo lo recibirán los obispos, la mayoría todavía 'rouconianos'?"
"¿Y quien pagará los gastos de la hipotética –por ahora, no probable- visita 'franciscana'?"
"¿Cómo lo recibirán los obispos, la mayoría todavía 'rouconianos'?"
"¿Y quien pagará los gastos de la hipotética –por ahora, no probable- visita 'franciscana'?"
La versión oficial que se nos ha dado de la respuesta periodística a la `pregunta al papa Francisco acerca de si vendrá o no a España en un futuro más o menos próximo, ha sido la de “prometo que “me” lo voy a pensar”, y no la de que “lo” voy a pensar”. La matización tiene su importancia y sobre ello me animo a tejer algunas sugerencias con la transparente convinción de que también yo formo parte “visitable” del pueblo de Dios, por lo que su determinación me afectará de modo particularmente religioso:
. Aquí en España, y tal y como están hoy los tiempos “intra” y “extra” eclesiásticos, la necesidad de pensar en la visita pontificia –preparación y consecuencias- se hace imprescindible, delicada y profunda. Al igual que otras a otros países, pero posiblemente un poco, o un mucho, más aún. España es España- más España, es decir, menos, que nunca, y esta circunstancia y realidad demandan atención y tratamiento especiales.
. Lo de “católica, apostólica y romana”, acrecienta asimismo mayores cuidados, consideraciones y santo evangelio. Pese a aquello de los Reyes “Católicos”, al igual que lo de los “Cristianísimos” de Francia, pasó democráticamente a la historia y tales adjetivos o no siguen ya registrados académicamente o están en vías de extinción, nada menos que constitucional.
. Más que de “católicos-católicos”, de los españoles hay que gestionar la condición de “cristianos”. Índices tan elementales de religiosidad verdadera como serían los de la natalidad y los procedimientos para su regulación, que colocan a España a la cola de todos los países del mundo, no facilita, sino todo lo contrario, adscribirle a los católicos de España, adjetivaciones paralelamente eclesiales.
. España, en idéntica, y aún mayor proporción que en el resto de países “cristianos de toda la vida”, el índice de bautizados, y el de la recepción del resto de los sacramentos, con mención singular para la confesión, comunión y bodas, mengua de tal modo, que el número de sacerdotes ronda los linderos de la desaparición, solo con que se les preste atención superficial a los seminarios y noviciados y se tengan noticias veraces de las ulteriores “deserciones”.
. Los curas se acaban. Y, al paso que vamos, se acabarán también los obispos, con necesidad de ser unos y otros importados de diversos países, particularmente de los latinoamericanos. Es “santo y seña” de la triste- tristísima- realidad “religiosa” que llama a las puertas de la civilización y cultura españolas en la actualidad, con irrefrenable necesidad, entre otras cosas, de estudiar el empleo y utilidad de las catedrales y templos de los que la Iglesia es poseedora y administradora.
. Y ahora, una pregunta indiscreta que tendrán que formularse quienes organicen el viaje pontificio a “nuestra madre patria”: ¿Viene como obispo de Roma, como jefe de Estado, o en su doble condición? ¿Viene conociendo de verdad la realidad teórica, o la práctica, de la unidad de la patria española, la de las Comunidades Autónomas y la de los Estatutos de “pre” o “casi” independencia de algunas de ellas, enfrentadas-sí, enfrentadas- con el resto?
. ¿Hablará en su perfecto y argentinizado castellano, o tendrá que aprender antes hacerlo en catalán, valenciano, vasco, gallego, bable, castúo y hasta en andaluz?. ¿Qué autoridades lo recibirán? ¿Estarán previstos los “plantes” y también los “desplantes”, con inclusión de los episcopales? ¿Lo recibirán con coleta y con pantalones vaqueros, como representantes del pueblo y educados todos ellos en “colegios religiosos”?
. ¿Cómo lo recibirán los obispos, la mayoría todavía 'rouconianos', quienes, con sus correspondientes tics propios del Nacional Catolicismo, automáticamente “revolverán Roma con Santiago”, para que sus adeptos “opuísticos”, “kikos·, “legionarios”, “guerrilleros” y demás acolitado, acaparen puestos de representación y de privilegio en misas y en concentraciones masivas, que, una vez más, parezcan ser, y lo sean, piezas importantes –claves- en el éxito de la visita papal?
. Venga o no venga a España, el papa Francisco lo pensará y repensará bien y muchas veces. Yo, en su lugar, no vendría. Son muchos, incluidos algunos obispos, que no lo quieren. Están en desacuerdo con él en todo o en casi todo, pese a que algunos digan vaticanamente lo contrario. Ellos querrían hace resucitar, por ejemplo, a san Juan Pablo II, pero además, “corregido y aumentado” .
. ¿Y quien pagará los gastos de la hipotética –por ahora, no probable- visita “franciscana”?. Los pingües gastos de la venida y estancia a España de su antecesor Benedicto XVI, a Valencia, corrieron a cargo mayoritariamente de su Comunidad Autónoma, “pepecera” entonces por todos sus costados, y cuyos nombres de los responsables económicos están desde entonces avecindados en los listados de procedimientos judiciales, con la documentación precisa, lo que no resulta mínimamente “rentable” en ningún orden de cosas.