La malinterpretada intervención política de la Iglesia ortodoxa 30 años de la revolución en Rumanía
"Abrumado por un levantamiento popular, orquestado tal vez por sus propios colaboradores y respaldado por Moscú, el 25 de diciembre de 1989 Ceaucescu fue fusilado con su esposa Elena"
"Caído Ceaucescu, el secretario del Santo Sínodo se dirige a los rumanos en un breve mensaje radiotelevisado invitándoles a dar gracias al Señor por la libertad e informa que la Iglesia ortodoxa está al lado del pueblo en lucha"
| Francesco Strazzari
(settimananews).- El 16 de diciembre de 1989, se subleva Timisoara, la capital de la región del Banato, donde Nicolás Corneanu es el metropolita ortodoxo. Las homilías y discursos del pastor protestante Laszlo Tokés llaman la atención de miles de personas, especialmente jóvenes, que, antorcha en mano, invaden las calles y plazas de la ciudad. La policía y el ejército intervienen, pero la gente no se rinde. Y los ataques a la dictadura de Ceaucescu meten el miedo en el cuerpo del aparato comunista.
Pero ¿quién era Nicolae Ceaucescu? Nacido el 26 de enero de 1918 en Scomicesti, militó en el Partido Comunista desde 1933 y fue encarcelado durante el reinado de Carlos II (1936-39) y la dictadura de I. Antonescu (1940-44). Elegido diputado de la Asamblea Nacional en 1946, se convirtió en el colaborador más cercano de G. Georghiu-Dej, a quien sucedió en el vértice del Partido Comunista Rumano en 1965. Se convirtió en jefe de Estado en 1967, puso en marcha el “nuevo camino rumano”, se desmarcó de la URSS en política exterior y se acercó a China y a los países de Europa Occidental. Moscú y sus aliados se irritaron por su condena de la represión en Checoslovaquia en 1968 y por la apertura de negociaciones directas con Estados Unidos. En 1974 asume también el cargo de Presidente de la República. En el interior del país desplegó una política centralizadora y represiva, imponiendo el culto a su propia personalidad. Abrumado por un levantamiento popular, orquestado tal vez por sus propios colaboradores y respaldado por Moscú, el 25 de diciembre de 1989 fue fusilado con su esposa Elena, una figura sombría y cruel, después de un juicio sumario en Targoviste.
Las protestas con enfrentamientos, muertes y heridos continuaron en los días siguientes. El 20 de diciembre, habiendo regresado precipitadamente de Irán, Ceaucescu tiene que enfrentarse a un pueblo rebelado. Cien mil personas invaden las plazas de Bucarest gritando consignas contra el régimen, quemando las banderas con el símbolo del comunismo.
Este mismo día, la prensa, en medio de las manifestaciones contra la dictadura, publica el telegrama de felicitación enviado por el santo Sínodo el 17 de diciembre al tirano por su reelección como secretario general del Partido Comunista el 27 de noviembre. Un gesto protocolario, según me comentaron representantes del Sínodo, que no pretendía respaldar la política del dictador. Pero este telegrama activa una despiadada campaña denigratoria contra la jerarquía de la Iglesia ortodoxa, hábilmente orquestada por algunos miembros de la misma Iglesia.
Ceaucescu cae el 22 de diciembre. El secretario del santo Sínodo, monseñor Nifon, se dirige a los rumanos en un breve mensaje radiotelevisado invitándoles a dar gracias al Señor por la libertad e informa que la Iglesia ortodoxa está al lado del pueblo en lucha y se suma al Consejo del Frente de Salvación Nacional. El mismo patriarca Teoctist, en la noche del 22 de diciembre, aparece en televisión y manifiesta su adhesión al Consejo del Frente. Unos días más tarde, el patriarca vuelve a dirigirse al pueblo, reiterando su apoyo al Frente. En una carta pastoral reafirma que la Iglesia está con el pueblo sublevado y describe la época de Ceaucescu como la más infame en la historia de Rumanía.
