"Romero sigue vivo en el corazón del pueblo salvadoreño, y en el corazón de Dios" San Romero de América: Otro nuevo aniversario de su martirio, y ya son 43 años

Romero
Romero

"Y como cada 24 de Marzo, los que nos sentimos vinculados a su proyecto y a su espiritualidad nos conmovemos y nos llenamos de emoción"

"Se ha sustituido, a mi entender, una violencia de la calle, de pandillas, por una violencia de corte institucional: el miedo a las pandillas se ha sustituido por el miedo al gobierno, y a la policía"

"Un nuevo 24 de marzo, seguimos afirmando que el proyecto de Monseñor Romero, que hizo carne en él mismo el proyecto de Jesús de Nazaret, sigue vivo"

"Su poder estaba en el servicio, su poder se basaba como el de Jesús, en lavar los pies de los pobres, y en defenderlos hasta el final"

Estamos celebrando un nuevo 24 de marzo, un nuevo aniversario del martirio de Monseñor Romero, nuestro santo de América latina, canonizado definitivamente por el papa Francisco el 14 de octubre de 2018, aunque el pueblo salvadoreño lo canonizó ya desde el mismo momento en el que la bala asesina traspasó su corazón. Un corazón lleno de amor, de evangelio y de vida, con el que aquella bala acabó físicamente, pero un corazón que permanece en el pueblo salvadoreño, entre su pobrerío, como él siempre decía, y por supuesto, en el mismo corazón del Dios de la vida, que resucitó también a Jesús de Nazaret.

Y como cada 24 de Marzo, los que nos sentimos vinculados a su proyecto y a su espiritualidad nos conmovemos y nos llenamos de emoción, porque seguimos descubriendo que en Monseñor Romero se dan las características del auténtico seguidor de Jesús de Nazaret, asesinado como él por decir lo que El mismo decía: que Dios es un Padre de todos, que todos nos merecemos lo mismo, que la pobreza no la quiere Dios y que ese mismo Dios a quien confesamos como Padre-Madre quiere que todos seamos felices, en cada minuto de nuestra vida, como quieren todos los padres y madres, para cada uno de sus hijos. 

Monseñor Romero
Monseñor Romero

     En estos meses, y con todo lo que está pasando en la “Tierra Santa” salvadoreña, me he preguntado muchas veces qué diría nuestro Monseñor, de lo que sucede en su querida tierra salvadoreña. Me he preguntado no sólo qué pensaría, sino cuál sería su actitud. Y quizás, con un cierto pesimismo, e incluso con lágrimas en los ojos, me parece que Monseñor Romero actuaría como actuó, defendiendo a las mayorías pobres, poniéndose de su parte, a su favor, y criticando a las minorías ricas, o riquísimas diría yo, que siguen controlando casi todo el país. Después de 31 años de los acuerdos de paz, de enero de 1992, descubrimos que el país sigue sumido en la más absoluta pobreza y desigualdad social; con pena descubrimos que la sangre de los más de 60.000 salvadoreños que murieron en la contienda civil, no ha servido para esa paz y justicia social, que nuestra Tierra Santa salvadoreña, se merece.

Las causas que motivaron el conflicto civil, permanecen, porque la injusticia, la pobreza y la desigualdad, allí continúan. Siguiendo de cerca lo que va sucediendo allí, hay que decir con pena que son muchos los salvadoreños que tienen que seguir dejando su país en busca de un futuro mejor, o lo que es más, en búsqueda de un mínimo de vida que les posibilite una dignidad para vivir como seres humanos, con todas las oportunidades de cualquier otra persona, en cualquier otro país del mundo. La sangría migratoria permanece y va aumentando en un país, tan pequeño y tan rico, que a mi juicio sería fácil gobernar, si no fuera porque los gobernantes, incluso el de ahora, están solo preocupados por acaparar y por mantenerse en su puesto de poder. 

Descubrimos con espanto y con horror que la violencia permanece, hasta hace poco fueron las maras, las pandillas juveniles las que extorsionaban son su violencia a la mayoría del pueblo salvadoreño; en muchos barrios de la capital, de San Salvador, a unas ciertas horas del día no se podía salir a la calle, porque el control de esos barrios estaba en manos de las pandillas, que practicaban la violencia contra quien fuera; en muchas poblaciones no se podía vivir en paz, porque a la mínima podías encontrarte con unas balas. Solo se podía vivir en paz en los campos, en los cantones rurales; recuerdo la vez que estuve por allí, en Arcatao, en el departamento de Chalatenango, en el año 2015 cuando nos decía la gente del pueblo que allí eran pobres, pero “por los menos no nos matan, como en la ciudad”, y al escucharlo me llenaba de pena y los ojos se me cubrían de lágrimas.

