Nuevas confidencias de un cura jubilado San Juan Pablo, ora pro nobis

(Antonio Aradillas).- Se perciben ya en la Iglesia universal los repiqueteos de las campanas en las vísperas solemnes de las canonizaciones de los Papas Juan XXIII y Juan Pablo II.

Toda reflexión que con carácter religioso se efectúe en el entorno de acontecimientos de tanto relieve habrá de ser considerada constructivamente positiva, con el feliz convencimiento de que la no coincidencia en alguna de sus apreciaciones jamás habrá de ser calificada, a la luz, de la fe, como herética, cismática, atrevida o iconoclasta. Ni se peca, ni se es más o menos buen cristiano, por el solo hecho de estar en desacuerdo, y expresar reparos y discrepancias, en relación con alguna de estas ceremonias. Aún más, su misma exposición en público pudiera conllevar de por sí una buena dosis de riesgos y descalificaciones de quienes mayoritariamente piensen de distinta manera. El hecho es que son importantes las dudas con las que se identifican no pocos miembros del pueblo de Dios en relación con la oportunidad, urgencia y procedencia de la canonización del Papa Juan Pablo II.

. La "patrimonialización" de la santidad oficial -"elevación a los altares"-, parece haber alcanzado demasías, excesos y desproporcionados grados de valoración canónica, hasta el punto de hacerle llegar al "pueblo fiel" al convencimiento de que, desde mediados del siglo XIX, todo Papa, por serlo, tiene reservados ya su sitial, aureola, patronazgo y festividad litúrgica en el "Año Cristiano".

. Según el sentir de buena parte de teólogos, y del pueblo de Dios, el estilo de santidad "pontifical" que encarnó Juan Pablo II no resulta ser soberanamente ejemplar, ni en los tiempos en los que testificara el ejercicio de su ministerio, ni en los actuales. No son descalificables de por sí quienes todavía siguen apuntando que Juan Pablo II, antes de haber aceptado su elección, debiera haber investigado hasta sus últimas consecuencias legales, canónicas o no, las causas de la muerte de su antecesor Juan Pablo I.


. El hecho más que constatado de haber recluido -enclaustrado- en el libro de Actas del Concilio Vaticano II, la mayoría de sus principios de renovación religiosa , en respuesta a las crecientes y urgentes demandas de la Iglesia, es motivo de sorpresa, asombro y aún de escándalo en no pocos sectores. Lo fue también el nulo, o tímido, intento de reforma de la Curia Romana. Ante el "pueblo fiel", y ante el "infiel", tal reforma, o desaparición curial, sigue siendo demandada, pese a los buenos y efectivos propósitos del Papa Francisco, por los medios de comunicación intra o extra eclesiásticos, con toda clase de pruebas y descalificaciones.

. Señalar áreas concretas como las relacionadas con las "exambrosioanas" bancarias y las pederastias -fundadores y educadores-, a nadie se le ocurrirá tildar de revanchistas o de vengativos. Idéntico diagnóstico corresponderá a los inspiradores y representantes de la reforma y de la adecuación de la teología pastoral y moral, quienes en desacuerdo con el pensamiento oficial de la Curia Romana, fueron expulsados de sus cátedras y docencias universitarias, estigmatizados sin piedad, sin argumentos e inmisericordiosamente, en esta vida y en la otra.. El comportamiento de Juan Pablo II , que fotográficamente perdura, en su relación con uno de los máximos responsables de la Teología de la Liberación, es para muchos, prueba y señal de falta de comprensión y de caridad, de humanidad y de humildad, aunque la idea de la firme, pero más que discutible, ortodoxia, y de los dogmatismos destacaran los perfiles gráficos.

. Como exculpación a determinados comportamientos pontificales al uso, con sensatez y ponderación, hay quienes, en esta como en tantas otras situaciones, y casos, refieren que "de tanto mandar los Papas, de ser llamados, y creerse ellos mismos, Vice-Dios o Vicarios de Cristo, perdieron la sagrada costumbre de escuchar ", lo que les obliga a vivir fuera, o "en el mejor de los mundos".

. Otros exculpan, o explican, las referidas limitaciones , subrayando los achaques de salud sufridos por el Papa en los últimos tiempos, sin humor y responsabilidad para haber llevado a cabo la renuncia que tuviera prevista y que había anunciado a algunos de sus íntimos cooperadores, precisamente los más interesados en que todo -ellos también- continuaran al frente de sus cometidos curiales, y con la falaz e irresoluta persuasión de que eran el bien de la Iglesia y el servicio al pueblo lo único que los mantenía al frente de "sus" respectivos dicasterios romanos.

. Las beatificaciones y canonizaciones , desde la pluralidad de motivaciones religiosas, para- religiosas, y tal vez hasta irreligiosas, precisan de revisión urgente y profunda, en cuyo planteamiento y formulación habrá de hacerse activamente presente el pueblo de Dios, constituido por la jerarquía y los laicos, por principio, con fervoroso y decidido rechazo a todo cuanto llegue a significar algún atisbo de culto a la personalidad, a las instituciones que la acogen y a los promotores de las llamadas "causas de los santos". Será, de aquí en adelante, el evangelio, solo el evangelio, y no los "milagros", ni el Derecho Canónico, los inspiradores de las beatificaciones y canonizaciones, y más cuando sean sus protagonistas los Papas...

NOTA: Reseño que el criterio de los curas tertulianos jubilados no fue unánime en relación con el tema, si bien prevaleció la idea, por encima de todo, de la legitimidad de la invocación de "San Juan Pablo II, "¡ora pro nobis¡", Amén.

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