A principios de enero de 1990, el escritor Alexandru Paleologu ataca al patriarca y exige su renuncia por haber apoyado la política de Ceaucescu. Le califica, en un artículo publicado en “Rumania literaria”, como “el servidor del Anticristo”. Le siguen las intervenciones de intelectuales, escritores y periodistas que también piden la dimisión inmediata del patriarca.
En la noche del 9 de enero, se crea un “Grupo de reflexión para la renovación de la Iglesia Ortodoxa”, compuesto en su mayoría por personas a las que, aprovechando el momento, mueve más su propia carrera eclesiástica que dicha renovación de la Iglesia. Entre ellos, el actual patriarca Daniel Ciobotea.
El 10 de enero, el “Grupo” se reúne con el Patriarca Teoctist y con los metropolitanos miembros del Sínodo Permanente. Se aceptan las peticiones de cambio y renovación de la jerarquía ortodoxa.
Pero la misma noche en el periódico “Rumania liberà” el periodista Petre Mihai Bacanu no sólo vuelve a exigir la dimisión del patriarca, sino de todo el santo Sínodo, proponiendo la constitución de un nuevo Sínodo santo.
El 11 de enero Rumanía se paraliza para llorar a los muertos de la insurgencia. A la ceremonia asisten el Presidente del Frente, el ambiguo Ion Iliescu, considerado el arquitecto de la caída de Ceaucescu con la ayuda de la KGB soviética, y el Primer Ministro Rumano. La ceremonia religiosa se transmite por televisión y está presidida por Anania, un monje, que gritará delante del palacio patriarcal: ¡Teoctist, dimite! Es una bofetada a Teoctist y al Sínodo, que el 13 de enero dan a conocer una “Nota” de protesta, ignorada por los medios de comunicación, en la que se defiende el compromiso de la Iglesia en tiempos dramáticos.
"La ceremonia religiosa se transmite por televisión y está presidida por Anania, un monje, que gritará delante del palacio patriarcal: ¡Teoctist, dimite!"
¿Qué pensaba Teoctist de Ceaucescu y sus crímenes? Me lo dijo en la noche del 15 de enero de 1990, mientras bajo sus ventanas, la gente exigía su dimisión: “yo estaba al tanto de los crímenes, así como toda la gente, y siempre los he condenado. Más que un dictador, era un criminal. No hay palabras para agradecer a Dios haber acabado con el tirano”.
El 18 de enero se abre la sesión extraordinaria del santo Sínodo en presencia del Ministro de Culto. Teoctist pide al Sínodo que acepte su renuncia por razones de salud y edad avanzada. El Sínodo la acepta. Y son el mismo ministro de culto y el profesor Galerio quienes anuncian la renuncia del patriarca a la multitud enojada.
A la noche, un grupo de estudiantes logra entrar en el palacio patriarcal. Teoctist ha dejado la túnica blanca, ya no tiene ningún signo patriarcal, simplemente está vestido de negro. Pasa a mi lado y me abraza. Recuerdo con emoción las palabras que dirigió a los estudiantes: “He estado atareado, ocupado en que ustedes, los estudiantes, pudieran tener un hogar, un instituto para estudiar. Ahora yo no tengo ni una casa ni una piedra sobre la que reposar mi cabeza”. Entrega a los estudiantes una pequeña imagen con su firma y fecha: 18 de enero de 1990. El viejo patriarca, a algunos estudiantes les brillan los ojos, se encamina al aula sinodal.
Procedía de la región de Botosani, un paraíso de monasterios. El penúltimo de nueve hijos, nació el 7 de febrero de 1915. Elegido el 9 de noviembre de 1986, fue entronizado el 16 de noviembre. Fue el quinto patriarca de la Iglesia Ortodoxa rumana.
Siempre que voy a Bucarest, visito su tumba. Hombre afable, atento a todo lo que fuera progreso en el mundo ortodoxo y abierto a otras Iglesias, un apasionado amante de la tradición y de la historia del pueblo rumano.
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