Comenzó a esparcir sobre la mesa
sus propios escombros, las banderas rotas, ajadas,
que ocultaba temeroso a tantas miradas,
para enfrentarse desnudo de disculpas,
suficiencias y débiles coartadas
que cercenaban su más vívida identidad.
Aceptando con humildad sus miedos,
sus desconfianzas e inconsecuencias
comenzó a recobrar la sonrisa en su mirada,
los cielos dejaron de ser grises, para tornarse azules,
bajo el sol de su infancia, y volvió a escuchar de nuevo
el murmullo de la fuente que le manaba desde muy adentro.