Se cumplen 45 años del martirio del arzobispo-profeta de El Salvador Monseñor Romero: desde los pobres, con los pobres, por los pobres y para los pobres

san romero
san romero

Han pasado 45 años desde aquella tarde del 24 de marzo, donde mataron a Monseñor, que cantaba doña Eva, pero en estos 45 años “la voz de los sin voz” no se ha apagado, sigue gritando en cada una de las casas de Arcatao y de todos los cantones, sigue clamando justicia

Su voz, su palabra, su mensaje no fue capaz de acallarla la bala asesina que lo mató aquella tarde. Su voz se sigue escuchando como la voz de Jesús de Nazaret después de más de dos mil años

Jesús fue molesto para los ricos de su tiempo, y por eso lo asesinaron, como lo fue también Monseñor Romero, Rutilio Grande, los jesuitas de la UCA, los catequistas y campesinos salvadoreños… y todos los que en cualquier parte del mundo defienden la igualdad de cada persona y su derecho a ser feliz y a poder disfrutar de la vida

Ver las imágenes de los presos en las cárceles nos estremecen y nos hacen seguir pensando que la causa de liberación que llevó a Romero a la muerte, sigue estando presente en El Salvador. Nos sigue haciendo pensar que no podemos olvidar a los salvadoreños y salvadoreñas que siguen siendo “crucificados” y que siguen sufriendo cada día por causa de la violencia que origina la pobreza del país

“El 24 de marzo, mataron a Monseñor…” cantaba la señora doña Eva, allá en Arcatao, en el departamento de Chalatenango, “Chalate”, hace unos años, cuando tuve la suerte de pisar aquella “tierra santa”. Lo cantaba esta mujer, en su casa pobre de este cantón salvadoreño; una mujer que había perdido a su marido y a dos hijos en la cruel guerra salvadoreña, una mujer que todos los jueves y los domingos iba a la Eucaristía, y que al terminar siempre nos invitaba a tomar “un cafecito” en su casita. La casa es de una sola pieza, con dos camas, divididas por una especie de mosquitero, y algunos sillones; en una de las paredes la foto de Monseñor Romero. Preparó los café, como cada jueves, con unos “pancitos” y los compartimos con más gente del barrio. " Ahora voy a ver un poco las noticias y luego hacia las 10 me acuesto, y antes de dormir rezo un padrenuestro a diosito, y le doy gracias por el día.” 

Newsletter de RD · APÚNTATE AQUÍ

Por aquel cantón de Arcatao caminó casa por casa Monseñor Romero, y lo hacía desde el compartir más sencillo con la gente más sencilla. Lo hacía como uno más, sintiendo que precisamente por ser el obispo, casi era obligado que su vida fuera así.

Cartel Oscar Romero 2025
Cartel Oscar Romero 2025

    Han pasado 45 años desde aquella tarde del 24 de marzo, donde mataron a Monseñor, que cantaba doña Eva, pero en estos 45 años “la voz de los sin voz” no se ha apagado, sigue gritando en cada una de las casas de Arcatao y de todos los cantones, sigue clamando justicia, sigue clamando liberación desde el Evangelio de Jesús, sigue diciendo que las “macrocárceles “ del presidente Bukele no son la solución para la auténtica violencia de este pequeño país centroamericano: la la violencia de la pobreza. Monseñor Romero, después de su asesinato sigue vivo y presente en cada casa, en cada familia, en cada uno de los jóvenes maltratados por los carceleros. Su voz, su palabra, su mensaje no fue capaz de acallarla la bala asesina que lo mató aquella tarde. Su voz se sigue escuchando como la voz de Jesús de Nazaret después de más de dos mil años.

Mirna, otra señora del cantón que tenía una pequeña tienda, me dijo que Monseñor Romero era “un obispo de los de abajo”, “un obispo de los que está con la gente”. Me contó que un día estaba viendo en casa la telenovela y de pronto se presentó Monseñor. Ella dice que se quedó un poco sin saber qué hacer, y con un poco de vergüenza, al estar viendo la telenovela. “Llegaba cansado y me dijo que si le preparaba algo para comer. Le gustaban mucho los frijoles y las tortitas y así se las preparé. Después me dijo que se sentaba conmigo a ver la telenovela porque como estaba cansado quería descansar un rato conmigo, y yo me quedé sin saber casi qué decir, pero muy agusto de que estuviera en mi casa y de que juntos pudiéramos compartir aquel rato viendo la televisión y conversando”.” Me parecía mentira que estuviera allí conmigo, pero disfrutamos mucho porque estuvo un buen rato”. Mirna podía ser cualquiera de las mujeres sencillas que aparecen en el evangelio, y Monseñor podía ser el nuevo Jesús que venía a compartir un rato con ella. Era evangelio lo que se respiraba en aquel encuentro, como en tantos otros.

