"Mientras estemos vivos se puede volver a comenzar" El adviento de la dana: ¿Celebrar la Navidad?
"Las personas que, de alguna forma, hemos podido vivir la riada de Valencia, que hemos sido testigos de todo tipo de pérdidas, pero también de gestos que nos han cambiado el paso, no podemos mirar hacia otro sitio y reflexionar sobre qué Adviento, qué Navidad vivir después de lo que ha pasado"
"No es posible vivir el Adviento sin arremangarnos, sin ensuciarnos las manos. ¿Dónde ha estado Dios en la riada? ¿Dónde está y estará el Dios de la Navidad en los próximos días? ¿Dónde está ahora?"
| José Miguel Martínez Castelló. Doctor en Filosofía y profesor de bachillerato de filosofía, psicología y religión
Uno de los momentos más esperados para los cristianos y para la Iglesia es el Adviento. Tiempo de una espera diferente que colma nuestros anhelos y proyectos con la ilusión y la determinación de que todo puede vivirse de forma diferente. La espera de un hecho extraordinario y único que partió la historia en dos a partir del nacimiento de la criatura más necesitada y vulnerable de la faz de la tierra.
La Navidad es la fiesta de la pobreza, de la necesidad de otra mano amiga, de un hombro en el que poder reclinar todas nuestras miserias y tragedias, incluso las más inimaginables. Todas las personas que, de alguna forma, hemos podido vivir la riada de Valencia, que hemos sido testigos de todo tipo de pérdidas, pero también de gestos que nos han cambiado el paso, no podemos mirar hacia otro sitio y reflexionar sobre qué Adviento, qué Navidad vivir después de lo que ha pasado.
En las redes sociales se lee y se ven muchas iniciativas en las que se invita al apagado de las luces de Navidad y sus diferentes celebraciones en las ciudades e incluso ser solidarios y reducir los ágapes tan comunes en las fechas que están por venir. Sin embargo, y respetando todas las opiniones, todas estas propuestas parten de dos errores que debemos tener en cuenta: el primero, cuando se habla de suspender la Navidad es la Navidad de El Corte Inglés y del consumo desaforado y no la Navidad de Jesús, la de Belén y el pesebre; segundo, hay que acercarse a las zonas afectadas y comprobar cuáles son sus sensaciones, su estado y sus prioridades y cómo las reuniones familiares, la cercanía, la sobriedad, la sencillez y el encuentro pueden convertirse en ámbitos de salvación y recuperación que, muchas familias afectadas van a acogerse.
Para reflexionar sobre el Adviento que podemos vivir este año bajo la Dana, el Papa Francisco publicó en mayo pasado la Bula de Convocación del Jubileo Ordinario del año 2025, la Spes non confundit. Ahí tenemos un texto cuya naturaleza recoge las mismas bases del Adviento.
Francisco quiere que el 2025 los cristianos lo vivimos de forma plena, no de forma automática, como si de una rémora se tratase. El texto está orientado a la esperanza a pesar de las vicisitudes de la vida, de sus crisis, golpes y miserias. Y el Adviento es, precisamente, eso mismo, puesto que ante las turbulencias de la vida nace la esperanza de que alguien, el mismo Hijo de Dios nace para acogerte sin condiciones donde el amor es más fuerte que el mal, la violencia y la muerte. Es un texto, y el Adviento también, para un tiempo donde pintan bastos, donde el Dios de Jesús se hace carne porque se sitúa en la senda de tu historia y de tu vida, especialmente en los momentos de aflicción, dolor y lágrimas.
A partir de la idea de peregrinos de esperanza, dice Francisco: “Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, ignorando lo que traerá consigo mañana”. La fortaleza de la fe en Cristo sólo puede fundarse en la imprevisibilidad del futuro para asumir con esperanza las circunstancias de temor, desaliento y duda. Comentando a San Pablo alega que la vida se compone de alegrías y dolores, pero que “el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento”. Y más adelante, Francisco se adelanta a todos esos agoreros del periodismo que no suelen leer ni estudiar y que han descubierto que la juventud es algo más de lo que decían en artículos y tertulias. Estas palabras deberían tenerse en cuenta para asumir que el Adviento no es un acontecimiento de fiesta estéril, sin esfuerzo ni compromiso.
