"¿Progre o conservador? ¿De izquierdas o derechas? Del Evangelio" Diez años de Francisco: El Papa de la periferia y el evangelio
"Es destacable, por ejemplo, su extracción humilde de trabajadores emigrantes muy católicos de origen italiano con huida del fascismo incluida. De su familia, le marca sobre todo Rosa, su abuela preferida, que solía decir que “las mortajas no llevan bolsillo”
"En la Compañía estudió a fondo Ciencias Clásicas, Historia, Literatura, Latín y Griego, lo que influirá decisivamente en su lenguaje creativo, rompedor, muy original, fruto de muchas lecturas y de su actividad de profesor de Literatura y Psicología (1964-1969), que hará incluso que utilice metáforas y neologismos muy personales"
"Los de fuera ven en Francisco no solo su alegre simpatía, sino la aparición de un líder mundial que da esperanza, que lucha por los más marginados, los derechos humanos, principalmente de los más excluidos, y que vive lo que predica, sin miedo a un mundo dominado por el neocapitalismo salvaje"
"En un mundo dominado por la imagen lo que convence y atrae del papa Bergoglio es su rostro de andar por casa, la invitación de su mirada y su sonrisa, como de un padre, un tío, un abuelo que se sienta a charlar espontáneamente en la mesa camilla de e tu cuarto de estar"
"Los de fuera ven en Francisco no solo su alegre simpatía, sino la aparición de un líder mundial que da esperanza, que lucha por los más marginados, los derechos humanos, principalmente de los más excluidos, y que vive lo que predica, sin miedo a un mundo dominado por el neocapitalismo salvaje"
"En un mundo dominado por la imagen lo que convence y atrae del papa Bergoglio es su rostro de andar por casa, la invitación de su mirada y su sonrisa, como de un padre, un tío, un abuelo que se sienta a charlar espontáneamente en la mesa camilla de e tu cuarto de estar"
| Pedro Miguel Lamet escritor jesuita
A veces la mejor historia de los papas, como las más jugosas biografías, se construye por anécdotas, detalles, como pinceladas de un cuadro que abocetan un perfil humano. Recuerdo, por ejemplo, los brazos firmemente apoyados en el balcón de la logia cuando fue elegido el cardenal Wojtyla, que hablaban ya de la fuerza decisoria de Juan Pablo II cuasi de líder político. O la voz frágil de Luciani, el papa catequista, que parecía que en ese momento se iba a romper. ¿Y quién no recuerda en Roncalli las mil anécdotas de abuelo del mundo del que abriría al aire libre con el Vaticano II las ventanas de la Iglesia? ¿O la mirada penetrante de Pablo VI, que calificarían de papa Hamlet?
De Bergoglio hay anécdotas previas y posteriores a la elección. Por ejemplo, días antes a la fumata blanca, el 11 de marzo, apareció en la plaza de San Pedro un hombre vestido de franciscano, que de rodillas oraba con un cartel en la mano: “Papa Francisco”. Luego algunos dijeron que era una aparición. Posteriores investigaciones aclararon que se trataba de un fraile sanjuanino, Rolando Brites, que, interrogado por una periodista, declaró que deseaba un papa Francesco, por el santo de Asís, que vivió en la absoluta pobreza y humildad. Más tarde se supo que el fraile había sido dirigido espiritual de Bergoglio y admiraba su sencillez y humildad. En todo caso no hay que negar que tuvo una premonición y adivinó el nombre del futuro papa.
Otra anécdota que pocos conocen ocurre después del anterior cónclave de 2005, en la que llegó a obtener 40 votos de los 77 necesarios para ser elegido entre los 117 cardenales, siendo pues el segundo en competencia con Ratzinger, al que Bergoglio apoyó para que los electores desviaran sus votos al cardenal alemán. Resulta que, de vuelta a Argentina, quiso recibir clases de una profesora de italiano, lengua que conocía por familia, pero quería perfeccionar. ¿Por qué? ¿Si había dispuesto ya su residencia de retiro? Sin duda pensó en prepararse por la remota posibilidad de que en un futuro no lejano pudiera ser elegido. Y la tercera más conocida es cuando, nada más elegido en la capilla Sixtina, el cardenal Hume le dice: “No se olvide de los pobres”. También cuentan que se resistió a la idea de llamarse Clemente XV, como le sugirió con humor otro cardenal, para “vengarse”, le dijo, de Clemente XIV, que suprimió la Compañía de Jesús.