La vida de Monseñor Romero solo tenía sentido así, con sus pobres, con su gente, mejor con su “pobrerío”, como él siempre solía decir. Un “pobrerío” que daba sentido al ministerio episcopal de este hombre, que vivía para el pueblo y que luchaba por él. Tanto vivió por él que dio la vida por él

La vida de Monseñor Romero solo tenía sentido así, con sus pobres, con su gente, mejor con su “pobrerío”, como él siempre solía decir. Un “pobrerío” que daba sentido al ministerio episcopal de este hombre, que vivía para el pueblo y que luchaba por él. Tanto vivió por él que dio la vida por él. Es lo que reza en el altar de la capilla del hospitalito de San Salvador donde cayó asesinado: “ En este altar, Monseñor Romero ofrendó su vida a Dios por su pueblo”. La vida de Monseñor siempre fue una ofrenda desde los pobres y para los pobres, su ser obispo solo tiene sentido desde ahí. Los pobres eran su debilidad, por ellos se desvivía, por ellos dio sus últimos respiros, su última eucaristía fue hacer vida la propia Eucaristía; no fue un rito vacío, fue un rito lleno de vida. Igual que el maestro de Nazaret en aquella última cena y primera Eucaristía celebró su vida, Monseñor Romero hizo lo mismo en aquella Eucaristía de despedida en el hospitalito. Su sangre se unió a la de Jesús, su cuerpo entregado y sangre derramada fue la misma Eucaristía que celebró Jesús de Nazaret en aquel cenáculo. El hospitalito pasó de pronto de ser una capilla a ser el auténtico cenáculo de Jerusalén.

Mural del beato Óscar Romero
Mural del beato Óscar Romero

“Monseñor era muy chistoso, le gustaba bromear y contaba muchos chistes, y además siempre daba algo a los pobres, que eran su debilidad. En una ocasión dio 100 colones a una chica que se iba a casar y no tenía nada”, proseguía hablando Mirna. Yhablaba de Monseñor no como de “un señor obispo”, como algunos nos tienen acostumbrados, sino como de un amigo, de un hermano, de alguien que camina a tu lado, como el mismo Jesús. Cuando contaba esto Mirna me imaginaba allí a Monseñor, sentado, en las mismas sillas en las que estaba yo, en aquel mismo patio de la casa… y era descubrirlo presente en aquella gente sencilla de Arcatao. Me vinieron a la cabeza y al corazón las palabras de Romero poco antes de ser asesinado: “Si me matan, resucitaré en el pueblo”, porque Monseñor Romero estaba allí resucitado, estaba compartiendo con nosotros. Del viaje a El Salvador siempre diré que fue para mí lo más importante: elcontacto personal con cada una de las familias, campesinos y campesinas, jóvenes y niños de los cantones, porque en ellos especialmente estaba y está vivo “el obispo de abajo”.

Tumba de monseñor Romero

    Es verdad que cuando llegas a la cripta de la catedral donde está el sepulcro de Romero algo por dentro te hace vibrar, es verdad que cuando vas a la capilla del hospitalito la emoción te llena, pero ciertamente la presencia viva de Monseñor Romero está en los pobres de los cantones, en sus casas, en sus vidas, en su vivencias que son mucho más que recuerdos. Me imaginaba a la gente , domingo tras domingo, escuchando con aquellos pobres transistores las homilías de Monseñor. Me lo imaginaba poniendo vida, esperanza y denuncia en tantos hogares de aquellos barrios, calles, y pueblos. Sin duda que los lugares santos salvadoreños son cada una de las casas y vidas salvadoreñas, porque son vidas entregadas, martirizadas y crucificadas, y en ellas se percibe la misma vida crucificada y resucitada de Monseñor. En medio de todo, sigue caminando Monseñor por los caminos y las calles de El Salvador, sigue con su pueblo crucificado y ahora ya resucitado en medio de ellos.