El Adviento, pues, es un tiempo de elevar la esperanza frente los mecanismos históricos y sociales que llevan a desigualdades estructurales y que van minando la esperanza: “También necesitan signos de esperanza aquellos en sí mismos la representan: los jóvenes. Ellos, lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en su entusiasmo se fundamenta el porvenir. Es hermoso verlos liberar energías, por ejemplo, cuando se entregan con tesón y se comprometen voluntariamente en las situaciones de catástrofe o de inestabilidad social”.
La Iglesia inspirada en Jesús de Nazareth tiene que situarse en las periferias, en los espacios y contextos de sufrimiento. No hay alternativa. No hacerlo sería negar la profundidad del Adviento y la invitación de la Navidad a vivir de otra forma. Y de otra forma han vivido la catástrofe las diferentes parroquias de las zonas afectadas. Es admirable y sobrecogedor cómo los templos arrasados se convirtieron al día siguiente en centros logísticos y de encuentro entre personas de todas las creencia e ideologías habidas y por haber. Esa es la Iglesia del niño Jesús, la que se encuentra a la intemperie de la historia junto con el pueblo y sus gentes y bajo cualquier circunstancia. Una parte importante de la clase política tiene vetada su presencia ahí porque no se ha manchado. Por ello no es posible vivir el Adviento sin arremangarnos, sin ensuciarnos las manos. ¿Dónde ha estado Dios en la riada? ¿Dónde está y estará el Dios de la Navidad en los próximos días? ¿Dónde está ahora?
Preguntas que uno de esos héroes anónimos, el padre dominico Antonio Praena Segura se preguntaba en medio de la riada de Valencia: “El Cristo viviente y total se hace también presente en formas muy distintas, también en las catástrofes. Porque en las personas que han perdido su hogar o a sus seres queridos está presente el Cristo doliente, crucificado, azotado por las calamidades de la vida. Y en las manos de quienes entregan lo mejor de su esfuerzo, se hace presente la fuerza vivificadora de Cristo resucitado, ese Cristo cuya promesa hace nuevas todas las cosas”. Y es aquí donde está el núcleo, el fundamento mismo del Adviento como preparación para la Navidad. No se olvide que ese niño que nace Belén será crucificado en el monte Gólgota y resucitará al tercer día. El Dios de Jesús es el Dios de la libertad porque todos y cada uno de nosotros tenemos que moldear y transformar la historia con el convencimiento de que no hay ninguna situación que pueda doblegar y deshumanizar a la persona. De cualquier circunstancia se puede salir porque cada Adviento, Cada Navidad nace en el corazón de los hombres para inocular en su alma la esperanza de que las cosas pueden ser diferentes.
Conviene recordar que en la Laudatio si Francisco entiende al ser humano desde su capacidad de remontar cualquier mal, cualquier catástrofe que nos asola: “No todo está perdido, porque los seres humanos capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse. Son capaces de mirarse a sí mismos y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad”. El Adviento, como preparación de la Navidad, es el convencimiento de que mientras estemos vivos se puede volver a comenzar, se vuelve a nacer. Volver a decir un sí a la vida en todos sus momentos y circunstancias. ¿Cómo celebrar, pues, el Adviento en medio de la Dana y de cualquier catástrofe y miseria que nos afecte? Sólo cabe la esperanza en la victoria de la libertad humana, de la capacidad intrínseca que palpita en nuestra alma de volver a levantarnos y proseguir el camino con la compañía de un Dios que se ha hecho niño y quiere, vivas lo que vivas, que lo acojas para acompañarte y consolarte. Así de sencillo y profundo. FELIZ ADVIENTO.