Forja de un papa
No voy a resumir la biografía previa de Jorge Mario Bergoglio, tan conocida a través de libros, películas y documentales. Me limitaré a señalar hitos que, en mi opinión, configuraron algunos aspectos claves en la forja humana y espiritual del actual papa.
Es destacable, por ejemplo, su extracción humilde de trabajadores emigrantes muy católicos de origen italiano con huida del fascismo incluida. De su familia, le marca sobre todo Rosa, su abuela preferida, que solía decir que “las mortajas no llevan bolsillo”. Primeros estudios con salesianos, que, como es sabido, educan sobre todo a chavales de clase media o humilde; y formación profesional en una escuela secundaria industrial, donde se graduó como técnico químico.
Siente la vocación sacerdotal, primero como seminarista de barrio, y luego jesuita, lo que supone formarse en el exigente espíritu del “magis” ignaciano que roturará toda su vida de exigencia y oración, aunque su santo preferido de la Compañía será siempre el afable Pedro Fabro al que como papa elevó enseguida de beato a santo. Desde su juventud le visita el dolor con una operación quirúrgica, que le extirpa una porción de pulmón, una enfermedad que le acompañará, después de infectarse, el resto de su vida. En la Compañía estudió a fondo Ciencias Clásicas, Historia, Literatura, Latín y Griego, lo que influirá decisivamente en su lenguaje creativo, rompedor, muy original, fruto de muchas lecturas y de su actividad de profesor de Literatura y Psicología (1964-1969), que hará incluso que utilice metáforas y neologismos muy personales.
Desde un punto de vista político se relaciona pronto con el grupo peronista de la Guardia de Hierro, a la que no llegó a pertenecer como afiliado, y recibe formación teológica en San Miguel en la línea de Teología del Pueblo, que es una versión argentina autónoma de la Teología de la Liberación, sin coincidir exactamente con ella. En 1969 se ordena sacerdote un 13 de diciembre. Otro día 13, de marzo, hace ahora diez años, será elegido papa. Cumple con el último año de espiritualidad, la Tercera probación en Alcalá de Henares, e inmediatamente es nombrado Maestro de Novicios, cargo que la Compañía reserva a hombres de acendrada espiritualidad y capacidad de liderazgo.
Dos años después recibe el destino de mayor confianza para un jesuita: el padre Pedro Arrupe le nombra provincial de Argentina hasta 1979. Entramos en la época de la terrible dictadura militar en su país, tiempo de persecución de los “curas villeros” y el Movimiento de Sacerdotes para al Tercer Mundo, periodo complejo para un joven superior, que ha suscitados algunas polémicas sobre su postura en el secuestro de dos jesuitas, ya de arzobispo, los padres Yolio y Jalics, y sobre su compromiso ante el régimen dictatorial. Posteriores estudios y declaraciones del cardenal Bergoglio ante tribunales demuestran cuánto luchó a favor de los perseguidos.
Destinado luego como rector del Colegio Máximo de San Miguel, en sus relaciones con los estudiantes jesuitas y por su madera de líder se crea en la Compañía una suerte de división de los que siguen su estilo espiritual y los contrarios a su pensamiento – se llamaban “bergoglianos” y “antibergoglianos”-, lo que crea problemas con los superiores y decisiones para unir a la provincia. Destinado a la ciudad de Córdoba como operario y un tiempo a Alemania a realizar estudios complementarios sufre un periodo de cierta marginación y purificación interior, una especie de noche oscura. Todo ello iba preparando a Jorge Mario para el ascenso primero dentro de la archidiócesis de Buenos Aires y más tarde en la Iglesia unversal.
De Buenos Aires a Roma
Su carrera posterior es meteórica. De obispo titular de Oca, en 1992 pasa a auxiliar de Buenos Aires y primado de Argentina y gran canciller de la Universidad Católica hasta que Juan Pablo II le crea cardenal y arzobispo porteño. Sería prolijo reseñar su labor al frente de la grey de Buenos Aires y como presidente de la Conferencia Episcopal.
Datos destacados para nuestro propósito son que doctrinalmente se mostró conservador en los grandes temas de la vida de Iglesia, lo que le enfrentó con el presidente Néstor Kichner y su esposa Cristina Fernández de Kichner, aunque siempre estuvo a favor de organizaciones políticas, sociales, feministas y de derechos humanos. Otro rasgo a destacar fue su enfrentamiento con la mayoría de los obispos por estar a favor de la unión civil de homosexuales, postura que fue rechazada por el episcopado. Por tanto, si en lo doctrinal era conservador, en lo social y la atención a las “villas miseria” era avanzado, por lo que se le llegó a llamar el “Obispo de los pobres”.
