Somos la hechura de un creador extasiado" La felicidad de uno en los demás

Felicidad
Felicidad

"En realidad, son muy pocas las personas que saben amar de verdad… Sostengo con convicción firme y segura que vivir para los demás es un acto de redención cotidiana"

"Hace unos meses un amigo me preguntó: «¿por qué haces lo que haces sin recoger nada a cambio?»"

"La pregunta movió un poco mi interior. Nadie espera una pregunta así de profunda. Se trataba de una interpelación esencial sobre mi filosofía de vida y la razón de mi hacer"

"-¿Por qué hago lo que hago y sin recompensa?- ¡Vaya pregunta! La respuesta me la di a mí mismo en solitario y con silencio meditativo. Lo tenía que hacer con quietud y sosiego"

Recuerdo a un catedrático querido, que solía confesarnos en los pasillos de la universidad, con la seguridad y el aplomo auténtico de los que saben lo que dicen: «Solo hay una manera natural de permanecer siempre en los que amamos: hacernos uno con ellos. Donar nuestro yo transformado para imprimirlo en la vida y en el tiempo de los demás».

Sin duda, la recomendación de mi viejo maestro no se trataba de un acto narcisista o alienante, sino más bien, de una manifestación de generosidad y largueza, de amor y dedicación.

En realidad, son muy pocas las personas que saben amar de verdad. Solo un reducido número de ellas encarnan el amor con dignidad. Y si exageramos un poco más, apenas unas cuántas incluyen en sus planes de crecimiento y desarrollo personal, el amor por los demás.

Sostengo con convicción firme y segura que vivir para los demás es un acto de redención cotidiana. Un ejercicio terapéutico de autoconocimiento liberador que nos une a los demás.

Se trata pues de darlo todo, incluso, hasta nuestro propio yo. Sin límite ni medida; con generosidad y maestría -y algo muy importante-, con calidad.

La pregunta lapidaria

Hace unos meses un amigo me preguntó: «¿por qué haces lo que haces sin recoger nada a cambio?» y, acompañó su pregunta con esta declaración: «Te importan todos. Los conoces al detalle y te implicas en el bienestar de los que te rodean. Eres un guía y como un padre para muchos».

La pregunta movió un poco mi interior. Nadie espera una pregunta así de profunda. Se trataba de una interpelación esencial sobre mi filosofía de vida y la razón de mi hacer.

-¿Por qué hago lo que hago y sin recompensa?- ¡Vaya pregunta! La respuesta me la di a mí mismo en solitario y con silencio meditativo. Lo tenía que hacer con quietud y sosiego.

Misericordia

La primera razón: la misericordia

La respuesta pasaba por la misericordia, la felicidad y la gratuidad. Sí, así es: misericordia. Porque la vida es cuestión de misericordia. Por ello, reaccionaba en favor de otros. No podía evitarlo. Me conmovía tanto, ver que alguno se pudiera perder en los vericuetos de la infelicidad, los vicios o la estupidez. No estaba dispuesto a ello. No lo podía permitir.

Además, me aterraba la idea de que, los que amo, renuncien a sus talentos y capacidades innatas, tan cercanas a la verdad, bondad, justicia y libertad, para arruinar su vida con la ignorancia. Aquella que se camufla detrás de la masificación de lo fácil, trivial o chabacano.

Probablemente, mi pasión mejor es pasar todo por mi corazón (miserere). Anhelar lo mejor para los demás. Me lastima tanto observar a personas talentosas fracasar o arruinar su vida, por falta de palabras significativas, profundas y transformadoras que las aguijoneen y las adviertan de su equivocación posible.

Mi oficio natural siempre ha sido regalar palabras valiosas para devolver la esperanza y abrir ventanas liberadoras de pasión, conocimiento y fe.

La segunda razón: la felicidad

Así es, la felicidad. Soy una persona enamorada de ella. Solo una persona feliz puede amar a los demás. Estoy convencido que la felicidad está en nuestro ADN. Somos la hechura de un creador extasiado, feliz, que creó todo por amor.

