"Somos compañeros de viaje que tenemos que amarnos y ser solidarios unos con otros" Ronald La Barrera: "No es momento de buscar culpables, sino de mirar al interior y revisar nuestra vida"
"La soberbia del hombre ha hecho que nos creamos 'omnipotentes', pero la llegada del COVID – 19, nos ha vuelto a la realidad, somos personas humanas, frágiles y débiles, con muchos avances, sí, pero al fin y al cabo somos barro"
"En esta pandemia sufren pobres y ricos, niños y adultos, jóvenes y ancianos, todas las razas de la tierra y sólo unidos podremos superarla"
"Si Dios es Amor por qué no actúa, por qué nos deja sumergidos en el temor de hundirnos en medio de la tempestad"
"No es momento de reproches, de buscar culpables o de condenar a uno u otro, es el momento de mirar a nuestro interior, de revisar nuestra vida"
"Si Dios es Amor por qué no actúa, por qué nos deja sumergidos en el temor de hundirnos en medio de la tempestad"
"No es momento de reproches, de buscar culpables o de condenar a uno u otro, es el momento de mirar a nuestro interior, de revisar nuestra vida"
| Pbro. Ronald La Barrera Villarreal*
Nuestra vida está como en un atardecer, no sólo calles y plazas han oscurecido sino también nuestra mente y corazón, estamos llamados a encerrarnos en nuestras casas y esto nos agita más, hace mucho tiempo que no nos quedábamos en casa tantas horas y ahora no sabemos qué hacer.
Nos encontramos asustados y perdidos. Nunca habíamos vivido una experiencia como esta. Hemos leído y escuchado que en la historia de la humanidad ha habido pandemias, hemos visto películas y creíamos que a nosotros esto nos iba a suceder, eran cosas del pasado, hoy la ciencia y la tecnología han avanzado, la soberbia del hombre ha hecho que nos creamos “omnipotentes”, pero la llegada del COVID – 19, nos ha vuelto a la realidad, somos personas humanas, frágiles y débiles, con muchos avances, sí, pero al fin y al cabo somos barro.
Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió́ una tormenta inesperada y furiosa. Como dice el evangelio (Cf Lc 17, 26-37), comían y bebían, vendían y compraban, sembraban y construían; cada uno ocupado en nuestros quehaceres, corriendo de un lado para otro y no había tiempo para la oración, indiferentes a las cosas de Dios y de pronto nos vemos sorprendidos por esta pandemia, contagios, enfermos, fallecidos. Algo inesperado está pasando en nuestro mundo, las autoridades ordenan confinamientos, se cierran templos, pero las familias comienzan a orar, las redes sociales se llenan de oraciones, rosarios, eucaristías, meditación de la Palabra, para calmar la furia del COVID - 19.
Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; hay que remar juntos: autoridades y ciudadanos, agentes sanitarios y familias, custodios del orden y población, en estos momentos no hay lugar para el protagonismo, tenemos que dejar a un lado la arrogancia y la soberbia, pues en esta pandemia sufren pobres y ricos, niños y adultos, jóvenes y ancianos, todas las razas de la tierra y sólo unidos podremos superarla.
Muchos se preguntan ¿Dónde está Dios? Ha tenido que llegar esta pandemia para preguntarnos por Dios, es en los momentos en que el miedo toca lo profundo de nuestro corazón, cuando nos detenemos y nos acordamos que hay un Dios. Pero la pregunta sigue latente, si Dios es Amor por qué no actúa, por qué nos deja sumergidos en el temor de hundirnos en medio de la tempestad.
Nos damos cuenta que el dinero no nos libra de esta pandemia y de hecho la economía empieza a bajar en todos los países, el poder se debilita, la ciencia y la técnica no logran todavía encontrar una vacuna contra el virus o una medicina que pueda curar a los infectados, mientras llega la solución para superar esta catástrofe, en estos momentos, sólo nos quedan el temor y la fe.
