Solidaridad cotidiana

Solidaridad cotidiana
Solidaridad cotidiana

«Las fuerzas que se asocian para el bien no se suman, se multiplican» (Concepción Arenal).
En el libro de El Profeta, Kalil Gibrán nos describe con sumo acierto, la filosofía de la entrega, de la donación, de la solidaridad en su esencia más pura: «Dais muy poca cosa cuando dais de lo que poseéis. Cuando dais algo de vosotros mismos es cuando realmente dais... Hay quienes dan y no saben del dolor de dar, ni buscan la alegría de dar, ni dan conscientes de la virtud de dar. Dan como, en el hondo valle, da el mirto su fragancia al espacio... A través de las manos de los que dan así, Dios habla y, desde el fondo de sus ojos, Él sonríe sobre la tierra».
Podemos seguir hablando de la solidaridad en los términos que expresa esta famosa oración: «Jesús, no tienes manos. Tienes solo nuestras manos para construir un mundo donde reine la justicia». Las palabras de Jesús son clarísimas en el evangelio de Mateo, capítulo 25: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me acogisteis…». O en el capítulo 14: «Dadles vosotros de comer».
El buen Dios, su hijo Jesús, Buda o Mahoma, no van a volver a nuestro mundo para sustituirnos en nuestra obligación de ser justos y solidarios. Y en estos tiempos, donde la escasez, el paro, las injusticias sociales y laborales, la corrupción dominan todos los espacios, la solidaridad es la virtud más importante a implementar para sentirnos como hermanos y miembros de una sola familia humana. Porque la solidaridad lleva de la mano a sus distintas hermanas: la ternura, la justicia, la libertad, la paz, la dignidad. Englobadas todas ellas en el hermano mayor: el Amor.
La solidaridad se tiene que vivir y demostrar en cada una de nuestras acciones cotidianas. Y cuando se vive así se traduce en alegría, gozo, ganas de vivir, esperanza. Se nota en el brillo de los ojos y en el cariño que transmite todo el ser.
La persona solidaria, superando todas las dificultades, va tejiendo con constancia y paciencia, la tela de araña de las redes solidarias que en nuestros días siguen construyendo día a día las bases de un mundo mejor, desde el compromiso con los más necesitados y marginados.
Para cualquier hombre o mujer solidaria, las fronteras no existen, toda persona es bienvenida en cualquier país, no existe discriminación por el color de piel, por su cultura, religión, pensamiento social o político o condición sexual. Porque todos y todas somos importantes, porque nadie debe quedar excluido del bien común y de una vida digna, porque cada ser humano es necesario para llevar el barco, en el que estamos navegando todos juntos, a buen puerto. Porque ningún sufrimiento en ningún lugar de la tierra nos tiene que resultar ajeno, y lo tenemos que sentir como propio.
Un gran profeta de nuestros días, monseñor Proaño, definía así la solidaridad:
«Mantener siempre atentos los oídos /al grito del dolor de los demás / y escuchar su llamada de socorro / es solidaridad… Mantener la mirada siempre alerta / y los ojos tendidos sobre el mar, / en busca de algún naufrago en peligro / es solidaridad. Sentir como algo propio el sufrimiento / del hermano de aquí y del de allá, / hacer propia la angustia de los pobres / es solidaridad».
«Felices quienes anuncian con su comportamiento, que la solidaridad es la ternura de los pueblos, el actual y siempre nuevo nombre del amor».

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