Maras en Salvador

Cuanto dolor, cuanta violencia, cuanta sangre derramada en la contienda civil para nada. Pero ahora, el actual gobierno, se jacta de que ha eliminado la violencia, lo que no dice es que ha eliminado quizás la violencia de las maras, pero a consta de practicar una violencia institucional: son muchos los jóvenes que son detenidos y acusados de pertenencia a las pandillas, por el simple hecho de llevar un tatuaje en la piel o tener un aspecto. Hace unos días detuvieron a jóvenes en el mismo Arcatao, simplemente, por estar tatuados, y fueron llevados casi como animales a una cárcel modelo, segura parece ser, que ha constado muchos millones de dólares, y que el actual gobierno dice que es la solución frente a esa violencia. Se ha sustituido, a mi entender, una violencia de la calle, de pandillas, por una violencia de corte institucional: el miedo a las pandillas se ha sustituido por el miedo al gobierno, y a la policía

     Y en medio de todo ese dolor y toda esa injusticia, seguimos pensando que la vida de Monseñor Romero mereció y merece la pena, que merece la pena seguir no solo recordando y resucitando en el pueblo a un hombre, un obispo, que en los tres años que estuvo al frente de la Archidiócesis de San Salvador, fue capaz de transmitirnos con su actuar que otro país era posible, que se podían cambiar las cosas, desde una revolución sin violencia, pero defendiendo una justicia social para todos. Que un país nuevo podía irse construyendo, desde las nuevas bases de reconocer que todos somos iguales, y que la dignidad de todos los seres humanos, a la que todos tenemos derecho por ser personas, es la misma. En el centro fundamental de la vida de Monseñor estaba y está su amor profundo a Dios, Padre-Madre y su amor “al pueblo crucificado”, en palabras de Jon Sobrino. Precisamente por eso, por su defensa de ese pueblo martirizado, asesinaron a Romero, como asesinaron a Jesús de Nazaret y como han asesinado en la historia a todos los que siguen defendiendo la paz y la justicia como elementos inseparables: no puede haber auténtica paz sin justicia. 

 Un nuevo 24 de marzo, seguimos afirmando que el proyecto de Monseñor Romero, que hizo carne en él mismo el proyecto de Jesús de Nazaret, sigue vivo, que ese proyecto no ha sido asesinado con aquella bala que le quitó la vida, ni con la cruz que crucificó al maestro de Nazaret, sino que ese proyecto sigue presente, y merece la pena continuarlo.

Papa Francisco y monseñor Romero

     Ha sido necesario que viniera un papa del otro lado del mundo, del otro lado de la tierra,  para que la Iglesia reconociera como tal a San Romero de América como modelo de vida, porque eso significa ser santo: modelo de vida para los cristianos. Y el papa Francisco al hablar de Romero dijo que era santo porque el milagro de Romero fue su misma vida. Su vida entregada en favor del pueblo, su cuerpo entregado y su sangre derramada como la de Jesús, fue la que le  hizo santo. Romero se hizo plena eucaristía, derramó hasta la última gota de su sangre por su pueblo, entregó hasta el último aliento de su vida por los pobres. Y fue precisamente, cuando celebraba la Eucaristía, cuando su vida no es que fuera arrebatada, no es que nadie se la quitara, como dice el evangelio de San Juan, sino que él mismo la entregó.

En aquella tarde del 24 de marzo de 1980, San Romero se hizo Eucaristía, se hizo cuerpo entregado y sangre derramada por todos, como decía el profesor Manuel Gesteira; ese día, no solo es que Monseñor se uniera al sacrifico de Jesús, como hacemos siempre, sino que parece que el mismo se sacrificaba por su pueblo, como lo hizo el maestro. Así lo describe la hermana madre Lucita, religiosa del hospital la divina providencia: “Volviendo al momento  de la muerte de Monseñor, en que el proyectil destrozó la vida de nuestro querido Pastor, él por instinto de conservación e cogió al altar, haló el mantel y en ese momento se volcó el copón y las hostias sin consagrar se esparcieron sobre el altar. Las hermanas de nuestra comunidad del hospitalito interpretaron  este signo como que Dios le dijera: hoy no quiero que me ofrezcas el pan y el vino como en todas las eucaristías, hoy la victima eres tu OSCAR, y en se mismo instante, Monseñor cayó a los pies de la imagen de Cristo, a quien tuvo como modelo toda su vida” ( Dios proveerá, testimonio de la hermana Luz Isabel Cueva (madre Lucita). 

Ese hacerse Eucaristía fue el motivo de su santidad. De ahí que contemplar a Monseñor Romero sea contemplar al mismo Jesús de Nazaret en aquella primera Eucaristía. Así me lo  reconoció  también el papa Francisco, en la visita que tuve la suerte de disfrutar con él hace unos meses, me dijo que “era un hombre tremendamente evangélico y por eso muy humano”, el papa reconoce una vez más que evangelio y humanidad son dos elementos intrínsecamente unidos: solo se puede ser evangélico si se es plenamente humano. Y diría algo más, esa humanidad es la que nos lleva al misterio profundo del Dios encarnado en Jesús. En Jesús Dios se hace hombre para que hombres podamos llegar a divinizarnos, como también dice Leonardo Boff en su libro “Encarnación, la humanidad y jovialidad de nuestro Dios”. 