Su perfil humano, que se refleja en numerosas fotografías de la época era el de un pastor austero: rechaza el palacio para residir en un humilde apartamento; viste pobre y se remienda la ropa; viaja en transporte público: visita a pobres en los barrios extremos, cárceles, curas comprometidos en el trabajo social; celebra misas con prostitutas, trata a todos personalmente y es querido en las distancias cortas. Eso sí, las imágenes de la época lo muestran con un gesto serio, nada que ver con su sonrisa actual, aunque todos hablan de su proximidad y cercanía. Entre sus aficiones, la lectura, la ópera y el fútbol.
Ya hemos señalado su papel en el Cónclave de 2005. Para el Colegio Cardenalicio en vísperas de la elección de 2013 era un cardenal piadoso, humilde y claramente conservador, que cuando llegaba a las reuniones siempre se sentaba el último. Tanto, que los periodistas en su mayoría no lo considerábamos entre los papables. En una de las asambleas previas escribió una ponencia revelada por el cardenal de la Habana, Jaime Ortega, con puntos premonitorios, donde venía la urgente necesidad de que la Iglesia saliera a “las periferias”; denunciaba la situación de “autorreferencialidad” de la institución, centrada en sí misma, a pesar de poseer luz propia, lo que provoca lo que llama “mundanidad espiritual”.
Por consiguiente, veía la necesidad de elegir un papa actual, que “desde la contemplación de Jesucristo haga salir a la Iglesia hacia las periferias existenciales”. Así llegó a la sede de Pedro el primer papa de procedencia americana, el primero que no es nativo de Europa, Oriente Medio o el norte de África, y el primero procedente del hemisferio Sur del mundo. También destaca por ser el primer pontífice no europeo desde el 741, año en el que falleció Gregorio III, que era de origen sirio. Además, también es el primer papa perteneciente a la Compañía de Jesús. Su nombre, Francisco, se explica perfectamente como consecuencia de la trayectoria de sencillez y amor a los pobres que acabamos de analizar. Y también por un aspecto que no se ha subrayado bastante: quizás con el humilde nombre de Francisco quería hacerse perdonar el ser jesuita, o la imagen aristocrática que podía tener del jesuita un amplio sector de la Iglesia.
Diez años de pontificado
Ahora, al celebrar su primer lustro como papa, cabe en primer lugar señalar cómo ve a Francisco la gente, el pueblo de Dios, la opinión pública y el hombre de la calle. Es curioso considerar que la óptica cambia según la extracción de quienes lo juzgan: los de dentro y los de fuera. Entre los primeros hay dos sectores: los católicos posconciliares, que después de tantos años de involución respecto al Vaticano II, ven en él una recuperación del espíritu del Concilio, un giro hacia las raíces evangélicas, un hombre de oración, que tiene clara la reforma de la Iglesia, y más en concreto de la curia romana, la conversión del poder centralista y de monarquía absoluta hacia la sinodalidad y quiere reconducirla a la calle, las periferias y la pobreza de su fundador. Otro sector conservador inmovilista, representado por eclesiásticos reaccionarios, que no quieren perder su cuota de influjo tanto económico como de poder sobre las conciencias (presente también en un sector importante del joven clero), y los creyentes de la misma línea, que creen en una Iglesia castillo inexpugnable frente a la plaza común y participativa del pueblo de Dios.
Lo más paradójico es que “los de fuera”, incluyendo muchos agnósticos e increyentes, aprecian más al papa que no pocos de dentro. Ven en Francisco no solo su alegre simpatía, sino la aparición de un líder mundial que da esperanza, que lucha por los más marginados, los derechos humanos, la defensa principalmente de los más excluidos, y que vive lo que predica, sin miedo a un mundo dominado por el neocapitalismo salvaje.
¿Hay diferencias entre el cardenal Bergoglio y el papa Francisco? En mi opinión, en el periodo entre-cónclaves, Jorge Bergoglio hizo una profunda reflexión sobre el papa que necesitaba el mundo de hoy, tan ayuno de líderes creíbles, llegando a la conclusión de que el mundo requería un hombre de amplia sonrisa, muy próximo a la gente, sobre todo a los pobres y que limpiara las lacras de la Iglesia. Y es un hecho: Bergoglio cambió de cara, se le iluminaron los ojos, sonrió a todos, multiplicó los gestos de “buena noticia”.
