A la Iglesia española le falta coraje para desenmascarar la pederastia De una iglesia humillada a otra humilde
Con este título, hago mío el deseo de Vèronique Garnier, víctima de la pederastia eclesial. Se pregunta si la Iglesia será capaz de pasar "de la humillación a la humildad"
El texto fue entregado el 5 de octubre a Mons. Éric de Moulins – Beaufort y a sor Véronique Margron: 30 meses de investigación y 26.000 horas de trabajo realizadas por 22 comisarios voluntarios
El número de víctimas abusadas por, entre 2.900 y 3.200, sacerdotes y religiosos asciende a 216.000, alcanzando tal cifra las 330.000 si se suman las provocadas por laicos al servicio de la Iglesia
Por más que disguste, hay que asomarse a sus relatos y testimonios, "el hilo conductor", en palabras de J. – M. Sauvé, de la verdad que se recoge en el Informe
Hay quien se pregunta si no ha llegado la hora de que los obispos españoles abran las puertas a una investigación similar sobre nuestro pasado
Se lo preguntan porque creen que así es posible desterrar la corrosiva indiferencia que puede estar rondando a algunos con el “cuentagotas” de casos que van apareciendo un día sí y otro también
Confieso que me cuesta percibir un mínimo del coraje requerido para ponerse en marcha en esta o parecida dirección. ¡Ojalá me equivocara!
El número de víctimas abusadas por, entre 2.900 y 3.200, sacerdotes y religiosos asciende a 216.000, alcanzando tal cifra las 330.000 si se suman las provocadas por laicos al servicio de la Iglesia
Por más que disguste, hay que asomarse a sus relatos y testimonios, "el hilo conductor", en palabras de J. – M. Sauvé, de la verdad que se recoge en el Informe
Hay quien se pregunta si no ha llegado la hora de que los obispos españoles abran las puertas a una investigación similar sobre nuestro pasado
Se lo preguntan porque creen que así es posible desterrar la corrosiva indiferencia que puede estar rondando a algunos con el “cuentagotas” de casos que van apareciendo un día sí y otro también
Confieso que me cuesta percibir un mínimo del coraje requerido para ponerse en marcha en esta o parecida dirección. ¡Ojalá me equivocara!
Hay quien se pregunta si no ha llegado la hora de que los obispos españoles abran las puertas a una investigación similar sobre nuestro pasado
Se lo preguntan porque creen que así es posible desterrar la corrosiva indiferencia que puede estar rondando a algunos con el “cuentagotas” de casos que van apareciendo un día sí y otro también
Confieso que me cuesta percibir un mínimo del coraje requerido para ponerse en marcha en esta o parecida dirección. ¡Ojalá me equivocara!
Confieso que me cuesta percibir un mínimo del coraje requerido para ponerse en marcha en esta o parecida dirección. ¡Ojalá me equivocara!
Con este título, hago mío el deseo de Vèronique Garnier, una de las víctimas -en su adolescencia- de la pederastia eclesial, ante la publicación del Informe al respecto. Vèronique Garnier se pregunta si la Iglesia francesa, ante el escándalo desvelado por dicho Informe, será capaz de pasar “de la humillación a la humildad”. “Rezo por ello desde hace meses”.
El texto -encargado hace tres años, por los obispos franceses y la Conferencia de religiosos y religiosas de Francia a una comisión independiente, liderada por Jean-Marc Sauvé, exvicepresidente del Consejo de Estado- fue entregado el 5 de octubre a Mons. Éric de Moulins – Beaufort y a sor Véronique Margron. Es el resultado de 30 meses de investigación y 26.000 horas de trabajo realizadas por 22 comisarios, todos de manera voluntaria. En él se notifica -a partir de una encuesta realizada por el IFOP y el INSERM- que el número de víctimas abusadas por, entre 2.900 y 3.200, sacerdotes y religiosos asciende a 216.000, alcanzando tal cifra las 330.000 si se suman las provocadas por laicos al servicio de la Iglesia.