Bukele, presidente de El Salvador, en un acto con los militares
Bukele, presidente de El Salvador, en un acto con los militares EFE

   En este 45 aniversario de su martirio sigue resonando todo lo que resonó en la vida de este hombre de Dios. El pueblo,martirizado ahora por la nueva violencia presidencial, sigue clamando justicia, sigue clamando un nuevo orden de vida para todos. Antes eran las bombas del ejército, pagadas por los Estados Unidos y los ricos del país, las que parecían iban a llevar “la paz injusta” a la tierra; ahora son las “megacárceles” las que quieren hacer que la violencia termine, pero sin atajar laviolencia pobreza y la falta de recursos que sigue afectando a miles de personas en este país, y que sin duda es la auténtica y feroz violencia, más feroz que la de las calles, que la de las maras, y que ataca desde siglos a El Salvador. En este nuevo aniversario por eso, no podemos olvidar a las nuevas víctimas de la pobreza salvadoreña, sin dejar de recordar a las victimas crucificadas desde hace siglos. Ver las imágenes de los presos en las cárceles nos estremecen y nos hacen seguir pensando que la causa de liberación que llevó a Romero a la muerte, sigue estando presente en El Salvador. Nos sigue haciendo pensar que no podemos olvidar a los salvadoreños y salvadoreñas que siguen siendo “crucificados” y que siguen sufriendo cada día por causa de la violencia que origina la pobreza del país.

Una Tierra Santa presente también en otros muchos lugares del mundo, que también son martirizados, y una Tierra Santa que yo también descubro cada día, cada vez que piso los pasillos de la cárcel de Navalcarnero en Madrid y de su famosa por desgracia M-30

    La Tierra Santa de El Salvador, sigue sufriendo, pero sigue siendo una auténtica Tierra Santa, primero por sus mártires, por sus víctimas y crucificados, y segundo por el paso especial de Monseñor Romero por allí. “Con Monseñor Romero, Dios pasó por el Salvador”, que decía el también martirizado Ignacio Ellacuría. Ese Dios sigue pasando en sus gentes, y sigue pasando como pasa siempre, desde la sencillez de cada una de las personas que allí siguen viviendo, y algunas “ mal viviendo”. El martirio de Monseñor Romero fue un martirio, por y para el pueblo, como el de Jesús, sin grandes ruidos, sin grandezas pero con vida entregada, con Eucaristía real y fraternalmente compartida. Una Tierra Santa presente también en otros muchos lugares del mundo, que también son martirizados, y una Tierra Santa que yo también descubro cada día, cada vez que piso los pasillos de la cárcel de Navalcarnero en Madrid y de su famosa por desgracia M-30 (la llamada M-30 de Navalcarnero es el pasillo de hormigón que rodea en cuadrado toda la cárcel, un cuadrado horrendo de hormigón y abierto en la parte de arriba con un metacrilato, que hace sea insufrible tanto en invierno por el frio como especialmente en verano por el calor asfixiante de hasta 50 ó 60 grados, y que yo digo siempre que “el tipo” que la construyó jamás pensé vivir allí, pero que yo le llevaría una temporadita para que probara lo que hizo para los presos). En el fondo, la vida entregada de cada ser humano, el sufrimiento y la crucifixión de cada persona,  convierten a la tierra en Santa, porque hacen que de ahí pueda brotar la vida.  Por eso, también se convierte en tierra pascual, en tierra de muerte y de vida, tanto la tierra salvadoreña, como la cárcel de Navalcarnero.

Recuerdo que es lo que dije yo también en la primera Eucaristía que celebré en Arcatao. “He venido a celebrar mis bodas de plata como cura,  en la Tierra Santa de El Salvador”, comenté a esta comunidad reunida. Y recuerdo entonces que Carlos, uno de los campesinos y responsable de uno de los grupos de biblia del cantón me dijo: “Entonces, yo vivo en la Tierra Santa?  Nunca lo había pensado así, yo soy muy pobre y nunca creí que fuera tan agraciado, pero ahora al oírtelo creo que lo soy, creo que soy un afortunado por haber nacido aquí y poder vivir aquí, en la Tierra Santa de El Salvador”.