Hoy frente a nosotros hay una tempestad y tenemos que atravesarla con temor, porque somos frágiles, débiles, sufrimos y no sabemos si las fuerzas nos van a dar para superar todo esto; pero con fe, con esperanza, porque no estamos solos y que quien guía nuestras vidas es el Señor, el Dios que todo lo puede, que sanó a muchos enfermos, resucitó muertos y calmó la tempestad.
Es ahora cuando nos damos cuenta que torpes y tercos hemos sido, hemos creído que por sí solos podíamos salir adelante, que nuestra realización y felicidad sólo dependía de nosotros mismos, que con el dinero o el poder podíamos obtener y conquistar muchas cosas, hemos confundido placer con felicidad y hemos querido ser y sentirnos “dioses”.
La ambición de poder y tener nos ha llevado a guerras sin razón, a una explotación desmedida de los recursos naturales, a acumular dinero a costa del sufrimiento de tantas familias a través de las drogas, de la trata de personas, de la prostitución, de tratar a las personas como objetos sin respetar su dignidad; hemos pisoteado lo que hemos encontrado frente a nosotros con tal de conseguir fama y poder.
Hemos estado viviendo como en un sueño, un sueño del que pensábamos no íbamos a despertar, hemos querido hacer de las mentiras, verdades; nuestros egoísmos e hipocresías nos han llevado a falsas promesas, buscando sólo nuestro propio interés sin importarnos el bien de los demás.
Las familias se habían olvidado que eran comunidades de vida y de amor, lugar donde la vida nace, crece y se desarrolla, la persona humana madura y es formada en valores, que es célula de la sociedad y que de su solidez y estabilidad depende el desarrollo y progreso de la sociedad. Esto ha conllevado a la falta de respeto a la vida, a infidelidades, a no cumplir con la misión de educar a los hijos, a divorcios, etc.
Hoy ante las circunstancias difíciles que estamos atravesando, cuando vemos amenazada nuestra vida, cuando no encontramos la solución para controlar esta pandemia, decimos “Señor despierta” y la respuesta del Señor es: «¿Por qué́ tienen miedo? ¿Aún no tienen fe?». Conviértanse, "vuelvan a mí de todo corazón" (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección.
No es momento de reproches, de buscar culpables o de condenar a uno u otro, es el momento de mirar a nuestro interior, de revisar nuestra vida, de darnos cuenta cuál es el verdadero camino que nos lleva a la felicidad, estar en casa nos permite hacer esta reflexión y darnos cuenta de las personas que han estado y están a nuestro lado, que nos han ayudado para madurar y realizarnos.
Para nuestra realización y felicidad nos necesitamos todos, no nos veamos como enemigos o amenazas, somos compañeros de viaje que tenemos que amarnos y ser solidarios unos con otros, que debemos comprendernos y perdonarnos, que seamos capaces de ayudarnos a crecer, desarrollarnos y realizarnos.
Como nos dice el Papa Francisco: “El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”.
Hemos sido creados por amor, vivamos poniendo en práctica el mandamiento que Cristo nos dejó: “Ámense unos a otros como yo los he amado” (Jn 15,12), podríamos decir como San Agustín:
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! y tú estabas dentro de mí y yo afuera,
y así por fuera te buscaba; y, deforme como era,
me lanzaba sobre estas cosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo.
Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que,
si no estuviesen en ti, no existirían.
Me llamaste y clamaste, y quebraste mi sordera;
brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo;
gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti;
me tocaste, y deseo con ansia la paz que procede de ti.
Nunca debemos dejar de amar, pues el amor nos lleva al servicio, al perdón, a la humildad, a la solidaridad, a la compasión, a ponerme en el lugar del que sufre, del necesitado, sabiendo como dice San Juan de la Cruz que “al atardecer de la vida seremos examinados en el amor”.
Que María, Madre de Dios y Madre nuestra, salud de los enfermos y auxilio de los cristianos, interceda por nosotros para que unidos en el amor y con la fortaleza de la fe, salgamos victoriosos de esta pandemia y vivamos una vida nueva.
- Licenciado en Teología, Doctor en Bioética, Vicerrector del CEBITEPAL - CELAM
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