Alumbrar belleza
Decía Jorge Luis Borges: «Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso».
Para que una persona pueda emprender una búsqueda interior, o dejarse deslumbrar por lo insólito en su existencia, antes debe tener unas mínimas condiciones de vida dignas. No se puede contemplar con el estómago vacío, con frío o con la terrible preocupación de no tener un trabajo que me permita conseguir los bienes necesarios para mi familia.
Entonces sí que se puede compartir la frase que dijo Jesús en el desierto: «No solo de pan vive el hombre y la mujer». Porque los seres humanos también nos alimentamos de belleza. Pan y belleza deben ir juntos. Pan y rosas, para alimentar y embellecer mi propia vida y la de los demás.
La belleza es también un deseo al que no se puede renunciar nunca, sino que debemos continuar siempre buscándolo sin descanso.
La belleza se muestra normalmente desde el exterior del ser que la ofrece: un rostro hermoso, un cuerpo esbelto, un campo de amapolas, la cima de una montaña, el mar en calma, la luna llena en la noche, la pintura que nos impacta, la escultura que nos conmueve, la música que nos transporta con sus notas, el poema que nos acerca a lo inefable…
Pero también está la belleza interior de los seres y las cosas. Mirar por un microscopio es entrar en un universo visual inaudito; detenernos en el interior del cuerpo humano, de cada célula, de cada víscera, de los ojos o el cerebro es una experiencia irrepetible; los corales y otros minerales ofrecen en su interior unos paisajes siderales incomparables…
En el interior también residen los mejores sentimientos, las más bellas virtudes, las opciones más desinteresadas: la caricia del padre a su hija o la de una amante a su amado; la sonrisa que alivia tantos desconsuelos; el compromiso diario por levantar de las cunetas de la vida a los marginados y excluidos; el cariño que se ofrece al cuidar, sanar o educar de tantos profesionales que viven cotidianamente su vocación…
También están quienes se esfuerzan por rebuscar la belleza en lo oculto de personas que, aparentemente ofrecen una imagen que es todo lo contrario: pordioseros, psicópatas, drogadictos, marginados, miembros de bandas juveniles, dementes, asesinos, violadores…
Todos los seres vivos e inertes tenemos los mismos elementos químicos que surgieron de la primera explosión inicial del universo. Todos formamos una gran familia. Entre esos elementos que nos componen y nos unen, está también la belleza, el aliento vital, la necesidad de comunión y fraternidad.
Por mucho que el polvo del camino, los dolores y sufrimientos de la vida, los golpes mortales que a veces recibimos, hagan mella en nosotros y destrocen nuestra psique, o si el consumismo y el egoísmo nos desplazan de nuestro más verdadero centro, siempre quedan rasgos, huellas, ecos de nuestra belleza inicial, que tendremos que rescatar para poder alcanzar todo nuestro potencial interior, espiritual, relacional como seres humanos.
No dejemos que la rutina y las costumbres nos oculten el asombro inaudito de la belleza, dentro de nosotros, en los demás, en todo lo que nos rodea y deslumbra.
«Felices quienes alumbran para dar a luz tanta belleza, quienes esparcen granos de belleza en los surcos de su vida, quienes descubren la belleza que hay en quien se siente falto de ella».
(Espiritualidad para tiempos de crisis, Coed. Desclée y RD)