Estos 330.000 niños, se recuerda, son el 1,2 % de los 5,5 millones de niños franceses que han sido víctimas de abusos durante los últimos 70 años, principalmente en el entorno familiar. E, igualmente, que esos más de 3.000 sacerdotes y religiosos son el 3 % del total de los 115.000 que lo han sido desde 1950. El Informe consta de 485 páginas, a las que hay que añadir otras más de 2.500 en anexos. Los obispos franceses lo estudiarán y debatirán en su próxima Asamblea. Retengo, de entre las muchas consideraciones, las siguientes.
En la primera se recuerda que si la existencia de una sola víctima ya es motivo de horror, no hay palabras para referirse a los infiernos a los que se ha arrojado a todos y a cada uno de estos más de 300.000 niños y niñas; infiernos de los que todavía no han salido muchos de ellos.
Por más que disguste, hay que asomarse a sus relatos y testimonios, “el hilo conductor”, en palabras de J. – M. Sauvé, de la verdad que se recoge en el Informe. Solo así, escuchándolos, habrá que intentar salir de ellos. Y habrá que hacerlo asumiendo la consternación y la desolación de las víctimas. No nos liberaremos de la tragedia de la pederastia, sostiene, por su parte, Dominique Grenier, editor jefe del diario “La Croix”, mientras no nos percatemos de todos los errores de la Iglesia, de la responsabilidad de cada uno y sin haber eliminado, antes, todas las consecuencias de la misma. “La verdad es, a menudo, crucificante. Pero es un camino necesario para salir de la oscuridad”.
En la segunda de las consideraciones, constatan, sorprendidos, algunos sociólogos y los mismos redactores del Informe, vendrían a ser -según la muestra de la encuesta, realizada entre 28.000 franceses- en torno a más de 70 los niños y niñas abusados por cada sacerdote o religioso; una cifra que se antoja difícilmente creíble, sin diluir, por ello, de ninguna manera, la gravedad de este horror.
Ha habido quienes, en tercer lugar, han llamado la atención sobre la importancia de tomarse en serio la recomendación nº 24 cuando indica que este mal -más allá de la exactitud de los porcentajes- es “sistémico”, sobre todo, entre 1950 y 1970 y, en menor medida, hasta el año 2000: a la luz de los hechos, no se puede decir que esta violencia haya sido organizada o admitida por la institución, sino, más bien, que la Iglesia no ha sabido cómo prevenirla, cómo detectarla y, menos todavía, tratarla con la determinación requerida. Si lo entiendo bien, creo que eso significa que, si no se toman decisiones radicales es una inmensa desgracia que puede volver a suceder.
En la cuarta y, de momento, última de las consideraciones, hay quien se pregunta si no ha llegado la hora de que los obispos españoles abran las puertas a una investigación similar sobre nuestro pasado. Y se lo preguntan porque tienen dificultades para ver otro camino que permita hacernos una idea global sobre lo que ha pasado estos últimos años y, de esta manera, aparcar la tentación de echar la culpa a los demás o incurrir en la trampa del “vosotros, mucho más”. Sospecho que se lo preguntan porque creen que así es posible desterrar la corrosiva indiferencia que puede estar rondando a algunos con el “cuentagotas” de casos que van apareciendo un día sí y otro también. Y porque solo así es posible comprobar la consistencia de la tesis según la cual ya sabemos, sobre este asunto, toda la verdad; una tesis, por cierto, compartida, en algún momento, por la iglesia francesa antes de este Informe.
Entiendo que una Iglesia que lleve a cabo una revisión exhaustiva de su pasado, acabará reconocida como la institución que más esfuerzos ha dedicado en los últimos años al estudio y prevención del problema. Y que solo así será posible recuperar la credibilidad que está perdiendo a borbotones estos últimos años. Pero confieso que me cuesta percibir un mínimo del coraje requerido para ponerse en marcha en esta o parecida dirección. ¡Ojalá me equivocara!