Mural de Romero y Rutilio
Mural de Romero y Rutilio JS

A Monseñor Romero lo convirtieron y lo enamoraron los pobres, ellos fueron el auténtico sentido de su vida, por ellos vivió y murió. En todas sus intervenciones, en todas sus homilías y discursos hay un tema común: la dignidad de todos los seres humanos, el levantarse contra aquellos que machacan a cualquier ser humano. Romero hizo de los pobres la auténtica causa de su vida, y ellos fueron los que le convirtieron junto con su amigo Rutilio Grande. La causa de Rutilio enamoró de tal modo a Monseñor que tuvo que pensar forzosamente, que si a él le había costado la muerte era porque no estaba equivocado. Romero comprendió que los mismos ricos y el mismo poder que mató a Jesús, fue el que mató a Rutilio. Romero vio la causa de Jesús en aquel féretro sin vida de Rutilio y eso le llevó hasta su martirio final. Sin duda que la muerte de Rutilio fue un preámbulo de la de Monseñor, como la de Monseñor fue un preámbulo de la de los jesuitas de la UCA y la de miles de salvadoreños. No se pueden por eso separar ninguno de los mártires y martirios del país, todos aparecen unidos por la misma causa: la pobreza de la mayoría y la riqueza de la minoría, la injusticia que rodea a miles de salvadoreños, todavía hoy.

    Hoy después de 45 años, el corazón se nos llena a todos los que creemos en Jesús, de vida y de esperanza. Monseñor Romero sigue siendo luz y voz para muchos salvadoreños, sigue siguiendo también referencia para muchos de nosotros, cristianos y cristianas, que queremos seguir a Jesús desde la vida de cada día, desde los sencillos, desde los de abajo. Y tendría que ser también una lección para toda nuestra Iglesia.

Hacia la canonización de Romero
Hacia la canonización de Romero Agencias

El papa Francisco, enamorado también de la vida de Monseñor, ha tenido la valentía de canonizarlo, y lo ha hecho diciendo que el milagro de Monseñor, como el de Rutilio y como el de muchos martirizados en El Salvador y en el mundo, es su VIDA , que la vida es el aval de muchas personas que siguen empeñadas en seguir a Jesús, y que por eso dan la vida. Que muchas personas siguen empeñadas, como Monseñor, en hacer felices a los demás desde compartir lo más frágil y pequeño con cada uno de ellos.

    Estoy seguro que cuando Monseñor Romero mire al papa Francisco, le dirigirá la mejor de las sonrisas, porque Francisco también ha descubierto esa sencillez evangélica en cada uno de los más pequeños, y a ellos les dedica siempre su admiración y cercanía. Para Monseñor Romero y para Francisco, la Iglesia tiene que ser de todos y para todos. En la Iglesia dice Francisco “CABEMOS TODOS, TODOS, TODOS”. Esa Iglesia misericordiosa y acogedora que enamoró también a las primeras comunidades cristianas y que sigue enamorando aún hoy a tantos seres humanos en el mundo.

En la Iglesia dice Francisco “CABEMOS TODOS, TODOS, TODOS”. Esa Iglesia misericordiosa y acogedora que enamoró también a las primeras comunidades cristianas y que sigue enamorando aún hoy a tantos seres humanos en el mundo

    De ahí que no se pueda separar el amor a Dios del amor a los pobres, que también entienden Romero y Francisco. Cuando Monseñor Romero vive se empeña en estar pendiente de todos y de todas, para Monseñor no hay distinción de razas o de status social. Y cuando se habla con la gente que lo ha conocido, así le percibe. Detrás de ese “ser obispo de los de abajo”, que decían las gentes de Arcatao, está una experiencia nueva de leer y vivir el Evangelio, una nueva manera de sentirse Iglesia, una nueva manera de ser obispo por y para los pobres. Y cuando Francisco está al frente de la Iglesia se sigue empeñando en hacer una Iglesia misericordiosa, acogedora, que no juzga, una Iglesia que mira al Jesús del Evangelio con autenticidad y con la alegría y la esperanza de descubrir en los más sencillos el auténtico sentido de su misión. Si, como decía Mirna de Arcato, “Monseñor Romero era un obispo de los de abajo”, yo puedo decir que “el papa Francisco es también un papa de los de abajo”. Ambos, Romero y el papa Francisco, se han dejado evangelizar por el Jesús del Evangelio, que transforma vidas y que enamora para hacer felices a los demás, desde la acogida, y no desde el juicio, al que algunos nos tienen acostumbrados. Un juicio que siempre hace que se nos mire desde arriba y no de igual a igual, o desde abajo. El papa Francisco siempre dice que solo hay una manera lícita de mirar a alguien desde arriba, y es cuando eres capaz de abajarte para poder levantarle, y devolverle la dignidad. Esa dignidad que daba Jesús por los caminos de Galilea, que dio Romero por los cantones salvadoreños, y que sigue dando el papa Francisco en toda la Iglesia universal.

