"La experiencia mística de Santa Teresa 'de Jesús' y de San Juan 'de la Cruz' es plenamente cristocéntrica Sobre el símbolo del "castillo interior" de Santa Teresa y su posible origen islámico
"Ya en 1946, Miguel Asín Palacios señaló sorprendentes analogías con el símbolo del castillo en la literatura mística islámica"
"Los investigadores sospechan que la cadena de transmisión, aún no demostrada, se encuentra en el entorno de los "moriscos", tanto en la tradición escrita como en la oral"
"Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz están tan dotados con la pluma en la mano y son tan originales en la verbalización de su experiencia mística que imprimen su propio sello a todo lo que hayan podido tomar de otras fuentes de forma consciente o no"
"Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz están tan dotados con la pluma en la mano y son tan originales en la verbalización de su experiencia mística que imprimen su propio sello a todo lo que hayan podido tomar de otras fuentes de forma consciente o no"
| Mariano Delgado*
Al comienzo de "Las moradas del castillo interior" (1577), Santa Teresa nos cuenta cómo llegó a entender el alma como un castillo interior: "Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así como en el cielo hay muchas moradas (Jn 14, 2).“
Un poco más adelante, escribe que de estas moradas están "unas en lo alto, otras embajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma. Es menester que vayáis advertidas a esta comparación." Y poco después nos recuerda que no hay que "entender estas moradas una en pos de otra, como cosa en hilada, sino poned los ojos en el centro, que es la pieza o palacio adonde está el rey, y considerar como un palmito, que para llegar a lo que es de comer tiene muchas coberturas que todo lo sabroso cercan. Así acá, enrededor de esta pieza están muchas, y encima lo mismo. Porque las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura y grandeza, pues no le levantan nada, que capaz es de mucho más que podremos considerar, y a todas partes de ella se comunica este sol que está en este palacio".
La investigación sobre la mística no puede contentarse con la críptica observación de que el símbolo del "castillo interior" se le "ofreció" mientras rezaba. No falta una comprensión del símbolo como metáfora evidente de su experiencia mística, o como expresión de la universalidad arquetípica en el sentido de las teorías de Carl Gustav Jung y Mircea Eliade, o como resultado de la lectura de autores espirituales de su época como Francisco de Osuna y Bernardino de Laredo, que también hablan del alma como "castillo interior".
También hay referencias a las novelas de caballería como fuente de inspiración, o a su ciudad natal, Ávila, completamente rodeada por una muralla y que en su época aún albergaba un magnífico castillo, o a la cosmogonía aristotélica con sus siete cielos, ya que Teresa menciona el Empíreo, es decir, el Séptimo Cielo, dos veces en su obra. Pero ninguno de estos intentos de explicación es satisfactorio.
Ya en 1946, Miguel Asín Palacios señaló sorprendentes analogías con el símbolo del castillo en la literatura mística islámica. Al-Ġazzālī compara el corazón humano con un castillo asediado por muchos enemigos, con Satanás paseándose por el exterior como un perro ladrador e intentando penetrar en el castillo. En su obra "Kitāb al-tanwīr" (hacia 1307), Ibn ʿAṭāʾ Allāh de Alejandría habla de las moradas de la certeza mística y las compara con las murallas y castillos de una ciudad.
Según Asín Palacios, el símbolo del castillo se populariza entre los moriscos justamente en el siglo XVI, concretamente en la obra "Nawādir", que Aḥmad al-Qalyūbī compiló en tiempos de Teresa. En ella se habla de siete castillos que Dios había creado para los hijos de Adán. Dios permanece dentro de los castillos, mientras que Satanás camina a su alrededor, ladrando como un perro y esperando una brecha en el muro para entrar y causar problemas. El camino espiritual conduce a través de los castillos, que están dispuestos en círculos concéntricos y construidos con distintos materiales (ascendiendo de los materiales menos valiosos a los más preciosos), y el pequeño castillo en el centro, como lugar de contemplación de Dios, está hecho de oro puro. Luce López-Baralt ha recogido más pruebas en la mística islámica de los siglos IX y XIV del símbolo del castillo en el sentido de "Nawādir", concretamente en el escrito "Maqāmāt al-qulūb" (Moradas de los corazones) de Abū l-Ḥasan al-Nūrī (m. 907) y en Mūsā ad-Damīrī (m. 1405).