San Óscar Romero
San Óscar Romero

     Si la eucaristía es signo de vida renovada cada día, si la eucaristía hace presente el proyecto de Jesús, muerto y resucitado y podemos seguir diciendo que su proyecto sigue vivo cuando nos reunimos los cristianos y cuando hacemos de esa eucaristía vida y no rito, podemos decir también que la vida de Monseñor continúa siendo actual, que a los 43 años de su martirio él también sigue vivo en medio de su pueblo, y especialmente donde él quiso estar siempre, en medio de “su pobrerío”. “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, había dicho poco antes de ser asesinado. Y así comprobé que era, porque en cada casa, en cada puerta, en cada comunidad, en cada cantón de El Salvador hay una foto del Santo; porque cada campesino y campesina salvadoreños siempre te hablan de aquel obispo “que era uno como los demás, que llegaba a tu casa, se sentaba contiguo, compartía unas tortitas y hasta podía ver contigo la telenovela”, era obispo del pueblo y para el pueblo.

Su poder estaba en el servicio, su poder se basaba como el de Jesús, en lavar los pies de los pobres, y en defenderlos hasta el final. Gesto de lavar los pies que también hace el papa Francisco cada jueves santo, visitando las cárceles y lavando los pies a los presos, a los que nadie quiere, a “los malos”, que siempre nos dan lecciones de vida, de humanidad y de evangelio. Francisco, y así también me lo hizo saber en esa visita , dice “que el gesto que nos identifica como cristianos es el gesto de lavar los pies al hermano, especialmente al más pobre y necesitado”, y sin duda que uno de esos pobres de hoy son los presos, los privados de libertad, que también hoy son tratados sin dignidad por ser “delincuentes”, pero esos mismos delincuentes que nos dan lecciones de solidaridad y de humanidad, cada vez que tratamos con ellos y compartimos su vida, y yo tengo la suerte de hacerlo cada día en la cárcel de Navalcarnero. Por eso, unido al papa Francisco, siempre diré que el Salvador  y la cárcel, son “Tierra Santa”, tierra de crucificados, y habría que descalzarse al pisarlas.

  Romero fue maestro del lavado de pies, siempre estuvo dispuesto a hacerlo, no escatimó esfuerzo en ello, y nos mostró un nuevo rostro de obispo y de Iglesia; similar al rostro nuevo de Iglesia que nos está mostrando ahora el papa Francisco, en su empeño de estar cerca de los más pobres, inmigrantes y encarcelados, y en hacer de la iglesia una comunidad de acogida y misericordia para todos, en hacer una Iglesia pobre y para los pobres. 

Semana Romero
Semana Romero

Romero sigue vivo en el corazón del pueblo salvadoreño, y en el corazón de Dios, como sigue vivo Jesús de Nazaret. Cuando asesinaron a los jesuitas de la UCA, en 1989, así lo demostraron, al acribillar a balazos una foto de Monseñor, a la entrada de la UCA: habían pasado nueve años después del genocidio pero al ver la foto la llenaron de balas, balas de rabia, porque habían podido acabar con su cuerpo pero no con su vida.

    43 años después seguimos dando gracias por su vida, seguimos pensando que merece la pena haberlo conocido, que su vida no fue baldía, y le seguimos pidiendo por su pueblo, las palabras de su última homilía, siguen presentes, pedimos en su nombre “que cese la represión”, que no se responda a la violencia con más violencia, porque la violencia es negativa venga de donde venga y en ningún caso se puede justificar. Nos seguimos acogiendo a su proyecto y le seguimos rezando. Hoy Monseñor pedimos por el pueblo salvadoreño, seguimos pidiendo justicia para la Tierra Santa de El Salvador. Te seguimos diciendo que nos eches una mano, que hagas posible que la paz y la justicia puedan llegar a esta martirizada tierra, que la pobreza termine y que todos los salvadoreños y salvadoreñas, puedan ser tratados como se merecen, con la dignidad de todo ser humano.

Monseñor, como tú ya decías, nosotros solos no podemos, necesitamos la ayuda de Dios Padre-Madre y de tu misma intercesión. Te pedimos el milagro de la justicia y la paz para toda nuestra tierra. Que la Tierra Santa de El Salvador, tierra de mártires, pueda llegar a ser algún día tierra de igualdad, tierra de vida, esa es nuestra esperanza y ese es nuestro deseo a los 43 años de tu martirio. Te sentimos cerca, te sentimos a nuestro lado, te sentimos resucitado en nuestro pueblo, ayúdanos a mantener la esperanza y a ser siempre lo que tú fuiste, voz de los sin voz, que los cristianos y cristianas salvadoreños, que toda la iglesia salvadoreña sea la Iglesia de los pobres, la que tú nos enseñaste, que defienda siempre al pueblo, esa Iglesia en la que tu ofreciste la vida y en la que sigues resucitado. “San Romero de América, pastor y mártir nuestro, nadie podrá callar tu última homilía” (Pedro Casaldáliga).

San Romero
San Romero

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