Si, como decía Mirna de Arcato, “Monseñor Romero era un obispo de los de abajo”, yo puedo decir que “el papa Francisco es también un papa de los de abajo”. Ambos, Romero y el papa Francisco, se han dejado evangelizar por el Jesús del Evangelio, que transforma vidas y que enamora para hacer felices a los demás, desde la acogida, y no desde el juicio, al que algunos nos tienen acostumbrados

    De nuevo gracias, Monseñor, Tú serás siempre nuestra voz, tú seguirás siempre presente en nuestro pueblo, Tú seguirás viendo con nosotros las telenovelas, tú seguirás compartiendo frijoles en nuestros cantones, y sobre todo tú nos seguirás diciendo que merece la pena seguir al Jesús del Evangelio. Nos seguirás diciendo que la vida triunfa por encima de la muerte y que lo que tenemos que hacer como cristianos es luchar y chillar contra la injusticia, contra la violencia de la pobreza que engendra más violencia.

    Monseñor Romero sigue pasando hoy por El Salvador y se sigue haciendo presente en sus cárceles y en sus presos injustamente tratados, en los pobres del país, en los enfermos que no tienen un buen hospital, en los niños que quizás no pueden ir al colegio… y ahí sigue dando la vida por ellos. Si, en sus palabras, “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”, con obispos como Monseñor no resulta difícil seguir a Jesús de Nazaret, porque su vida nos lo acerca cada día.

    Hoy seguimos pidiendo a Monseñor que le sintamos tan cerca como hace 45 años, que no nos sintamos huérfanos, que sintamos que él sigue caminando con nosotros. En muchas ocasiones nos pasa como a él, que nosotros solos no podemos, pero por eso necesitamos también la fuerza y el Espíritu de ese Dios liberador que acompaña nuestro caminar en medio de nuestras comunidades. Necesitamos seguir leyendo el evangelio desde los crucificados y crucificadas de nuestro mundo. Necesitamos voces proféticas como la del papa Francisco y las de muchas comunidades de cristianos y cristianas en el mundo que siguen luchando por la misma causa, que mató a Monseñor.

Romero vivió desde los pobres, con los pobres, por los pobres y para los pobres, y no es un trabalenguas, ellos fueron el sentido de su vida y de su misión, pero los pobres como sujeto de liberación, los pobres como seres humanos a los que tenemos que unirnos para liberarnos juntos, no los pobres como objeto de caridad sino como fruto de la justicia. De ahí que tanto molestara a Jon Sobrino cuando en la beatificación de Monseñor Romero se decía que había sido “mártir por la fe”. Jon Sobrino siempre decía que era un error, que Monseñor había sido “mártir por la justicia”. Sobre todo porque aún en muchos sectores la fe se entiende como dogma, como doctrina, y sin embargo para Monseñor Romero, como para Jesús, la fe tiene que ir unida a la justicia o de lo contrario no es fe. Una fe doctrinal se convierte en un “opio” del pueblo, que adormece y justifica injusticias. Una fe liberadora y militante devuelve la dignidad a las personas, y por eso es molesta, por eso cuesta la vida a los que hacen de esa causa y de esa defensa el sentido de sus vidas. Los que defienden la justicia, son molestos para los poderosos y los ricos. Jesús fue molesto para los ricos de su tiempo, y por eso lo asesinaron, como lo fue también Monseñor Romero, Rutilio Grande, los jesuitas de la UCA, los catequistas y campesinos salvadoreños… y todos los que en cualquier parte del mundo defienden la igualdad de cada persona y su derecho a ser feliz y a poder disfrutar de la vida, participando de manera igualitaria de los bienes que Dios Padre y Madre nos ha concedido a todos, por ser sus hijos, y no solo a unos cuantos.

   “El 24 de marzo mataron a Monseñor…” que cantaba doña Eva, el 24 de marzo de 1980, pero a los 45 años de aquel martirio, el 24 de marzo de 2025 Monseñor sigue vivo, y nos sigue animando a vivir . Sigue siendo voz de los sin voz, su legado sigue siendo un legado de vida para muchos que, con dificultades, intentamos seguirle. Y hace 45 años, al asesinar a Romero, y hace 2000 al asesinar a Jesús de Nazaret, las palabras finales del Evangelio de San Mateo: “Yo estoy con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo”.  24 de marzo de 2025

Etiquetas

Volver arriba