Por ello, estar feliz es el indicador que nos revela que vamos construyendo bien nuestra historia. La felicidad provoca la fe y despierta la seguridad de fundar sobre roca, con esmero, visión, disciplina y método.
Estas eran mis razones defendidas y sustentadas ante mi propio jurado interior, piezas fundamentales, piedras arquitectónicas, de mi filosofía de vida.

Es verdad que ella tiene más razones y elementos; no obstante, creí innecesario echar mano de otras; más bien, sin quererlo, asomó en mi mente una razón poderosa más, aquella que persuade por sí sola: la finitud del ser humano. Aquello que nos marca y unifica a todos.

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Tercera razón: la finitud inevitable

Me explico. Somos seres contingentes que nos desenvolvemos en un mundo cambiante y cambiado. Estamos en una realidad que siempre se transforma y sigue su marcha rítmica: inalterable, con esmero y disciplina.
Solía decir en la radio en la que trabajaba: «Todo cambia. Nada permanece. Eres este instante».

Y, es que, en verdad, solo somos instantes. Tal y como lo indicaba Heráclito, el oscuro de Éfeso: «siempre cambiamos porque todo a nuestro alrededor está en constante devenir».

Es más, las circunstancias nunca se repiten. Jamás son las mismas. Y nosotros, irremediablemente, nunca somos los mismos.

Fabricar la felicidad

Por ello, hace muchos años decidí fabricar la felicidad para mí mismo. Lo curioso fue que para lograr esa empresa necesitaba de los demás.

Es como lo dice muy bien León Tolstoi, «No hay más que uno modo de ser felices: vivir para los demás». Por eso en todo lo que hago siempre están los demás. Mi yo interior tiene como referencia al nosotros exterior. A estas alturas de mi vida, los otros son la prolongación de mi yo.

Por eso me esmero en crecer, despertar y desarrollar el talento y las capacidades que Dios puso en mí, para provocar a su vez, el desarrollo de aptitudes, potencialidades y capacidades de aquellos que se relacionan conmigo. Todo es cuestión de gratuidad y generosidad.

Para lograrlo soy exigente, creativo, provocador, desafiante y retador conmigo mismo. No podemos ser condescendientes y complacientes con uno mismo cuando se trata de los demás. Hay que ser justos.
Y, si no lo somos, nos equivocamos. Topamos la mediocridad y rozamos el pasotismo. Ambos promotores exitosos del fracaso.

Camino

Debe quedarnos claro, que, cuando «hacemos lo que hacemos» por los demás, en realidad, estamos buscándonos y encontrándonos a nosotros mismos. Los demás nos ayudan encontrar el sentido y el camino para volver a nosotros mismos. Todo nace en uno y termina en uno.

La vida es como lanzar un búmeran de emociones positivas y significativas sobre los otros. Este búmeran emocional, después de haber liberado a muchos, regresa a uno mismo con más fuerza transformadora y apasionada.

Por ello, provocar la felicidad de los demás es empezar una cadena de autoredención personal, que se prolonga en los demás en una espiral infinita de crecimiento saludable y donación gratuita y vivificadora.
Después de haber hecho este razonamiento, entiendo por fin, la frase enfática y sugerente de Jesucristo: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto».

Por eso, vuelvo a manifestar que la elección mejor que podemos hacer es darnos a los demás sin esperar nada a cambio: morir generando vida. Vivir apasionados, conectados, prolongados en los demás, como lo decía mi viejo profesor madrileño.

Y, por último, no hay que ser rácanos en amor ni mezquinos en pasión. Todo lo contrario, hay que ser géneros en amar. El amor nos proyecta, acerca y prolonga en la vida e historia de los demás. En realidad, nuestra vida solo es el rastro de una historia, urdida, escrita y contada con el lenguaje del amor y la ofrenda.

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