Al ser elegido pidió en un vídeo a los obispos argentinos: “Recen para que no me lo crea”. Y se diría que no se lo ha creído. Para ello eligió para vivir Santa Marta, abandonó el estilo sacralizado
y separado propio de un papa, se movió en un automóvil utilitario, dejó de veranear en Castel Gandolfo, se fue en su primer viaje con los inmigrantes de Lampedusa, destinó un palacio del Vaticano para dar hospedaje a los sin techo de las cercanías y hasta montó duchas en la plaza de San Pedro.
Pero lo más importante es que se metió de lleno a reformar la curia, asignatura pendiente de sus antecesores (Juan Pablo II huía de la curia en sus viajes, y Benedicto XVI dejó el papado), en campos diversos como la economía y las finanzas, la administración, los tribunales eclesiásticos y el derecho canónico, las comunicaciones sociales, la sanidad, el laicado y la familia. Con ello propugnó soluciones a temas complejos que incluyen la transparencia en las finanzas vaticanas, la coherencia entre la misión evangelizadora y la actividad económica, la simplificación de la burocracia, la eficiencia en la comunicación, la nulidad matrimonial, la lucha contra la pedofilia y los abusos, y la protección de menores y migrantes.
Una imagen vale más que mil palabras para estos diez años: la foto del papa cruzando la plaza de San Pedro durante la pandemia. En aquel mundo desolado por el coronavirus nos habló de la desnudez esencial: “Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.
Misericordia, Ecología y Fraternidad
Por sus documentos lo conoceréis. Su exhortación apostólica Evangelii Gaudium y sus encíclicas Laudato si y Fratelli tutti constituyen un programa de su línea de pensamiento para la tarea apostólica. La primera exhortación nos recupera la figura de Jesús (A veces en la historia reciente pareciera que la figura del papa era más importante que la de Jesús) y nos invita a dirigir nuestra mirada a su Evangelio, resituándonos a la vez en el complejo y problemático mundo en que vivimos. Pero sin catastrofismos, con una mirada de esperanza que parte de la realidad de un pueblo necesitado sobre todo de misericordia. Cada día en sus homilías y disertaciones el papa muestra un corazón que se conmueve con los que sufren.
Laudato si es su otra mirada, la de la Tierra. De ella, con “interdependencia de todos los seres” brota un grito, el de los pobres y vulnerables, que nos conduce a una defensa de la “ecología integral”. Ningún papa hasta ahora había pedido un cambio tan paradigmático en una encíclica universal e integradora del mundo exhortando a su unidad intercultural. Somos uno, como coinciden los grandes místicos de la historia. Frente a la invasión de la tecnología y el imperio del mercado tenemos la responsabilidad de cuidar de la creación que Dios ha puesto en nuestras manos.
El tercer gran documento, Fratelli Tutti, apunta al sentido último de la humanidad: el mandato evangélico del amor que se construye desde la justicia, la armonía universal, la necesidad de saber escuchar el pálpito de los otros, lo que implica vivir continuamente aprendiendo de los demás. Esa fraternidad nos invita a una nueva cultura del encuentro, donde no hay fronteras, y todos podemos estar cerca, aunque nos separen miles de kilómetros. No menos importante es la exhortación postsinodal Amoris leatitia, en que aborda pastoralmente y de forma poliédrica la situación de la familia actual,
Es cierto que todos los papas del último siglo nos han marcado el camino la justicia social, el amor fraterno y la fidelidad al Evangelio. ¿Qué está aportando de nuevo el papa Francisco? Quizás una coherencia entre la vida y la doctrina, sus testimonios visibles de cercanía a los más pobres, la misericordia ante los excluidos concretos, con su lucha contra la pederastia, la corrupción curial, una mirada inclusiva hacia los que están lejos, gestos de amor, optimismo y concordia.
En un mundo dominado por la imagen lo que convence y atrae del papa Bergoglio es su rostro de andar por casa, la invitación de su mirada y su sonrisa, como de un padre, un tío, un abuelo que se sienta a charlar espontáneamente en la mesa camilla de e tu cuarto de estar. Detrás del papa está el hombre, mezcla de argentino e italiano, gesticulador y verbomotor (algunos le acusan de que habla demasiado y los elitistas que no tiene el “sagrado hieratismo” propio de un pontífice), que le permite hablar sin guion, lo que aumenta su empatía con la gente. Sin embargo, es “muy jesuita” detrás de su aparente facundia: tiene muy pensado lo que va a decir, por ejemplo, en sus matices sobre la homosexualidad.
