"Nuestra fe no es la religión del libro sino del Espíritu, que nos abre a cosas nuevas" Los que se dejan llevar por el Espíritu

Pentecostés
Pentecostés

"No es fácil identificar ese Espíritu, que algunos han llamado “el gran desconocido”, pero si dejamos que actúe como maestro, nos ilumina y nos guía"

"¿Qué entendemos por verdad?: ¿el amor? ¿Qué relación tiene la revelación cristiana con las otras tradiciones espirituales y religiosas?"

"Tenemos esa confianza de que haya una acción conjunta de las religiones para evitar las guerras, que haya una acción común contra los atentados a la dignidad humana y el sufrimiento de los inocentes"

Fue Joaquín de Fiore quien habló de la era del Espíritu, y muchas personas pensaron que fue la venida de Francisco de Asís la que se identificó con esa era. En la historia se suele hablar de etapas, y también en la vida personal. La novelista Susanna Tamaro, en *Anima Mundi*, hablaba de que la infancia era tierra, pues estamos aprendiendo la existencia con los pies en el suelo; la adolescencia y juventud es fuego, pues hay temperatura, turbulencias y a veces nos quemamos incluso; y luego viene la edad del viento, del aire, pues aprendemos a dejarnos llevar por esa fuerza que viene de lo alto.

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Jesús nos habla del Espíritu Santo como venido del Padre, pero también como su mismo espíritu que comparte con nosotros. Es por él que podemos decir que somos templos de Dios. Así nos lo recuerda san Pablo: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?" (1 Cor 3,16). Y es que a veces nos despistamos; nuestro "bullicio interior" nos impide atender esa voz que nos guía si le dejamos, en lugar de estar distraídos con otras voces que nos solicitan (gestiones, dinero, preocupaciones, hacer cosas rápidamente…).

En la patrística, se ha aplicado al Espíritu Santo aquellas palabras de Isaías, que han venido a interpretarse como dones: “Descansará sobre Él, el Espíritu de Dios, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de piedad, Espíritu de temor de Dios” (Isaías 11,2-3, la duplicación del último “don” es por la versión griega, que tiene así 7). Así vemos el consejo tanto para informarnos de lo que debemos hacer, como para ayudar a los demás; la fortaleza para resistir lo que dificulta que avancemos y esforzarnos en lo que vemos que debemos acometer; la piedad que nos da consciencia gozosa de ser hijos de Dios; el temor de Dios…, y la sabiduría.

Sabiduría indígena
Sabiduría indígena

Destaca en el Vaticano el ábside donde, encima de la “silla de san Pedro”, la vidriera de un ventanal representa la gloria, con la paloma del Espíritu Santo en medio de torbellinos de nubes, ángeles y rayos. Una expresión de esta fuerza divina, que se ha visto como algo exterior, pero que sin duda es sobre todo interna.

No es fácil identificar ese Espíritu, que algunos han llamado “el gran desconocido”, pero si dejamos que actúe como maestro, nos ilumina y nos guía. Como dice san Pablo: “Los que son movidos por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios” (Rom 8,14); esta es la idea central: y ese guía no nos fuerza, sino que susurra en nuestro interior esas divinas intuiciones que nos llevan a hacer su voluntad. Se trata de acoger al divino huésped en nuestra alma, despejar lo que nos distrae de esta atención. Por eso se le pide: “¡enciéndeme con el fuego de tu amor!”, pues la motivación más grande es el amor: “¡qué agudo es el amor!”, decía una persona, para expresar que despierta nuestro ingenio.

Espíritu
Espíritu

Esta interioridad está al alcance de todos, y para estar despiertos se requiere silencio, para que no sea un saber teórico (conocer) sino una sabiduría experiencial (comprensión de amor). Suele hablarse de adquirir un “ánimo dócil”; por eso también se habla de los “frutos” del Espíritu Santo: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, castidad (Gal 5,22-23).

Los que poseen esa presencia no dependen ya del éxito exterior sino del interno de la misma presencia, no quieren otra cosa pues ya lo tienen todo. No dependen de las opiniones de los que nos rodean o de personas que de algún modo nos conocen incorporadas al último Concilio, pero no nos queda claro todavía cómo la salvación en Cristo es compatible con la unidad en el amor con otras religiones. Raimon Panikkar ha tratado el tema con atención y nos ha aportado sugerencias muy bonitas. Pero parece que la ignorancia sobre este tema hace que en los documentos la Iglesia vaya dando un paso adelante y otro atrás. Me recuerda cuando la teología moral decía que cualquier cosa era pecado mortal y te mandaba al infierno, y la práctica pastoral que la gracia actuaba siempre en la conciencia y te abría el cielo. La pregunta es: ¿y los que no conocen a Cristo? Tenemos la respuesta de que pueden salvarse, sí. Hemos entendido ya que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,3-4). Pero ¿qué entendemos por verdad?: ¿el amor? ¿Qué relación tiene la revelación cristiana con las otras tradiciones espirituales y religiosas? Necesitamos poder compaginar el Jesús histórico con todo esto. Pienso que queda mucho trabajo por quitar la pátina de interpretaciones del tiempo, para encontrar que nuestra fe no es la religión del libro sino del Espíritu, que nos abre a cosas nuevas.

Cosas nuevas fueron la inculturación de Pentecostés (una de las tres grandes fiestas judías, en la que muchos israelitas peregrinaban a Jerusalén en estos días para adorar a Dios en el Templo) uniendo el dar gracias a Dios por la cosecha del año, a punto de ser ya recogida, con el recuerdo de la promulgación de la Torá en el monte Sinaí. Podemos ver como cada persona y las culturas de hoy con todas sus manifestaciones están invitadas a entrar en ese tiempo del Espíritu donde el amor sea la ley, en una armonía interior y con todo lo creado, y todos los seres humanos. Que a todos llegue el ruaj, el viento aliento de vida, el soplo de la Divina Esencia, el Amor en persona, ósculo santo, aliento, aroma, fragancia, fruto… que haga nuevas las cosas.

Adorar en espíritu y en verdad
Adorar en espíritu y en verdad

Tenemos esa confianza de que haya una acción conjunta de las religiones para evitar las guerras, que haya una acción común contra los atentados a la dignidad humana y el sufrimiento de los inocentes. No entendemos ese dolor, pero intuimos que las incidencias de la vida —las de cada existencia individual y, de alguna manera, las de las grandes encrucijadas de la historia— también forman parte de ese juego de la providencia, que reconducirá todo mal hacia el bien, la mentira hacia la verdad, los llantos en alegría.

Como conclusión, veo que la fuerza de Jesús y de su Espíritu no se limita a una jerarquía eclesiástica (quizá con formas ya obsoletas) ni solamente a un “pequeño rebaño”, sino a la interioridad de cada uno que posee ese Espíritu y que podemos vivir según él, como haría Jesús hoy, en una fraternidad universal de hijos de Dios, con aplicaciones prácticas en la no violencia, y tantas cosas más. Que Francisco de Asís nos ilumine y nos dé entendederas…

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