Pero cuando se trata de la cuestión de las posibles huellas islámicas en Santa Teresa (o en San Juan de la Cruz), debemos fijarnos más y distinguir mejor entre lo que se escribe y lo que se quiere decir. Pues las analogías existentes no tienen que ver con el meollo místico singular del cristianismo (dirigirse al encuentro del Dios Encarnado que mora en nuestro interior), sino más bien con el estilo de los comentarios en prosa (estilo circular, iterativo, lenguaje polivalente y aleatorio) y con algunos de los símbolos y figuras lingüísticas que aparecen en ellos. Por supuesto, estas analogías son a veces demasiado grandes para interpretarlas como una mera coincidencia o el resultado de la universalidad arquetípica de la experiencia mística.
Los investigadores sospechan que la cadena de transmisión, aún no demostrada, se encuentra en el entorno de los "moriscos", tanto en la tradición escrita como en la oral. No sería de extrañar, ya que el conocimiento de la mística islámica (o judía) estaba muy extendido en una sociedad como la española, que contaba en su seno con numerosos conversos del Islam (y del judaísmo); pertenecía al ambiente espiritual de la época.
Además, la mística islámica tiene huellas en muchos aspectos del neoplatonismo y el monacato cristiano, de modo que los cristianos también encontraban en ella cosas "familiares". Los místicos españoles pudieron inspirarse en los tratados ascéticos y místicos de los sufíes, porque, como decía el mismo Asin Palacios, no los veían como enseñanzas genuinamente islámicas, sino como ideas cristianas desarrolladas por los musulmanes.
La verbalización de la experiencia mística es similar al proceso creativo de la poesía. Del mismo modo que los poetas recurren creativamente a sus propias lecturas y a lo que está en el ambiente para formar los símbolos y figuras lingüísticas de sus textos, sin nombrar las fuentes de su inspiración (entre otras cosas porque tampoco son capaces de identificarlas con precisión), lo mismo ocurre con los místicos. No es de extrañar que al final no conozcamos "la" fuente del "castillo interior" de Santa Teresa, ni sepamos de dónde sacó Miguel de Cervantes su "Don Quijote", aunque abunden las analogías con tal o cual novela de caballerías o con personajes históricos como Bartolomé de Las Casas.
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz están tan dotados con la pluma en la mano y son tan originales en la verbalización de su experiencia mística que imprimen su propio sello a todo lo que hayan podido tomar de otras fuentes de forma consciente o no. Ambos intentan también explicar sus grandes símbolos (el "castillo interior" o "la noche oscura"), independientemente de dónde los hayan tomado, inicialmente "con la Biblia", porque las Sagradas Escrituras y la fe forman el horizonte hermenéutico fundamental para la verbalización de su experiencia mística. Y como grandes símbolos cumplen la tarea que Immanuel Kant y Paul Ricœur esperan de un buen símbolo: que despierte y fructifique nuestro pensamiento.
Y finalmente y sobre todo: a pesar de todas las analogías con la mística islámica, en los grandes místicos castellanos y doctores de la Iglesia nos encontramos con una descripción genuinamente cristiana de su experiencia mística: "Lo que pretende Dios es hacernos dioses por participación, siéndolo Él por naturaleza; como el fuego convierte todas las cosas en fuego". Ningún místico islámico podría expresarse así, porque esto presupone el misterio de la Encarnación con el "maravilloso trueque" de la noche de Belén: Dios se hace hombre para que podamos realizar mejor nuestra vocación divina (ser imagen y semejanza de Dios), imitando a Jesús como luz, camino y ejemplo de vida. Santa Teresa "de Jesús" y Juan "de la Cruz" lo sabían muy bien. Por eso su experiencia mística es plenamente cristocéntrica. Aún hoy nos exhortan a fijar nuestra mirada únicamente en el Dios Encarnado: su solo Dios basta es un solus Christus.
*Mariano Delgado es catedrático de Historia de la Iglesia en la Facultad de teología de la Universidad de Friburgo (Suiza) y Decano de la clase VII (Religiones) en la Academia europea de las ciencias y las artes de Salzburgo.
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