Entre sus decisiones más determinantes se encuentra el giro dado a la Congregación para la Doctrina de la Fe, el viejo Santo Oficio, quitándole el protagonismo de “caza de brujas” con que lo relanzó Juan Pablo II con ayuda de Ratzinger en aquellos años de “la mordaza”. En estos diez años no se ha condenado a teólogo alguno. El dicasterio que ha pasado a ser número uno es hoy el de la Evangelización, mientras que el tercero es el de la Caridad. Desde los albores de su pontificado había dicho: “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”. No menos importante es que los laicos, y también alguna laica, tengan cargos directivos en el Vaticano, dando un paso a desvincular sacerdocio y poder de decisión en la Iglesia.
Pero ¿cuál es su mayor apuesta en este periodo de pontificado? Sin duda el Sínodo de la Sinodalidad. Se trata superar el clericalismo, que tanto rechaza Jorge Bergoglio y propiciar que todos los bautizados se sientan corresponsables y puedan tejer una nueva relación con sus pastores. Quizás sea la mayor contribución en su propósito de relanzar el espíritu del Vaticano II. Laicos de todo el mundo participan de este proceso global de búsqueda, considerado por muchos “revolucionario”, que ha despertado entusiasmo en algunas partes, sobre todo en la Amazonia, aunque también escepticismo en la oposición a Francisco.
Preguntas sobre el futuro
Por último, la pregunta obvia es qué puede esperarse en el futuro de este periodo de pontificado que arranca de la muerte del papa Ratzinger, delicado periodo de “dos papas” en el Vaticano que Francisco ha llevado con exquisita delicadeza, y se ve condicionado por la dolencia de su rodilla. Partiendo de, como él ha dicho, “no se gobierna con la rodilla” y que sigue su agotadora agenda sin excluir los viajes, él ha hecho públicas sus prioridades o consejos a la Iglesia en el libro Os ruego en nombre de Dios. Por un futuro de esperanza. Diez aspectos que de algún modo ya hemos analizado y que van de extirpar los abusos sexuales en la Iglesia, los que califica de crimen, “una herida infringida a Dios” y una “verdadera cultura de la muerte”, a cuestiones como aumentar la presencia de la mujer, negar que la guerra de Ucrania sea justa, proteger la tierra, luchar contra las noticias falsas, defender la libertad de expresión dando voz a los sin voz y protegiendo la diversidad, huir del populismo defendiendo una política popular, reformar la ONU para la paz y la supervivencia de la humanidad, abrir la puestas a los migrantes, respetar la vida y acompañar la muerte.
Al mismo tiempo también ha cambiado al colegio cardenalicio previendo el futuro con el nombramiento de más hombres de la periferia, procedentes de países pobres, que puedan elegir un adecuado futuro sucesor con universalidad y sensibilidad social.
Para concluir esta panorámica nos queda preguntarnos: ¿Qué le quedaría por hacer al papa Francisco y no ha podido o no ha querido afrontar? En mi opinión su programa era más ambicioso, pero su proceso hasta ahora ha sido un viacrucis de oposiciones cercanas, desde dentro, y aunque es un hombre valiente, que no se arredra en decir la verdad y denunciar lo denunciable en otros, nunca se ha defendido a sí mismo de la minoría eclesiástica que le ha combatido. En esto ha mostrado también inteligencia, porque haberles hecho caso o condenado eran tanto como darles importancia. Y también por humildad, ya que es un papa que se ha atrevido a hablar de sus defectos y se ha atrevido varias veces a pedir perdón.
¿Está la Iglesia madura para admitir a la mujer al sacerdocio, abolir la ley del celibato o cambiar la moral sexual? Algunos piensan que sí. En mi opinión hay actualmente tal tensión entre las “dos Iglesias”, que medidas radicales en estos temas podría conducirnos a un cisma. Entonces, ¿qué ha cambiado realmente el papa Francisco? Algo muy importante: el foco de una Iglesia autorreferencial hacia los preferidos de Jesús: los excluidos, los pobres, la perferia, y sobre todo el mundo, un mundo en positivo, como templo, lugar de encuentro, aprecio a todo lo bello, capaz de esperanza y alegría.
¿Progre o conservador? ¿De izquierdas o derechas? Del Evangelio, lo que siempre ha provocado en la historia rechazo o seguimiento. Para ello Francisco ha intentado moverse por una sociedad convulsa, en pandemia, dictaduras, guerras, marginación, desigualdades, injusticia, como Jesús, sin pensar en sí mismo, curando heridas, aliviando dolores y denunciando injusticias, como un papa que quiere recuperar para la Iglesia el auténtico sabor a Evangelio de Jesús. Solo Dios sabe qué le espera a él y a la Iglesia en los próximos años. Pero el mundo no será igual después de estos diez como sucsor de Pedro, como si él no hubiera pasado por nuestras vidas y la vida de la Iglesia.